Según recientes investigaciones de Aguilera Camacho, el obispo Fray Alonso de Medina y Salizanes encargó a dos grandes escultores de la época una imagen de la Inmaculada Concepción para un altar de la Catedral de Córdoba. Dichos artífices eran Pedro de Mena y Pedro Roldán -maestro y discípulo afincados en Málaga y Sevilla, respectivamente-, decidiéndose el obispo por la realizada por el primero de ellos.

La talla hispalense de Pedro Roldán (Sevilla, 1624-1699) fue llevada entonces a la Iglesia de Nuestra Señora de Gracia, del convento cordobés de Padres Trinitarios Descalzos, por el sacristán Fray Alonso de la Madre de Dios, donde actualmente permanece. Si la imagen de Mena que se halla en la catedral cordobesa se fecha en 1680, ello obliga a retrasar la cronología de la obra que nos ocupa, que se establecía hacia 1668.

Por tanto, esta obra inmaculista pertenece a la etapa de madurez del escultor sevillano, inmersa plenamente en las complicadas maneras del barroco dinámico. La imagen, de belleza menos juvenil que en otras tallas marianas del autor, viste túnica de color marfil, decorada con bellos motivos florales, y manto azul recogido en su brazo izquierdo, de anchas fimbrias doradas. Le sirven de escabel la media luna con las puntas hacia abajo y el globo terráqueo del que emerge la cabeza de un querubín.

Como bien apreciara el profesor Bernales Ballesteros, se advierte en la talla la herencia de los simulacros montañesinos en la forma de colocar las vestiduras y la influencia de los modelos de Alonso Cano en el estrechamiento de la túnica a la altura de los pies, llevado a cabo con el fin de estilizar la silueta.

Llaman especialmente la atención de esta obra, que mide 140 cm de altura, el virtuosismo de la talla en la madera y la riqueza de sus calidades cromáticas. Las manos de la Virgen, unidas por las palmas, no son las originales. Tiene como precedente más famoso a la Inmaculada Concepción que se venera en la Iglesia de Santa Ana de Montilla (Córdoba), realizada por Pedro Roldán en 1652.