LA OBRA DE ANTONIO LEÓN ORTEGA (XXIII)
JESÚS NAZARENO (PUEBLA DE GUZMÁN - HUELVA)
Sergio Cabaco y Jesús Abades
El Varón ladea la cabeza hacia la derecha para dejar sitio al madero sobre su hombro izquierdo, a la vez que extiende profundamente el cuello hacia delante, lo que unido a lo anterior provoca una fuerte contractura muscular en el esternocleidomastoideo izquierdo. El cabello, muy lacio, se divide por raya al centro, organizándose en simétricos mechones que se derraman sobre ambos lados del rostro y cubren gran parte de la lacerada frente, quedando despejada la oreja izquierda. La barba, más poblada de lo habitual en las hechuras del último periodo del escultor, presenta idéntico tratamiento y se remata con dos redondeadas guedejas. El semblante, de hondo patetismo y resignación, muestra las cejas finas y, al igual que las pestañas, pinceladas en la madera. Los vencidos párpados circundan unos ojos policromados en tonos oscuros, la nariz denota un acusado perfil hebraico, y en el interior de la boca, entreabierta, se observan talladas la lengua y la dentadura. Llama la atención su elocuente gesto parlante contrayendo intensamente los arcos nasolabiales, lo que provoca un inmediato cruce de miradas entre la figura y el espectador que se acerca a ella. Labrado en 1967, es un Cristo bastante seco de carnes, como corresponde a la etapa final de León Ortega, aunque las facciones nos recuerden a una creación de la primera: el Cristo del Amor (1949) de la cofradía onubense de la Sagrada Cena. Muestra unas carnaciones aceitunadas y demacradas por los tormentos. Finos y rojizos surcos de sangre parten de las heridas de la frente del Nazareno, como consecuencia de la corona de espinas, y se extienden hacia el cuello, atravesando las mejillas y las cuencas orbitales. En los pómulos observamos contusiones que, al igual que las menudas vías de sangre que fluyen de las comisuras de los labios, son fruto de los maltratos recibidos en el Pretorio. |
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