IMÁGENES MARIANAS DE GLORIA EN LA CAPITAL HISPALENSE (VII)
Jesús López Alfonso y Jesús Abades
Virgen del Rosario (Iglesia de Santa Catalina): La imagen se viene atribuyendo al problemático Bernardo Gijón (finales del siglo XVII), del que se dice que hizo también la Divina Pastora de Santa Marina, otra de las grandes tallas gloriosas de Sevilla. Dicho autor no es otro que Francisco Antonio Ruiz Gijón, el cual usaba ese nombre para despistar a sus muchos acreedores. Fue concebida en origen como talla de bulto redondo, con ropajes esculpidos y policromados en la propia madera, pero con la moda de las vestiduras postizas acabó siendo desmochada para presentarla con ricas prendas de tela. Se sabe que, al menos, en el año 1789 ya estaba sobrevestida puesto que de ese modo nos la muestra el Libro de Reglas de su cofradía. De la talla original, aparte de su cara, el Niño y las manos, sólo nos han llegado los pliegues de la base de la túnica y sus pies. El estofado que presenta en la actualidad lo realizó el restaurador e imaginero David Romero Alonso al ser intervenida la Señora en los Talleres Isbilia. A los pies de la imagen siempre van dos figurillas que corresponden a San Bernardo de Claraval (que se distinguió por su carácter mariano) y San Juan Nepomuceno, Patrón de los Confesores, ya que fué arrojado con una rueda de molino al cuello por no revelar un secreto de confesión de Juana de Baviera, esposa del emperador alemán Wenceslao VI. Estas imágenes han sido recientemente restauradas por José Pulgar y parecen haber sido realizadas en la segunda mitad del XVII. También Pulgar ha intervenido la peana de nubes sobre la que se asienta la imagen, un ejemplar del siglo XVIII en la que los querubines emergen entre rocallas y nubes doradas. Cuenta una piadosa leyenda que la imagen sostenía el Niño en su brazo izquierdo. Un día, un monaguillo fue a cambiar una lámpara de aceite que ardía contínuamente delante de la imagen. Al llegar a la capilla oyó una voz que decía "llama al clero parroquial y di que he dicho esta parte del techo amenaza de ruina" . El acólito, asustado, contestó "Señora, no me creerán ni aunque así se lo diga" , a lo que la Virgen contestó "Di que me hallarán con el Niño cambiado de brazo" . Cuando los sacerdotes llegaron vieron al Niño cambiado de brazo, examinaron el techo y vieron que el aviso de la Señora era cierto. Desde entonces la Virgen lleva al Niño en esta posición, en recuerdo de aquel prodigio, ya que la Patrona de la Collación de Santa Catalina quiso de ese modo salvar a sus hijos.
Virgen de la Encarnación (Iglesia de los Terceros): Magnífica talla del Círculo de Juan Martínez Montañés que representa la Encarnación del Verbo divino en su seno tras la Anunciación por parte del Arcángel Gabriel, de ahí que María, concebida como una doncella joven y lozana, permanezca todavía con el Libro de las Profecías sostenido entre ambas manos. En 2006 fue intervenida en el taller de Juan Manuel Miñarro López para resanar el candelero y la pronunciada zona del busto de la Virgen, reintegrar escultóricamente la parte superior de las orejas -mutilada para adaptarle en su momento una peluca de pelo natural- y recuperar la policromía original de la talla, lo que felizmente pudo llevarse a cabo eliminando repintes y barnices oxidados que dejaron al descubierto la encarnadura primitiva de la obra, de tonos más sonrosados en las carnes y claros en las partes pilosas, así como de excelentes calidades en su composición. Para Miñarro, se trata de una obra del maestro cordobés Juan de Mesa, ya que, entre otros grafismos, el cuerpo presenta tallada la túnica con un drapeado pegado para no entorpecer las labores de vestir; exactamente igual que la Virgen de las Angustias de Córdoba, última obra documentada de Mesa.
Virgen del Carmen (Iglesia de Santa Catalina): La imagen es una obra de vestir realizada por José Gutiérrez Cano en 1860 y retocada en los años 60 de la pasada centuria por Francisco Buiza Fernández, quien labró nuevo juego de manos. De entre su valioso ajuar destaca el manto de salida, bordado en hilo de oro y sedas de colores sobre tisú de plata por Patrocinio López entre los años 1880 y 1881. La pieza, que mide 250 x 200 cm y para cuya confección se emplearon también perlas y pedrería, fue pasada a nuevo tejido de tisú por Dolores Pérez Tascone (1971), quien añadió en la parte central del manto el escudo de la Orden Carmelita. Es titular de la Real e Ilustre Hermandad de Nuestra Señora del Carmen, radicada en la Iglesia de Santa Catalina, aunque reside provisionalmente en la Iglesia de San Román por obras en su templo, al igual que la Virgen del Rosario de Santa Catalina.
