SAN ANTONIO ABAD. EL SEÑOR DE LOS ANIMALES
Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero
ICONOGRAFÍA
La tradición religiosa ha sido especialmente propensa a asignar a cada santo o advocación, cualidades especiales de patrocinio sobre grupos sociales, zonas, oficios, etcétera, y a considerar su protección contra los variados peligros que amenazan al ser humano. La figura de San Antonio Abad como patrón del ganado se deriva, probablemente, de su condición de santo antipestoso y, por ende, santo protector de los animales. Por este motivo es acompañado por un cerdo, especie sobre la que tenía singulares poderes curativos.
La iconografía de este santo anciano es muy variada y no se limita sólo a esta faceta intercesora. Entre los pasajes de su vida ermitaña sobresalen varias tentaciones que le atormentaron en el desierto, a semejanza de las sufridas por Cristo. Se han interpretado por lo general como alucinaciones de un hombre solitario, agotado por el ayuno y la vela. Recordemos el óleo sobre lienzo pintado por Jeroen Anthoniszoon van Aken -llamado Hieronymus Bosch y apodado popularmente "El Bosco" en nuestro país (1450-1516)- que se conserva en el madrileño Museo Nacional del Prado de Madrid, titulado Las Tentaciones de san Antonio.
Otra representación pictórica digna de mención, conservada en Canarias, la encontramos en la Iglesia de Nuestra Señora de Las Nieves, en el término municipal grancanario de Agaete. En la tabla izquierda del tríptico flamenco -obra de Joos van Cleve (1490-1540) y conocido como el retablo de Antón Cerezo- se representa al santo ermitaño, patrón del donante. El óleo sobre tabla mide 117 x 54 cms. y está fechado entre 1535 y 1537. El venerable anciano -cubierto por ropa talar y una gran capa negra con capucha- camina descalzo por un frondoso paraje en unión de su inseparable cerdo con una campanilla o esquila en la oreja. El santo desgrana con su mano izquierda un grueso rosario de cuentas translúcidas asido a su cinturón mientras que con la derecha porta una larga y fina vara rematada por una cruz en tau en la que se apoya al andar.
También en la escultura ha tenido mayor difusión su representación aislada como anacoreta –tras haber entregado su fortuna a los pobres-, provisto de cayado o bastón, portando un libro y siempre seguido por un puerco. Este hombre santo decía: “El que permanece en la soledad se libera de tres géneros de lucha: la del oído, la de la palabra y la de la vista. No le queda más que un solo combate: el del corazón”.
En otras épocas se le invocaba también para librar la peste de los animales, de ahí que se le represente con un cerdo a sus pies. Como en este caso, y como norma general no exenta de excepciones, los atributos de respetable tamaño, como un gorrino, son representados en tamaño reducido. Esto sucede para evitar que estorben en el altar o en el trono y no resten importancia a la imagen del santo. Son meros símbolos. No excede las medidas de un simple conejo con relación a la imagen del santo. Los atributos, en definitiva, son para conocer las imágenes, no para sembrar confusiones.
El padre del monaquismo -viejo ermitaño nacido hacia 251 en el Alto Egipcio al que se le invocaba para librar de la peste de los ganados- suele ser representado con un cerdo a sus pies. También es el Patriarca de los cenobitas de la Tebaida, cuya vida, contada por San Anastasio y San Jerónimo, se hizo popular en el siglo XIII por la Leyenda Dorada del dominico Iacobo de Vorágine, arzobispo de Génova.
Además de la ganadería, también se le rogaba por la salud de los animales de corral e incluso domésticos. Moriría más que centenario en el año 356. Igualmente suele aparecer vistiendo manto y capucha de monje y portando en una mano el báculo de abad. Sobre el hombro del manto suele llevar la cruz en forma de “Thau”, alusiva a su origen egipcio. Precisamente esta letra, la tau de San Antonio, se asimiló como un poderoso amuleto y fue considerada como un preservativo contra las enfermedades contagiosas y la muerte súbita. A San Onofre -otro anacoreta egipcio- se le representa con un bastón en forma de muleta como el de San Antón Abad (como también se conoce a nuestro santo).
San Antonio también suele figurar como un anciano con barba, leyendo un libro que, según el tratadista Pacheco, significa “que sin estudiar supo la Escritura Sagrada ”. El sevillano también insistía en que se le pintase “muy viejo pues murio de 105 años”. El rosario que lleva colgando del cordón de la cintura sirve, como hemos dicho, para mostrar su valor como talismán.
San Antonio Abad se ha convertido, además, en patrón de numerosas corporaciones: los cesteros, porque los solitarios de la Tebaida ocupaban su tiempo ocioso en trenzar cestos; los sepultureros, porque enterró a San Pablo Ermitaño -muerto a los 113 años de edad- en el desierto y al que ayudaron dos leones a excavar la fosa; los fabricantes de cepillos, porquerizos, vendedores de cerdos, carniceros, chacineros… por el cerdo, su atributo más popular; los campaneros, a causa de la esquila de esos animales. En algunos lugares también se erigió patrón de los curtidores, alfareros y arcabuceros.
SAN ANTONIO ABAD EN CANARIAS
Esta advocación posee algunas representaciones en la Isla de La Palma. Un ejemplo lo encontramos en la ermita de San Sebastián de la capital palmera, Patrón de la Salud Pública. Esta capilla ya existía en 1535 y había dado nombre al barrio configurado en torno al camino que comunicaba a esta ciudad con las Breñas y la banda de Los Llanos. En ella, además de la talla flamenca del siglo XVI de su titular, el flamante y glorioso San Sebastián, se contaba -y se cuenta- con otras dos advocaciones antipestosas veneradas una frente a la otra en los altares colaterales de la única nave de la pequeña iglesia: las tallas de San Roque y San Antonio Abad.
