ALONSO BERRUGUETE (II)
SAN SEBASTIÁN
José María de Azcárate
A la España de la época de Carlos I no podían agradar íntegramente las ideas del Renacimiento italiano en el terreno de las artes plásticas por lo que tenían de ruptura con la tradición medieval y de renovación del paganismo en cuanto culto a las bellas formas aparentes. La ruptura con la Edad Media iba en desacuerdo total con la idea hispánica, tanto desde el punto de vista político como religioso. Para el castellano del siglo XVI la Edad Media se ofrecía con el carácter heroico de la lucha contra el Islam. La Edad Media y el inmediato reinado de los Reyes Católicos dio el concepto del quehacer histórico como defensa de la Cristiandad, al que se aunaba el Descubrimiento de América, que impregnó de carácter mesiánico y combativo al Catolicismo. Al mismo tiempo el castellano veía en la religiosidad de la Edad Media el fundamento de su vida, ya que el espíritu cristiano de la lucha contra el Islam había dado contenido religioso a la vida hispánica. El castellano de la primera mitad del siglo XVI, combatido por la Reforma protestante tanto militarmente como en el campo de las ideas, veía en este intento de ruptura (aunque fuese tan sólo para enlazar con los primeros siglos del Cristianismo y no con la Roma pagana) no solo un ataque a la fe, sino también un ataque a su concepción del Imperio cristiano, como intentaba construir Carlos I. Veía una fuente de peligros, que en las artes plásticas se manifestaba en el demasiado apego a las formas externas, y en todos los campos percibía que, más que una vuelta a los principios de la Antigüedad clásica, era necesaria una Reforma como la de Trento. El intelectual sentía esa necesidad de renovación y advertía la conveniencia de incorporar las nuevas formas e ideas, que servirían únicamente para revestir más bellamente la esencia de la creencia hispánica. En consecuencia, surge un Renacimiento de carácter esencialmente cristiano, en muchos aspectos formales e ideológicos opuesto al italiano, que a la larga ha de dar impulso a la renovación artística de los tiempos modernos, pues en él ha de fundamentarse el manierismo del arte tridentino y, en definitiva, del arte barroco del siglo XVII. Un Renacimiento del que Berruguete ha de ser el máximo representante en la escultura como, siguiendo sus huellas, años después lo ha de ser El Greco en la pintura. Se desprecia o descuida la bella forma aparente, de tal manera que la obra si agrada o cautiva es justamente por su carácter expresivo, a lo que se supedita todo. Se buscan, incluso, estridencias, disonancias y arbitrariedades extrañas para agitar el alma del espectador. Se llega al alma y habla la imagen directamente conduciendo al contemplador, conforme al texto paulino, a la consideración de lo invisible a través de lo visible. No se pretende que el espectador quede prendido o detenido ante la imagen, en el fondo ligera variante de la idolatría, sino que procura desasosegarle el espíritu e inquietarle para sacarle de la inercia reposada y anhele y perciba intelectualmente la belleza eterna. Así nos explicamos esas inquietantes figuras de Berruguete, como el suave San Sebastián, en el que, por la grácil belleza e inestabilidad del joven mártir, nos conmueve. Radica el arte de Berruguete en la concepción neoplatónica, que se circunscribe a un mundo de ideas conforme al concepto neoplatónico popular en la España del XVI y que ha de culminar en el arquetipo cervantino del Ingenioso Hidalgo. Un carácter neoplatónico que no se ciñe al mundo abstracto de las ideas, sino que toma la realidad para recrearla de nuevo, dando vida a una nueva visión del mundo y de las cosas. Así en Berruguete vemos el idealismo del San Sebastián resbalando por el tronco del árbol con irreales dorados en telas y cabellera. Es un platonismo, en suma, que no pierde el contacto con la realidad, por lo que con justicia se ha hablado del realismo de esta escuela española del Renacimiento, pero no es un realismo naturalista como en el XVII, sino que apoyándose en la sensación crea un mundo intelectual, en lo que estriba uno de los aspectos esenciales de la modernidad de Berruguete. Justamente es esta deformación intencionada de las formas visibles, para crear un nuevo mundo de formas, una concepción estética paralela a la de los artistas abstractos coetáneos que rompen con la visión sensualista de los impresionistas para crear un mundo de formas totalmente nuevo. |
Fotografía de Mauro Urdiales Alonso
FUENTES: DE AZCÁRATE RISTORI, José María. "Alonso Berruguete y el Renacimiento Castellano",
en Publicaciones de la Institución Tello Téllez de Meneses,
nº 22, Palencia, 1961, pp. 14-17.
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