EL ARTE SACRO DE PROPIEDAD PARTICULAR (XII)

Con información de Luis Real Guerrero


 

 
     
     

Nuevamente les traemos una Dolorosa de pequeño formato (47 cm); en esta ocasión, se trata de Nuestra Madre y Señora del Amparo, inspirada en la titular mariana de la Cofradía de la Entrada en Jerusalén de Cádiz, obra del taller valenciano de Rafael Peris (1948) con policromía del escultor sevillano Antonio Eslava y manos anónimas del siglo XVIII.

     
     
 
     
     

La imagen es de barro cocido y policromado para vestir, con candelero y brazos articulados tallados en madera. Fue labrada por Francisco Geraldia en 1995; si bien, dos años después, el famoso escultor e imaginero gaditano Luis Enrique González Rey la remodela y repolicroma íntegramente, confiriéndole su impronta actual.

     
     
     
     
Especial interés tienen los santos carmelitas que fueron colocados a ambos lados de la Señora en el año 2008. Representan a Santa Teresa de Jesús y San Juan de la Cruz, visten el hábito de la Orden del Monte Carmelo -cuya advocación mariana posee un gran arraigo en la capital gaditana- y miden tan sólo 20 cm de altura.
     
     
 
     
     

Los santos proceden de Perú y han sido labrados por el escultor Milton Farfán en pasta de arroz policromada, con ojos de vidrio. Su estética, como es habitual en la zona, se halla cercana a los modelos españoles de la imaginería de estilo rococó. El material también es propio del entorno. La santa porta un libro que simboliza su condición de Doctora de la Iglesia.

     
     
 
     
     

Volviendo a la imagen de la Virgen del Amparo, recibe culto privado en Cádiz y es propiedad de la familia Real-Guerrero. Como preseas suele llevar corona, media luna y ráfaga de estilo rocalla rematada por rayos biselados, éstas dos últimas obras han sido cinceladas por los prestigiosos talleres sevillanos de Orfebrería Maestrante.

     
     
 
     
     

Respecto a las piezas de bordado que viste, algunas de ellas han sido confeccionadas por Juan Luis Virlan Revidiego. Como es habitual en este tipo de piezas de devoción particular, suele ir profusamente adornada con joyas y abalorios pertenecientes a sus propietarios. Se venera en un retablito coronado con un diminuto dosel.

 

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