ET IN ARCADIA EGO (II)
ECOS DE LA SEMANA SANTA ANDALUZA EN LA POESÍA
DEL SIGLO XX (UNA APROXIMACIÓN)
Salvador Marín Hueso
Mediante el humor de comparaciones arriesgadas, como la del caminar de la fila de nazarenos con el de una manada de pingüinos, consigue el poeta aquello que persigue ante todo, con más interés que un mero descrédito del rito: la huida de la palabra acartonada, de la mera repetición de fórmulas consabidas, ésas que critica en boca de los cofrades que alaban a su virgen, lista para procesionar en su iglesia:
“ JUEVES SANTO
Es el día en que reciben todas las vírgenes de la ciudad
(... )
De pie en medio de la nave -dorada como un salón-, las vírgenes expiden su duelo con un sólido llanto de rubí, que embriaga la elocuencia de prospecto medicinal con que los hermanos ponderan sus encantos ”.
Oliverio Girondo, abierto a la risa, recrea el inevitable cansancio del foráneo en su inmersión en la marea de la ciudad en Semana Santa:
“Después de la vigésima estación, si un fémur no nos ha perforado un intestino, contemplamos veintiocho pasos más , y acribillados de saetas, como un San Sebastián, los pies desmenuzados como albóndigas, apenas tenemos fuerza para llegar hasta la puerta del hotel y desplomarnos entre los brazos del portero.
El menú nos hace volver en sí. Leemos, nos refregamos los ojos y volvemos a leer:
Sopa de nazarenos
Lenguado a la Pío X” (24).
De tal manera envuelve la celebración a la ciudad que, como si de un sketch de dibujos animados se tratara, le asalta al visitante incluso en la carta del restaurante de su hotel. ¿Nos hallamos ante una mera ridiculización de la fiesta? Dependerá, sin duda, de cada ojo lector. No obstante, la dedicatoria del texto aclara la posición autorial ante la celebración:
“A Miguel Ángel del Pino, que, con una exquisita amabilidad sevillana, inicióme en los más complicados ritos de la más bella fiesta popular”.
La más bella y compleja fiesta... Como para sus amigos locales, inmenso abanico desplegado de posibles.
Un aspecto fundamental de la sensibilidad de vanguardia es su atención a la progresiva mecanización del mundo occidental: los nuevos inventos, las nuevas máquinas asaltan los textos. La actitud de los poetas oscilará entre el encandilamiento futurista de Marinetti y la visión crítica de Federico García Lorca en la vanguardia última de Poeta en Nueva York; la mayoría de las veces, se resolverá en una mezcla de fascinación y rechazo.
La prosa poética “Procesión”, escrita por el escritor, ideólogo y político madrileño Ernesto Giménez Caballero, atiende el insólito diálogo, en un mismo espacio y tiempo, del mundo barroco de la Semana Santa y el de la cada vez más poderosa tecnología. Ésta ataca a la procesión, la procesión se defiende y, finalmente, el poeta logra establecer un sugestivo espacio de fusión entre ambos paradigmas.
Se trata de la misma pasión con la que Antonio Núñez de Herrera recreará la presencia, junto a la liturgia pasionista, de un dirigible en el cielo de la ciudad, en su Teoría y realidad de la Semana Santa (1934) (25): “El dirigible apareció en el horizonte como un pez de leyenda. Y era en Sevilla y Jueves Santo”. Amistad entre las aportaciones de todos los siglos en el aforismo poético de Romero Murube: “Los aviadores miran a la Giralda con esa familiaridad característica de los que poseen un igual secreto peligroso: los secretos del aire” , correspondiente al poemario Sombra apasionada , en que el poeta incluye su “Oración a la Virgen de la Macarena”, la que logra que todo su barrio tiemble “como asentado sobre un muelle de nubes” (26).