Virgen de Araceli (Iglesia de San Andrés): Réplica de la devota Patrona de Lucena (Córdoba) y del campo andaluz, en cuyo honor se celebran, desde el penúltimo domingo de abril hasta el primer domingo de junio, las llamadas Fiestas Aracelitanas, instituidas desde que se erigió su cofradía, el 20 de abril de 1563, un año después de ser traída a España desde Roma. Antonio Castillo Lastrucci fue el encargado de reproducir en 1944 tan venerado icono, en origen una talla completa del siglo XVI que fue mutilada a principios del XVII para ser recubierta con ricas vestiduras naturales, y que, pese a haber sido repolicromada en varias ocasiones, conserva el estofado de la túnica y la nube con querubines que le sirve de escabel, así como cierto arrogante estatismo propio del Quinientos -el Niño, relacionado con el arte de Risueño, no se corresponde con el primitivo-. Lastrucci, que no percibió salario por llevar su madre el nombre de la Señora, tuvo que restaurarla años después al quedar afectada por un incendio fortuito en su templo.
Virgen de la Medalla Milagrosa (Iglesia de San Julián): Antonio Castillo Lastrucci, autor de buena parte de las tallas que reciben culto en el templo de San Julián tras ser rehabilitado en la posguerra, versiona tan popular devoción mariana, fruto de la doble visión sufrida por la francesa Catherine Labouré en el año 1830: en una de ellas, la Virgen aparecía vestida con un hábito inmaculista de raso, de pie sobre medio globo terráqueo, llevando un pequeño globo dorado en sus manos y aplastando con sus pies a una serpiente, símbolo del pecado; la segunda visión era muy parecida a la anterior, salvo que de sus manos brotaban unos rayos similares a los del sol, representativos de las gracias concedidas al orbe cristiano. La imagen recibe culto en la nave del evangelio de la iglesia, frente al grupo escultórico de la Piedad bajo el que se halla la sepultura de su prolífico autor.
Virgen de Rocamador (Iglesia de San Lorenzo): Pintura mural fechada en el siglo XIV. La bella Virgen, adornada con piñas y estrellas, sostiene en su brazo izquierdo al Niño, el cual sostiene un pajarito en la mano y mira embelesado a la Madre. Esta advocación procede de una localidad del sur de Francia, y se extendió por España a través del Camino de Santiago. En Sevilla, la leyenda dice que llegó por unos caballeros franceses que acompañaban a San Fernando en la conquista; sin embargo, es más probable que fuese Alfonso X el Sabio, que nombra a la Virgen de Rocamador en varias Cantigas, quien trajese esta devoción, aunque la imagen de San Lorenzo es posterior. Muchos peregrinos visitaban la Virgen de Rocamador en el siglo XVI e incluso cuenta la tradición que, en la capilla que antaño fue de la Cofradía del Gran Poder, había un hospicio de peregrinos, ya que este era el santuario de Rocamador más cercano a África. En el siglo XVIII, la Hermandad del Rosario de Rocamador recobró fuerza y de esa fecha data el retablo, que es de 1750. Señala Joaquín Egea que en el siglo XIX va perdiendo fuerza e incluso se pierden las rejas que guardaban la capilla y se le quitan al retablo dos imágenes de San Joaquín y San Miguel para restaurarlas, aunque luego no se han vuelto a poner. Más tarde se fusionó esta hermandad con la de la Soledad, que llegó a San Lorenzo en el XIX, tras el derribo de la iglesia gótica de San Miguel. La Parroquia de San Lorenzo y la Hermandad de la Soledad, asesoradas por el profesor Enrique Valdivieso y Joaquín Egea, han reclamado recientemente la restauración del mural, que sufre grandes desperfectos. No es sólo la Virgen la que está afectada: un paño de azulejos de 1609, de gran belleza pero destrozado porque se pegó sin orden ni concierto, necesita restauración y también la pintura mural de la Presentación de Jesús en el templo, muy afectada por la humedad que padece San Lorenzo, próxima a los restos de columnas que quedan en el templo como recuerdo de la entrada de la antigua mezquita. El mural de Rocamador ha tenido dos restauraciones en tiempos de Gestoso, en 1910 y otra en 1979, por el equipo del profesor Francisco Arquillo (1).
BIBLIOGRAFÍA
(1) GAMITO, Gloria. "SOS de la Virgen de Rocamador", en ABC, Sevilla, 24-03-2008.
Fotografías de Roberto Villarrica, Ricardo Calvo León, Sergio Cabaco y Jesús Abades
Sexta
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