MADRID: PINTURA Y DEVOCIÓN

07/12/2021


 

Con el propósito de ampliar al público la visita a la exposición Sorolla. Tormento y devoción, los responsables de la muestra han organizado una ruta titulada Madrid: Pintura y devoción en la que proponen descubrir la pintura del siglo XIX más desconocida, la pintura sacra conservada "in situ" en cinco espectaculares iglesias madrileñas. Disfrutando de esta experiencia, que transporta al contexto de la creación del pintor valenciano Joaquín Sorolla, se conocerá un Madrid diferente en el que podrán ver los vínculos que unen su obra religiosa con la de sus maestros y compañeros.

 

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Ermita de San Antonio de la Florida (Madrid)
Foto: Bernard Blanc


En esta pequeña ermita se conserva el famoso conjunto de murales de Goya, que además está en ella enterrado. Este templo de aspecto sobrio y elegante fue encargado por Carlos IV al arquitecto Francisco Fontana en 1791. Consagrado a san Antonio de Padua, patrón de las muchachas solteras, recibe cada 13 de junio una de las romerías más populares de Madrid. Llama la atención que haya una iglesia exactamente igual a su izquierda, una réplica construida en 1928 donde se trasladó el culto, con el fin de preservar las pinturas de Goya, restauradas entre 1987 y 2005. Así el templo original quedó como museo dedicado al padre de la pintura moderna, al sentar las bases de las que bebieron todos los artistas del siglo XIX, incluido Sorolla. Goya situó su libertad individual creativa por encima de todo, evolucionando desde una rígida pintura académica, que seguía la moda de la Corte ilustrada, hasta un estilo totalmente personal, a través de originales escenas en las que reivindicaba los problemas de la sociedad de su época con un tratamiento muy realista en el que, por encima de todo, destacan la fuerza expresiva de los personajes y su pincelada cada vez más suelta.

Goya recibió este encargo religioso cuando era pintor real, abordándolo desde un moderno punto de vista al trasladar la narración de la vida de San Antonio de Padua al Madrid de su época. Representó así en la cúpula el milagro de San Antonio, escogiendo el momento en el que el santo, reconocible por su aureola y hábito color pardo, resucitó a un hombre con el fin de exculpar a su padre de las acusaciones de asesinato en presencia del pueblo de Madrid, que, asomado a las barandillas, es el verdadero protagonista de la escena. Goya sentó las bases de la pintura religiosa del siglo XIX al humanizar la escena y acercar el hecho a los fieles a través del realismo y gran fuerza expresiva de las figuras, recortadas ante un paisaje de potente colorido. Los juegos de luz armonizan el conjunto, que se completa con la representación de diversos ángeles, bien en grupo, a modo de coro en el ábside en una Adoración a la Trinidad, bien con apariencia femenina, de gran sensualidad y belleza, llamadas popularmente "ángelas", dando así un aire profano y festivo a esta concurrida ermita.

 
 
 
 
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Basílica de San Francisco el Grande (Madrid)


Este monumental templo cuenta con la cuarta mayor cúpula de toda Europa, con más de 40 metros de altura. Finalizada en 1784 por uno de los principales arquitectos de la Ilustración, Francisco Sabatini, del cual Madrid celebra este 2021 el tricentenario de su nacimiento. Su austero aspecto exterior contrasta con el ambicioso proyecto decorativo de su interior, realizado entre 1880 y 1890 por conocidos pintores españoles de la época. El pintor Carlos Luis de Ribera, especializado en pintura mural al fresco, dirigió el proyecto y decoró la cúpula con una Coronación de la Virgen María ante la corte celeste, tratado desde un punto de vista histórico. El resto de pinturas, en las capillas circundantes, muestran sin embargo una gran variedad de estilos propios de autores de la generación de Sorolla. Destacan Manuel Domínguez, Casto Plasencia, José Marcelo Contreras, o Antonio Muñoz Degraín, en cuya pintura "El entierro de Cristo", situada en la capilla del sagrario, nos centraremos buscando las similitudes con la obra del mismo nombre que abre Sorolla. Tormento y devoción.