Extractamos, a continuación, algunos fragmentos de “ Procesión”:
“Toda la ciudad lanza su maquinismo contra la procesión (...) Los automóviles llegan, aúllan, ladran (...) Pasa un avión por el cielo (... ), sahúma la tarde con el incienso de su bencina (...) Los tranvías bogan por el horizonte (...) Toda la ciudad tiende al ataque de la procesión. Pero a la procesión la defienden sus guardias con su casco de gala (...) Se ve a la ciudad conspirar por todas las esquinas contra la procesión (...) Pero ya avanzan los coraceros (...) Los rieles del tranvía lavan con su linfa perdurable la sangre de los azotes” (27)
Miscelánea que, fuera del poema, provocara estampas como la de los aviones encargados de alfombrar de flores, para el paso de los cortejos, el “recorrido oficial” malagueño, precisamente en aquellos felices 20. Escalofriante sería, pasadas las décadas, la encarnación real del combate librado en la fantasía de Giménez Caballero entre procesión y máquina: el atropello, el Viernes Santo de 1943, del “paso” de la trianera Virgen de la O por un tranvía.
Conforme avancen los años 30, la vanguardia irá perdiendo peso: el efervescente clima político moverá al escritor (siempre, claro, con excepciones) hacia el compromiso intelectual, en detrimento de la experimentación estética. No obstante, su decisiva aportación ha persistido en el tiempo hasta nuestros días. Dos muestras en el terreno que nos ocupa: el poeta sevillano Juan Sierra recreaba del siguiente modo, en 1982, el deambular nocturno del Cristo del Calvario, titular de la cofradía homónima de la sevillana Parroquia de la Magdalena:
“La caoba jadeante recruje entre lirios deshechos
cuarenta vidas de cáñamo refriegan militarmente la tierra
y el Capitán del submarino apresado desfila con espada
por entre sus atónitos enemigos” (28)
También en los años 80, Rafael Pérez Estrada reinventa, por barrocos laberintos, a la malagueña Virgen del Rocío popularmente conocida como la Novia de Málaga:
“La Condesa, casi una nínfula, yace sobre un almohadillado de raso y lágrimas, al que se ha añadido la promesa de una eterna huida en un millar de alas de vencejos (...) Y en un desfiladero de cornucopias y chapiteles de celofán, esta procesión de los suspiros ya se acerca a la Iglesia de San Lázaro (...) Y es que allí, en San Lázaro, un muro se derrama en este Martes Santo de garrapiñadas y mostachones, peladillas y torrijas, para dejar salir a una Virgen, que no es otra que esta misma Condesa, articulada de su muerte, que , como si de lo vivo se tratase, baila en lo lento” (29)
Así evoca Federico García Lorca la procesión de Semana Santa: con asombro de hechizo. La repetición de tres calificaciones esdrújulas en el angosto espacio del poema (el tipo de acentuación minoritario de los tres posibles en español, junto a su hermano el sobresdrújulo) da noticia de ello en el plano formal:
“Por la calleja vienen
extraños unicornios.
¿De qué campo,
de qué bosque mitológico?
Más cerca,
ya parecen astrónomos.
Fantásticos Merlines
y el Ecce Homo,
Durandarte encantado,
Orlando furioso."
Federico García Lorca ve en el nazareno un enigmático personaje, y establece metáforas enlazándolo con seres extraordinarios, que comparten semejanza con su apariencia picuda: el unicornio y el mago. Un ser mítico, en fin, que escolta al mito de mitos, el Ecce Homo, Cristo superador de las pruebas del Héroe: un nuevo Durandarte, valiente caballero de Carlomagno; nada menos que Orlando Furioso, el gran paladín de la épica europea lanzado al galope por Ludovico Ariosto.