San Antonio Abad , además, alcanzó extraordinaria popularidad por su fama como santo curador del llamado fuego de san Antón o mal de los ardientes -erisipela gangrenosa-, la lepra y la sífilis, amén de la peste, el lumbago, las enfermedades de la piel, etcétera. Según el investigador palmero Fernández García, la talla flamenca de San Antonio fue sustituida en el siglo XIX por la actual talla datada -aproximadamente- en torno al año 1755 y adquirida en el puerto mexicano de San Francisco de Campeche.
Aparte de haberse convertido en el primer puerto de la península del Yucatán, San Francisco de Campeche también se había erigido como uno de los primeros astilleros de las Indias, destino -además-, de mayor importancia dentro del tráfico canario-americano. La había donado el capellán castrense José Pérez Hernández que, a su vez, la había heredado de su padre, Antonio Abad Pérez Herrera. Como curiosidad, digamos que el donante era cuñado del afamado escultor palmero Aurelio Carmona López. En palabras del profesor palmero Pérez Morera, “constituye una de las más hermosas tallas de este origen que se conservan en Canarias ”.
Esta magnífica pieza, confeccionada en madera policromada y estofada -de autor anónimo campechano del siglo XVIII y cuyas medidas son 102 x 50 x 38 cms.-, fue descrita por el propio investigador: “De carácter arcaizante, cierto reduccionismo en los rasgos expresivos, posición hierática y a la vez equilibrada en las composiciones y dominio de los pliegues del drapeado, el estofado se convirtió en un signo distintivo de esta escultura, donde la lámina de oro servía para la imprimación de diversos colores y esmaltes que transmiten a la imagen liviandad, brillo y luminosidad. Dramatismo y dulzura fueron conjugados por los escultores indios como una notable dicotomía entre la emoción y la paz interior”.
La escultura del santo se muestra de pie, de porte majestuoso, que describe un elegante contraposto, disimulado por la delicada caída de la ceñida túnica, bajo el manto y por detrás del escapulario que cuelga recto. Otras de sus características apreciables son el tallado de la larga barba que, sin patillas, se desparrama por la parte alta del pecho; también el trabajo de sus delicadas manos -la derecha casi abraza el libro abierto y la izquierda sostiene la muleta de plata en forma de “Tau”.
Así mismo, debemos mencionar el modelado de sus pies descalzos sobre una magnífica peana con grandes apliques dorados en forma de hojas de acanto; el excelente acabado de su cabeza -coronada por una magnífica aureola de plata en su color que surge sobre una amplia tonsura-, tanto en la plasmación de las enjutas facciones como el trabajo de cabello y mencionada barba y bigote; la bella policromía que combina el blanco con los tonos ocres y decoraciones doradas resaltadas con picado de lustre, y los grandes motivos vegetales simétricos de trazo grueso, mientras que el interior y forro de la capa se resuelve con un estofado más sencillo y compuesto de finas trazas horizontales; se consigue así un efecto armónico ajustado a la pobreza propia del santo anciano en su retiro, aunque el lujo de su atuendo responde más al gusto barroco y no una interpretación literal de su hagiografía.
En Canarias se suceden en numerosas ermitas y templos las imágenes de este santo protector de la peste y de los animales. Un ejemplo lo tenemos en el patrón del municipio de Fuencaliente de La Palma. El santo -que mira hacia el cielo- preside la bendición de los animales en la plaza si el tiempo lo permite. Se le hacen ofrendas con frutas y productos del campo, y tras una solemne función religiosa sale en procesión cada 17 de enero a hombros de sus lugareños. Lamentablemente la talla primitiva se encuentra fuera de culto.
Muy destacable es la magnífica representación del retablo de la Virgen del Rosario de la parroquial de San Blas de la Villa de Mazo. Viste manto y capucha de monje y porta en la mano izquierda el báculo de abad. Sobre el hombro del manto lleva la cruz en forma de tau y lleva colgado del cinto un rosario, que sirve para mostrar a los fieles su valor como poderoso talismán frente a las acechanzas del diablo y las enfermedades, tanto del hombre como del ganado. La pintura sobre tabla mide 76 x 163 cms. y data de 1689.
Hay otros muchos ejemplos. Así, en Tenerife encontramos un relieve anónimo en piedra del siglo XVI que representa al santo con su cochinillo custodiado en el baptisterio de la parroquia de La Concepción de La Laguna; también en el templo homónimo de la capital tinerfeña existe una pequeña efigie anónima del tercer cuarto del siglo XVIII donde el animal está exento; del mismo siglo es la escultura en madera policromada y telas encoladas de la iglesia de La Luz en los Silos. Aquí el báculo de plata es mayor que la imagen, reformada en 1872 por Juan de Abreu; en Santo Domingo de Güimar se conserva la talla dieciochesca de José Rodríguez de la Oliva; otra escultura se venera en el retablo mayor de la parroquia de Buenavista; etcétera. En Gran Canaria, en la iglesia de San Sebastián de Agüimes encontramos una talla completa y anónima de 1700, probablemente procedente de algún taller insular. Porta báculo de plata además del cerdo y el libro; etcétera.
BIBLIOGRAFÍA
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