En este caso, hablamos de una atribución al maestro que se justifica por el testamento de Manuel Fernández del Rincón, otorgado ante Rafael Antonio de Luna, en el que se reconoce una deuda a favor de José de Medina, "por la compostura de un Señor Crucificado que me renovó". Hoy se piensa que dicha compostura pudo ser el actual Cristo de la Expiración, partiendo quizás del primitivo y desconocido que estuviera en mal estado (1).

La pieza, tallada en madera de pino (172 cm de altura) es una magnífica representación de Cristo expirante en la cruz, labrada entre 1761 y 1762, e inspirada en su popular homónimo sevillano (popularmente apodado El Cachorro), obra realizada en 1682 por el escultor utrerano Francisco Antonio Ruiz Gijón.

Jesús eleva la cabeza hacia la izquierda y dirige la mirada, ya sin visión, al cielo, presentando los ojos y las pestañas policromados en la madera. La obra muestra la nariz afilada, los pómulos demacrados y la boca muy abierta para emitir el último suspiro, ofreciendo claramente en su interior la lengua y la dentadura talladas. La cabellera, abundante y ondulada, cae sobre ambos hombros y se pierde por la espalda.

El estudio anatómico, de afanoso y esbelto modelado, ofrece el pecho hinchado por la profunda inspiración, los relieves de la caja torácica muy marcados, los brazos colgantes del travesaño y las manos abiertas, con los dedos levemente flexionados. El sudario es cordífero y deja parcialmente al descubierto el costado derecho.

El varón, restaurado en 1961 por el sevillano Juan Abascal Fuentes, y en 1982 por el ICROA, se halla crucificado por tres clavos, con las piernas bastante unidas y montando el pie derecho sobre el izquierdo. El madero es de sección cilíndrica y arbórea. Como tantas imágenes andaluzas de notable antigüedad y gran calidad artística, estuvo durante muchos años erróneamente vinculado a la producción de Martínez Montañés.