“Procesión” resulta una tesela del poema-mosaico “La saeta”, perteneciente al libro Poema del canto jondo (30), en el que el poeta granadino -lejos de la exacerbación de la diferencia, al estilo de ciertos costumbrismos- muestra la cultura popular capaz de convivir de igual a igual con la poesía culta. Con ese propósito, huye de la reelaboración arqueológica de temas, en favor del descenso hacia su sustrato espiritual. Desde él, los engarza con exigentes propósitos de elegancia estética,en diálogo con las vanguardias y todas las voluntades literarias arriesgadas que le son contemporáneas. Como acertadamente señala Antonio Zoido, nos encontramos ante una labor por medio de la cual se lograba “cerrar, después de casi doscientos años, aquel barranco que se abriera en el siglo XVIII entre las élites progresistas y la cultura producida alrededor de las formas de vida del pueblo” (31)
Respecto a nuestra búsqueda, encontramos en el poemario la presencia de iconos e intuiciones fundamentales del imaginario cofrade andaluz: la paradoja de “agonía y fecundidad”, en palabras de Cansinos-Asséns, de la Mater Dolorosa encuentra eco en el “Poema de la soleá”:
“El puñal,
entra en el corazón,
como la reja del arado
en el yermo.”
Motivo éste, el del puñal en el corazón (la daga de la profecía de Simeón en el Templo) (32) que se reitera a lo largo del poema: "Por todas partes/ yo/veo el puñal/en el corazón; Muerto se quedó en la calle/con un puñal en el pecho./ No lo conocía nadie."
En BAILE, dentro de “Tres ciudades”, encontramos estos versos: La Carmen está bailando/por las calles de Sevilla (...) En su cabeza se enrosca/una serpiente amarilla. ¿Cómo no recordar la serpiente del pecado, deslizada en la corona de espinas del sevillano Jesús del Gran Poder por Juan de Mesa y Velasco, o por Francisco Buiza Fernández en la del malagueño Cristo de la Agonía ?
“La saeta”, canto "de los remotos países de la pena". Canto en sombra, porque, como el amor, "los saeteros están ciegos". Aseveraciones de Lorca en su conferencia “Arquitectura del cante jondo” aclaran y amplían la imagen:
“El cante jondo canta como un ruiseñor sin ojos. Canta ciego y por eso nace siempre de la noche. No tiene mañana ni tarde ni montañas ni llanos. No tiene más que una luz de noche abstracta donde una estrella más sería un irresistible desequilibrio” (33)
Desde el balcón, la Lola las canta. Y en la calle, la siguen toreros y barberos. Personajes humildes, de “mala” vida (en “Dos muchachas", leemos: "cuando la Lola/gaste todo el jabón/vendrán los torerillos"), (34) en concordancia con la Semana Santa acogedora de grupos sociales marginados, tal como ha recalcado el profesor Isidoro Moreno (35). Toreros y barberos que el poeta Fernando Villalón presenta unidos en la devoción a la Esperanza Macarena:
“De Ignacio y Joselito
el capote torero
asomó por tu manto pinturero.
Tu cura dice misa
y se sienta a charlar con el barbero
en mangas de camisa.
Echa alpiste al jilguero
y se come tranquilo su puchero” (36)
Son varios los poemas que Villalón dedica a recrear la puesta en escena de la Semana Santa, conectando lo popular con el humor, la sorpresa y la “reverente iconoclastia” de la vanguardia sevillana. Elegimos como muestra un fragmento del romance “Madre de la Esperanza”, en el que la confianza cómplice entre poeta e imagen lleva a recrear a ésta como su novia. Terminada la Semana de Pasión, juntos acuden a la Feria de Abril:
“Un viaje de ida y vuelta.
Después es feria y volvemos.
Yo te compraré bombones
que tengan crema por dentro.
Iremos juntos, noviados,
a la calle del Infierno,
y en las cunitas más altas
los dos solos subiremos.
Nos haremos una foto
en un grupo con San Pedro” (37)
Pero la visión poética de la Semana Santa no va a ser siempre laudatoria o fascinada. No lo es en un poema cuya significación original ha sido frecuentemente desvirtuada, hecho éste, sin duda, legítimo, pues la obra literaria, una vez liberada por el autor, pasa a ser patrimonio del lector. No obstante, nos parece necesario, por respeto, al legado espiritual de su autor, recalcar la voluntad originaria del poema “ La saeta”, de Antonio Machado, perteneciente a Campos de Castilla (1907-1917). En él, el poeta muestra su desvinculación con la Semana Santa andaluza:
“Oh, no eres tú mi cantar!