Similitudes que se extienden al plano personal, al ser Antonio Muñoz Degraín (1840-1924) un pintor también valenciano, especializado en paisajes y pintura histórica, con reconocidas obras como "Los amantes de Teruel" de 1884. En su estilo el color predomina sobre el dibujo, destacando los audaces contrastes de luces y sombras de sus fantasiosas escenas. Tuvo un importante papel como docente, al sustituir al gran pintor realista Carlos de Haes en la cátedra de paisaje de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando (Madrid) e incluso llegó a dar clase en la Academia de Málaga, a un jovencísimo Pablo Picasso. "El entierro de Cristo" se enmarca en las llamadas "escenas de Calvario" que narran, según los evangelios, los hechos acaecidos tras la muerte de Cristo. Muñoz Degraín se centró en uno de los momentos de mayor dramatismo, en el que un grupo de figuras velan el cuerpo yacente de Cristo, destacando el lamento de la Virgen María a sus pies y el de María Magdalena arrodillada en primer plano, cubriéndose el rostro como muestra de su sufrimiento.

El entierro de Cristo al aire libre fue uno de los temas preferidos por los jóvenes becados en Italia a finales del siglo XIX, al permitir aunar en una misma obra el tema histórico con el religioso, concebido de manera más subjetiva, a partir de la lectura personal de cada autor sobre la Biblia. Las similitudes entre las obras de Antonio Muñoz Degraín y Joaquín Sorolla radican en que ambos dieron un tratamiento realista a las escenas para acercar el hecho a los fieles, a la vez que cedieron el protagonismo al paisaje y la luz que inunda el fondo de las obras. Muñoz Degraín representa en "El entierro de Cristo" un escenario agreste y sombrío con gran detalle, ante un horizonte limpio bajo la crepuscular luz del alba, donde las figuras se recortan con una gran intensidad expresiva. El hecho religioso se aborda así desde una óptica naturalista, a la vez que la atmósfera está impregnada de un sentimiento poético, en la línea del incipiente simbolismo.

 
 
 
 
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Basílica Pontificia de San Miguel (Madrid)


Llama la atención la original fachada de este templo, tan vertical y convexa en sus lados. Fue encargada en 1739 por Felipe V al arquitecto y escenógrafo italiano Giacomo Bonavía, junto al palacio arzobispal que tiene anexo, para su hijo el infante-cardenal Don Luis. Tanto su diseño exterior como interior responden a los novedosos diseños barrocos italianos importados por la esposa del rey, Isabel de Farnesio. Presidiendo el altar mayor nos encontramos con el lienzo "San Miguel Arcángel" (1897) de Alejandro Ferrant y Fischermans (1834-1917). Pintor madrileño perteneciente a una saga de artistas, especializado en pintura de historia, paisajes, retratos y, sobre todo, religiosa que destaca por su honesta sinceridad, basando su pintura, al igual que su coetáneo Sorolla, en el interés por la representación al natural, el predominio del color y la pincelada suelta.

Este cuadro fue encargado por el papa León XIII, quien en 1884 tuvo una aparición del arcángel, teniendo su representación un gran auge a partir de entonces. Se trata del jefe de las milicias celestiales que protegen a Dios, considerado protector de la Iglesia y patrono de la Santa Sede, tema más que apropiado al encontrarnos en la actual sede de la Nunciatura Apostólica. Alejandro Ferrant lo representa con sus atributos clásicos de general romano, con su espada y balanza, rodeado de las jerarquías angélicas en un momento de gran carga expresiva, cuando vence al demonio Lucifer, representado en escorzo entre las sombras frente al gran haz de luz que rodea al arcángel. Ferrant enmarca así la escena en un "rompimiento de gloria", recurso pictórico barroco por el que se separan los planos celestial del terrenal o del infernal, como es este caso.

 
 
 
 
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Iglesia de San Jerónimo el Real (Madrid)


Nos encontramos ante uno de los templos más antiguos de Madrid, encargado por los Reyes Católicos en 1502 al arquitecto Enrique Egas, siendo además el primero de estilo gótico-renacentista. Fue construido para dar servicio tanto al monasterio jerónimo como a la monarquía al disponerse un "cuarto real" anexo, que el rey Felipe IV ampliaría en el siglo XVII, creándose el Palacio del Buen Retiro. El templo fue restaurado en el siglo XIX por los arquitectos Narciso Pascual y Colomer, quien añadió las dos torres-campanario, y Enrique Repullés y Vargas, el mismo arquitecto de la Casa-Museo Sorolla, quien hizo más diáfano su interior y acentuó su estilo gótico original dentro de la moda historicista del momento. Por último, el arquitecto Rafael Moneo restauró su claustro para incorporarlo al Museo Nacional del Prado en 2007.

