Se trata de un grupo escultórico con las tallas de Cristo, Dolorosa y San Juan en pequeñas dimensiones, perteneciente a un particular de San Fernando (Cádiz). La obra procede de Génova, donde fue adquirida en el año 2012, en una galería de arte de la región italiana que certificó su procedencia y autoría.
Una pieza singular, que forma parte de las obras de pequeño formato y bocetos que el artista Anton Maria Maragliano y su taller realizaran para particulares, no abandonando la calidad y minuciosidad de los grandes conjuntos, de marcado realismo barroco, que tanta fama le dieron en la Liguria de los siglos XVII y XVIII y que conformaría la llamada "escuela gaditano-genovesa", afincada en Cádiz durante el siglo XVIII.
El modelo iconográfico representa a Cristo muerto en la cruz, en el monte Calvario, velado por su madre y el discípulo amado. Respecto a la morfología del Crucificado, el esquema general transmite una torsión y desplome acentuado, con marcado arqueo centrado a su izquierda (rompiendo con la tradición hispánica), predominando una marcada asimetría.
En general esta obra sigue la estética maraglianesca: rostro sereno, carnadura que recuerda el marfil -donde aparecen las heridas del martirio en tonos verdosos-, uso de cuerdas encoladas para el paño y la corona de espinas, cabellos con bucles barrocos, grandes orejas despegadas del cuello, finos bigotes que terminan en una corta barba partida en dos y realistas arrugas en el cuello, los pies y las manos.
El conjunto alcanza 110 cm de altura, siendo el tamaño de las imágenes de 25 cm. La cruz del Cristo está rematada por tres cantoneras de plata labrada con motivos vegetales y un INRI, también de plata, enmarcado por ramas de laurel.
La Dolorosa y el San Juan siguen el esquema de su producción mariana y hagiográfica donde las tallas presentan dinamismo y movimiento centrífugo, en muchos casos helicoidal con proyección plana en forma de "S". Las cabezas aparecen inclinadas hacia la izquierda, con rostros de barbillas redondeadas con pequeño hoyuelo que deja entrever una grácil papada, labios entreabiertos muy dibujados, cejas y nariz finas, siendo esta casi una continuación de la frente, ojos rasgados, de cristal y orejas asomando levemente por el pelo. Las manos aparecen anchas y con los dedos cortos, algo muy característico de la producción maraglianesca. Los pies aparecen descalzos y apoyados en el montículo pétreo.
El conjunto fue restaurado en el año 2012 por Antonio J. Sánchez Fernández, Conservador-Restaurador de Bienes Culturales. Según el informe de restauración, había sufrido diferentes intervenciones a lo largo de la historia sin un criterio adecuado; presentando una lectura formal confusa, además de un mal estado de conservación que afectaba a todos los estratos (pérdidas volumétricas, fracturas, ataques de xilófagos, pérdidas y levantamientos en la capa de policromía y repintes sin criterio ni destreza técnica). El respeto al original ha sido la premisa básica en el trabajo realizado, recuperando el elemento histórico y documental, así como sus valores estéticos.
En el tratamiento se procedió en líneas generales a la fijación de la capa pictórica, tratamiento de desinsectación, limpieza, reconstrucciones volumétricas (en madera de cedro), consolidación con pasta de madera de los agujeros de xilófagos, fijación del brazo con espigas, reintegración de la capa de preparación y la reintegración cromática por medio de técnica acuosa y ayudado posteriormente con pigmentos al barniz.
Es difícil hablar de una autoría de Anton Maria Maragliano debido a la gran producción que salió de su taller en los siglos XVII y XVIII. Con carácter general se habla de la producción "maraglianesca" para hacer referencia a las obras salidas del taller de Maragliano en este periodo. La gran fama que adquirió Maragliano y su taller con las grandes producciones favoreció la creación de una producción "menor", adaptada a un tamaño que permitiese la devoción particular.
Esta producción "doméstica" es un fiel reflejo, a escala reducida, de las obras que eran veneradas en Iglesias y conventos de Génova, como es el caso del Grupo del Descendimiento de la Iglesia de Nuestra Señora de la Visitación o el Calvario de Nuestra Santa María de la Viña. Entre estas obras de pequeñas dimensiones, destaca la producción mariana, en las advocaciones del Rosario, Carmen y de la Inmaculada, los crucifijos y los pequeños conjuntos cristíferos como los calvarios y los descensos de la cruz. Siguiendo todos ellos el mismo esquema y dimensiones similares.
Parte de la mencionada producción artística se exportó a otros países, como es el caso de España, donde encontramos calvarios como el del Convento de las Hermanas de la Cruz de La Palma del Condado (Huelva) o el de las Madres Capuchinas en Toledo, siendo quizás "la muestra" que propició el encargo de obras mayores y el establecimiento de la escuela en Cádiz en la primera mitad del siglo XVIII.
Con esta pieza de devoción particular engrosamos el legado que dejó el maestro ligur Anton Maria Maragliano y su escuela en la vieja Gades. Un legado que en muchos casos ha estado a punto de desaparecer por su mal estado de conservación, por la desidia o el olvido, un legado que es testimonio fiel de una etapa de esplendor ya olvidada, donde el golpe de gubia y las pinceladas de oro nos recuerdan aquel bello hermanamiento entre Génova y Cádiz.
