SAN JOSÉ DEL HOSPITAL DE DOLORES DE SANTA CRUZ DE LA PALMA
Texto y fotografías de José Guillermo Rodríguez Escudero
El San José con el Niño Jesús que se venera en la iglesia del extinguido Monasterio de Santa Águeda, regentado antaño por las monjas claras -hoy Hospital de Dolores en la capital palmera-, fue adquirido, traído de México y donado por el Capitán de Milicias Ambrosio Rodríguez de La Cruz a mediados del Setecientos.
El altar se había erigido en el año 1771. Así consta en su testamento otorgado ante el escribano público Francisco Mariano López, abierto el 20 de diciembre de 1788.
Para su colocación en el convento de Santa Águeda -Patrona de la ciudad canaria de Santa Cruz de la Palma-, solicitó de la Comunidad la preceptiva autorización para levantar un altar en la citada iglesia del hospital, entonces pertenecientes a las monjas clarisas, siéndole concedida por Fray Francisco Javier, Lector Jubilado, Examinador Sinodal y Maestro Provincial, dada en el convento de Santa Lucía de Los Realejos (Tenerife) el 6 de octubre de 1771.
Consecuentemente, las monjas de Santa Clara le dieron el sitio para la construcción de dicho altar. Le señalaron y propusieron el espacio existente entre las dos puertas principales de la iglesia del monasterio, donde antes estaba el púlpito, con facultad de tener asiento y sepulcro delante de la tarima del mismo altar.
El interesado dotó la fiesta del santo a celebrar el domingo infraoctavo del día 19 de marzo. Señaló de limosna 54 reales vellón de Castilla anuales en tributos que los rentaran; así lo dispuso en el instrumento público que pasó ante el escribano Bernardo José Romero el 16 de octubre de 1777.
Por los inventarios de 1828 y 1836 sabemos que en la única nave de la iglesia, paralela a la calle -disposición propia de las iglesias monjiles-, se encontraba, entre otros altares (la mayoría desaparecidos), el antiguo de San José. Data de 1771-1777 y en sus calles laterales aparecen las pinturas de “San Ambrosio” y “Santa Isabel de Hungría” -patronos del fundador y de su tercera esposa- y, en el ático, un aderezo circular o tondo rehundido en un paramento o adorno de altar con “La Huída a Egipto”.
Actualmente, está entronizado en el retablo mayor junto con la Patrona de Santa Cruz de La Palma, la bellísima “Santa Águeda” (talla hispano-flamenca de 1574), ubicada en la hornacina de la derecha; en el nicho central está ubicada la magnífica talla de “Nuestra Señora de La Piedad” (Amberes. Siglo XVI), titular del cenobio y el fabuloso “San José” (barroco mexicano de 1770), en la de la izquierda. Este retablo, realizado por Andrés del Rosario y Juan Fernández entre 1679 y 1697, reviste una gran importancia, puesto que está considerado como el iniciador de la tipología típica de retablo palmero, es decir, como especifica el profesor don Jesús Pérez Morera: “la que sigue la línea de tres calles cerrándose la central sin ático, a la manera portuguesa, con el semicírculo del entablamento que se ve obligado a curvarse siguiendo la trayectoria de la hornacina”.
Ocupa el lugar en el que se encontraba la preciosa efigie de Santa Clara de Asís, quemada por una “monja ida” (según se cuenta), en algún lugar de las costas de Breña Baja o Mazo, en las cercanías del actual Aeroclub, porque “odiaba las tallas de candelero”.
El San José es una talla completa de tamaño natural, con rico estofado y policromía con motivos de la flora tropical. También a los talleres mexicanos de mediados del siglo XVIII corresponde un atril de altar con incrustaciones de nácar y carey.
Dijimos que su donante fue Ambrosio Rodríguez de La Cruz (1706-1788), Capitán y Maestre del navío “Nuestra Señora de La Estrella del Mar, San José y las Ánimas”, alias “La Dichosa”. En 1777 colocó -en el altar que había fabricado- la escultura “que para este fin traxe del reyno de México y e tenido en mi casa hasta el presente”. Es posible que esta bella efigie hubiera sido adquirida en la Villa de San Francisco de Campeche -o simplemente Campeche, capital del estado mejicano homónimo- que fue el destino de su navío. Había viajado a dicho puerto con frutos de la isla desde 1748 hasta, al menos, 1757.
En este monasterio profesaron las hijas de don Ambrosio y de su primera mujer, doña Catalina Viñoly de Ortega, fallecida en el año 1743. Huérfanas de madre, su padre, ausente gran parte del tiempo por estar siempre de viaje por “Las Yndias de Su Majestad”, hizo que entraran en el convento de Santa Clara, donde vistieron el hábito de religiosas de velo negro al cumplir los dieciséis años.
Estamos ante una magnífica e insólita representación del Padre putativo de Jesús. Por el movimiento de ropajes, manos, miradas, ceño fruncido y semblantes, parece como si ambos jugasen. Si el Divino Infante es acercado a la cara de San José, su mano izquierda acaricia su barba y la derecha su oreja.
El Niño, desnudo, con pelo rubio largo, ensortijado y con raya en medio, que cae por detrás de sus pequeñas orejas, está sonriendo al igual que San José. Éste, excepcionalmente, deja entrever sus blancos dientes superiores. Se aprecia tímidamente un esbozo de sonrisa entre unos labios finos y una muy bien tallada barba negra. También su pelo largo negro cubre la totalidad de su largo cuello.
Respetuosamente, sin embargo, sostiene a su Hijo sin tocarlo directamente, sobre su mano izquierda extendida (representación frecuente desde el arte del Renacimiento), ya que está cubierta por el forro rojizo de su bella túnica dorada y policromada.
La imagen es todo un símbolo de amor y veneración simultánea. La túnica terciada del Santo Patriarca está salpicada de motivos florales dibujados en oro y en diversos colores (rojos, verdes...) y rematada con flecos a lo largo de su borde.
Comparando esta bella imagen con la magnífica talla titular de la Ermita de San José de Santa Cruz de la Palma, obra del siglo XVII, apreciamos que, a pesar del gran parecido en cuanto al color de pelo de ambos (negro el Padre y rubio el Hijo), lo que tal vez llama más la atención es el calzado. Mientras que el San José de la ermita homónima calza unos botines de oro, la efigie que nos ocupa, tan sólo unas humildes sandalias, más propias de un nativo, que deja vislumbrar unos grandes pies venosos de largos dedos. Estos tan sólo están sujetados por dos finas tiras que asemejan cuero marrón. Nuevamente encontramos dos elementos contrapuestos: una rica túnica talar y gran y ostentoso manto terciado y unas humildes chancletas.
Porta una larga vara florida (muy común en el gótico y también por influencia de los apócrifos) que sujeta con una gran mano de largos y finos dedos, aunque ya alguno de ellos esté incompleto. Alrededor de su perfecta cabeza, sobresale un gran nimbo o aureola de plata, elemento prestado del arte pagano (Egipto, Grecia, Roma) y que servía para enaltecer la figura de los emperadores, divinidades y personajes ilustres.
BIBLIOGRAFÍA
Gran Enciclopedia de El Arte en Canarias . «Artes Plásticas». Gobierno de Canarias.
Revista de Historia de Canarias . «Homenaje al Profesor José Peraza de Ayala. Separata». Jesús Pérez Morera.
Iconografía de Los Santos . Juan Ferrando Roig.
Magna Palmensis. Retrato de una Ciudad . Jesús Pérez Morera.
Fastos Biográficos de La Palma. Jaime Pérez García.
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