En el crucero se conservan los lienzos de "San Juan" y "San Mateo" encargados al pintor Eduardo Rosales (1836-1873), que dejó sin concluir al morir al poco tiempo. En su pintura se sintetiza toda la del siglo XIX. Se inicia con una pintura religiosa en Roma, sencilla y de gran espiritualidad, centrada en la línea y los tonos fríos. Evoluciona hacia el realismo de corte velazqueño y la pintura de historia, en obras como "Doña Isabel la Católica dictando su testamento" (1864), para terminar con una pintura más sintética, expresiva, de pincelada amplia y composición abocetada que influyó de gran manera en la siguiente generación, de la que Sorolla fue el máximo exponente. Estas dos obras conforman su testamento artístico al reunir las principales característica de su pintura. Rosales sitúa a los evangelistas de perfil con su característico silueteado en negro, dentro de un círculo o tondo escribiendo. Sus libros son sostenidos por sus principales atributos: un ángel en el caso de "San Mateo", al versar su evangelio sobre la genealogía humana, y un águila en el caso de "San Juan", considerada el ave que más alto vuela por la altura espiritual de sus textos. Las figuras destacan por su tamaño monumental, y corporeidad casi escultórica que recuerda a Miguel Ángel. El realismo en la expresión de sus gestos se subraya con los contrastes de luces y sombras en los paños y la luminosidad del fondo sobre el que se recortan.

 
 
 
 
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Parroquia de Santa María la Mayor (Colmenar de Oreja, Madrid)
Foto: Chity del Amo


En esta pequeña localidad de la comarca de Las Vegas encontramos una verdadera joya arquitectónica, una iglesia-fortaleza del siglo XIII construida por la orden religiosa y militar de Santiago, ampliada a finales del siglo XVI por el arquitecto del Escorial, Juan de Herrera. Por encargo del monarca Felipe II, Juan de Herrera infundió su estilo geométrico y sobrio al conjunto, añadiendo dos naves laterales a su planta de cruz latina así como una torre-campanario de más de 60 metros de altura.

En su interior, encontramos las pinturas del artista local más famoso de su historia: Ulpiano Checa (1860-1916). Autor de gran éxito en el extranjero, al igual que Sorolla, fue un viajero incansable que persiguió la fama internacional en los salones de París, ciudad en la que se estableció. Trabajó de manera muy prolífica pinturas costumbristas, orientalistas y sobre todo históricas, siendo conocido por sus grandes escenografías ambientadas en la Antigua Roma como "Los últimos días de Pompeya" (1900). Su estilo destaca por una imaginación desbordante que manifiesta a través de un gran dominio del dibujo, un colorido de gran viveza y una pincelada rápida y precisa. Fue un adelantado a su época, al anticipar el mundo del cinematógrafo a través del dinamismo y la secuencialidad que dio a sus escenas. Además fue un artista multidisciplinar al trabajar como escultor, escenógrafo o ilustrador, siendo de los primeros autores que protegieron sus diseños con copyright.

Pese a vivir en el extranjero, Checa no olvidó sus orígenes y durante el verano de 1897 quiso donar a su pueblo dos grandes murales al fresco. Son dos pasajes marianos situados en el presbiterio: en el muro derecho "La presentación de la Virgen en el templo", que narra cómo la Virgen niña fue presentada por sus padres Joaquín y Ana ante el sumo sacerdote Zacarías de Jerusalén; en el izquierdo, "La Anunciación de la Virgen", en el que tomó la arquetípica composición en la que el arcángel Gabriel revela a María en su casa de Nazaret, la llegada de su hijo, sobrevolando la escena una paloma blanca símbolo del Espíritu Santo. Obras que destacan por su profundo espíritu religioso, su composición escenográfica y el gran tratamiento del color y la perspectiva. Checa consigue un gran efecto de profundidad al disponerlas tras tres arcos de medio punto que, a su vez, se apoyan sobre una balaustrada que finge abrirse sobre la propia iglesia, aportando gran amplitud al interior.

 

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