¡No puedo cantar, ni quiero
a ese Jesús del madero,
sino al que anduvo en el mar!”
Actitud crítica que también puede entreverse en la “Copla de don Guido”, "aquel trueno vestido de nazareno". Antonio Zoido expresa así su percepción de la actitud machadiana: “Creía en la redención en alma y hueso (...), persona reflexiva; quizás demasiado. Como su padre, amaba al pueblo y hasta luchó por él mientras pudo, que, en su caso, fue lo mismo que decir hasta el final de su vida. Seguramente por eso escribió el cantar del rechazo (...). Lo dijo como lo sentía y así quedó escrito”. (38)
BIBLIOGRAFÍA
(24) GIRONDO, Oliverio, “Semana Santa” (1923), en Calcomanías (1925), op. cit., pp. 83-92.
(25) NÚÑEZ DE HERRERA, Antonio, Teoría y realidad de la Semana Santa (1934), Sevilla, Grupo Andaluz de Ediciones, 1981, p. 57. Advertimos que, aunque no nos detengamos en este libro, resulta de una importancia capital, merecedora por sí sola de atención. Una obra que, precisamente, hará del intento de conciliación de razones enfrentadas su trágico propósito, a dos años del desastre.
(26) ROMERO MURUBE, Joaquín, Sombra apasionada (1925-1927), Sevilla, Universidad, Colección de bolsillo, 1979, pp. 22, 32 y 33. Poemario no casualmente dedicado a Gabriel Miró.
(27) GIMÉNEZ CABALLERO, Ernesto, “ Procesión” (1927), recogido por ARCHIVO F.X. Y GARCÍA ROMERO, Pedro, op. cit., pp. 136-139.
(28) SIERRA, Juan, “El Cristo del Calvario” en Álamo y cedro (1982), recogido por REQUEJO CONDE, María Rosa, op. cit., pp. 150-151.
(29) PÉREZ ESTRADA, Rafael, “Oratorio para una cripta del olvido en el Sur (Elegía barroca y malagueña)” (1985), en Antología 1968-1988, estudio y edición de Antonio M. Garrido Moraga, Málaga, Ayuntamiento, Colección Ciudad del Paraíso, 1989, pp. 333-343.
(30) GARCÍA LORCA, Federico, Poema del cante jondo, en Obras Completas, Tomo I: Poesía, edición de Miguel-García Posada, Barcelona, Galaxia Gutenberg, Círculo de Lectores, 1996.
(31) ZOIDO, Antonio, “Modernismo, surrealismo y ultraísmo en...”, en Demófilo, op. cit., p. 239.
(32) Lc. 2, 35.
(33) GARCÍA LORCA, Federico, “Arquitectura del cante jondo”, en Obras Completas, Tomo III: Prosa, edición de Miguel García-Posada, Barcelona, Galaxia Gutenberg-Cìrculo de Lectores, 1997, p. 45.
(34) Respecto a la relación entre la poesía de Federico García Lorca y el imaginario cofrade, nos dejamos dolorosamente en el tintero su artículo “Semana Santa en Granada” (Obras Completas, Tomo III: Prosa) y la evocación, desde la Residencia de Estudiantes de Madrid, de la sevillana Virgen de la Esperanza Macarena en el poema Tardecilla del Jueves Santo. Desde esta nota invitamos a su lectura.
(35) MORENO NAVARRO, Isidoro, op. cit., pp. 183 y 184.
(36) VILLALÓN, Fernando, “A la Virgen de la Macarena” (1927), recogido en ARCHIVO F.X. y GARCÍA ROMERO, Pedro, op. cit., pp. 181 y 182.
(37) VILLALON, Fernando, “¡Madre mía de la Esperanza!”, en Romances del 800. (1927), recogido por ARCHIVO F.X. Y GARCÍA ROMERO, Pedro, op. cit., p. 180.
(38) ZOIDO, Antonio, Saetas de versos laicos, p. 74.