UN NACIMIENTO DESCONOCIDO DE LA ROLDANA

P. Juan Dobado Fernández (O.C.D.)


 

 

Presentamos en las páginas de la revista Miriam una feliz atribución de un magnífico conjunto de tres esculturas a la famosa escultora de cámara de Carlos II, Luisa Roldán, llamada popularmente La Roldana.

Han sido muy numerosas las atribuciones a lo largo de los siglos que se han realizado a esta escultora, una de las pocas mujeres que han pasado a la Historia del Arte con nombre propio. Efectivamente, cualquier obra dieciochesca que tuviese un cierto toque femenino entraba a formar parte del catálogo de su producción, que en cada nueva publicación iba aumentando sin parar su número de esculturas.

Y así ha permanecido en las últimas obras publicadas sobre La Roldana, hasta que en la pasada exposición celebrada en los Reales Alcázares de Sevilla y dentro del conjunto de Andalucía Barroca se ha llevado a cabo una "depuración" del amplio grupo de atribuciones que nada tenían que ver con la escultora. Esta labor ha sido llevada a cabo por D. José Luis Romero Torres, autor del catálogo publicado con motivo de dicha exposición.

 

 

 

Después de esta criba llevada a cabo en las atribuciones roldanescas había que hacer un estudio serio de las obras antes de presentarlas. Conocido este Nacimiento por un servidor desde hace muchos años, estimé oportuno compartir con D. José Luis Romero Torres lo que pensaba eran unas obras clarísimas de La Roldana, argumentando nociones estilísticas y de altísima calidad de las esculturas. Nada más ver las obras confirmó dicha atribución sin duda alguna. Hasta el momento se citaban como anónimas del siglo XVIII.

Efectivamente, se trata de un conjunto de tres esculturas en madera policromada, conservadas en el Desierto de Nuestra Señora de Belén de los Carmelitas Descalzos de Córdoba, conocido como Las Ermitas. La obra pudo formar parte de la magnífica colección artística del cenobio eremítico, legada por los numerosos bienhechores con que ha contado en su historia. Los datos más exactos sobre su llegada tienen que ver con el regreso de los ermitaños tras un periodo breve de exclaustración en 1836, momento en que numerosas familias de la nobleza y aristocracia realizan donaciones para completar el expoliado patrimonio del Desierto.

Es en ese momento cuando llegan la mayoría de las obras conservadas en el templo y dependencias. Desde que los ermitaños de San Pablo se fusionan con los Carmelitas Descalzos hace cincuenta años, estos han cuidado del patrimonio, restaurando gran parte de las obras, como sucede con este grupo del Nacimiento.

 

 

Ubicado en la portería de la pequeña iglesia, en una hornacina a la derecha, nos sorprende nada más acceder a esta pequeña estancia. Comencemos por acercarnos a cada una de las imágenes.

La imagen de la Virgen María (47,5 x 32,5 cms) se muestra arrodillada, con la mano izquierda en actitud de sujetar la tela que envuelve al Niño Dios, su mano derecha se abre como si acompañara el asombro de la Virgen ante la Palabra hecha carne y compensando la composición. Su rostro es de una dulzura singular, muy afín a sus composiciones marianas, como las escenas del Nacimiento de colección privada madrileña o cualquiera de las bellísimas escenas de maternidad, la del Convento de las Teresas de Sevilla o las Capuchinas de Granada. Su policromía al óleo es muy sobria: carmines en la túnica, un sencillo velo marfileño que cubre parte de su cabeza y un manto azul, más claro en la vuelta, que presenta una sencilla cenefa en oro. Conserva una bella diadema de plata de la misma época.

Por su parte, la imagen de San José (57 x 27 cms) aparece de pie, ligeramente inclinado el cuerpo hacia la cuna del Niño y avanzando el pie derecho. Su actitud es de adoración, la mano izquierda sobre el pecho, mientras que con la derecha sostiene su habitual vara florida. La policromía es de tonos suaves en el azulado verdoso de la túnica y en el ocre claro del manto, ambos ribeteados con un fino dibujo en oro, conservando igualmente su orfebrería original en vara y corona. Particularmente hermoso es el rostro, que sigue los cánones de belleza habituales en las imágenes josefinas de La Roldana, tales como las nuevas atribuciones de las que se conservan en la Iglesia de San Antonio de Cádiz o en el Convento de Belén de Antequera (Málaga).

 

 

Pero, sin duda alguna, la figura más entrañable y donde vemos a la mejor Roldana es la del Niño Jesús (21 x 9´5 cms), que en plácida actitud se acurruca en el pesebre. Su manita derecha la acerca a su cabeza como si se acabara de despertar, mientras que la izquierda la apoya en el pecho. El juego de las piernas denota el conocimiento de las posturas infantiles, a lo que se une la preciosa calidad de la talla y la carnosa policromía a base de rosas y nacarados en toda la anatomía completa infantil. Si en las demás imágenes se aprecia esa textura del barro llevada a la madera, aquí llega a cotas magistrales, como en la manita izquierda del Niño, que recuerda la ternura de sus creaciones más conocidas: la "Virgen con el Niño" de Las Teresas de Sevilla.

Todo ello nos lleva a atribuir con fundamento este precioso conjunto a La Roldana, situándolo en torno a los años finales del siglo XVII y comienzos del XVIII, entre los años 1690 y 1706, momento al que pertenecen sus mejores creaciones en barro.

 


 

NOTAS Y BIBLIOGRAFÍA

Fray Juan Dobado es licenciado y doctorando en Historia del Arte.

ROMERO TORRES, José Luis y TORREJÓN DÍAZ, Antonio, Roldana, Sevilla, 2007.

GARCÍA OLLOQUI, María Victoria, La Roldana, Guadalquivir, Sevilla, 2000.

GARCIA OLLOQUI, María Victoria, La Roldana, Arte Hispalense, Sevilla, 2003.

AA. VV., Las Ermitas, Córdoba, 1993.

 

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