JOSÉ CAPUZ. 50 ANIVERSARIO
CRISTO DE LA FE (MADRID)

Con información de Antonio Méndez Cabal


 

 

El calificativo de inquieto, prodigado inadecuadamente a artistas que no han sentido otra inquietud que la de industrializar su arte, adquiere pleno valor al referirse a Capuz, escultor que bebió en todas las fuentes estéticas en noble afán de elevar su arte. Fue hombre de gran agilidad mental, finos nervios y delicada sensibilidad. Todo ello se traduce en constante y sutil perfección del ambiente estético. Es a manera de fina antena que recogió y registró las más lejanas ondas del arte. Ello es un bien, mas en algún caso entraña serio peligro.

La formación estética de Capuz fue muy variada. Discípulo de Antonio Alsina, se adiestró en el oficio dentro de la técnica ecléctica e insípida de la España de comienzos del siglo XX. Más tarde hace oposición a una plaza de pensionado en Roma y logra el triunfo. En 1910 ya le tenemos instalado allí, recibiendo mil opuestas impresiones, o impresiones deliciosamente variadas según el criterio estético del que las recibía, ya que la diferencia está en saber asomarse a las múltiples ventanas que enfocan el campo artístico.

La visión de Italia para quien posea mirada fecunda quizá resulte desconcertante en el primer momento, mas a poco ordenará sus sensaciones e instintivamente pondrá los valores estéticos en su lugar adecuado. Recién llegado a Roma, Capuz se encontró en el centro de una amplísima perspectiva. Quien había vivido el mezquino ambiente estético madrileño se topó con una nutrida colonia extranjera de artistas que, buscando mayor valoramiento de su arte, trabajan con las más diversas técnicas: ritmos de Rodin, contagios de Trubetzkói, acentos de Meunier... En Roma se exponían extrañas teorías y se pretendían generosos absurdos.

Capuz, luego de haber ordenado sus ideas, contempló atentamente las obras helenas y las interpretaciones decadentes de la Roma de los Césares. Meditó ante la obra enérgica y exaltadora de la fuerza que legó Miguel Ángel, ante la elegancia de Donatello y ante las delicadas cerámicas de los della Robbia. En todo había elementos utilizables, si se acertaba a adoptarlos al sentir estético actual. Dichos elementos se advierten en el Crucificado de la Fe, labrado por Capuz para la cofradía madrileña del Silencio.

Capuz selló esta obra con la serenidad más augusta, dentro del realismo imaginero más clásico. Tanto el Cristo como el madero original fueron tallados en madera de ciprés. Del modelo impuesto para su ejecución -una antigua devoción madrileña, destruida durante la II República, que se veneraba en la parroquia de San Luis Obispo y fue titular de la congregación del Santísimo Cristo de la Fe de San Luis- Capuz solo tomó las líneas maestras de una rígida composición de Cristo muerto en la cruz, con la cabeza inclinada al lado derecho y el pie derecho montado sobre el izquierdo, quedando el resto acorde con su concepción escultórica.

 

 

FUENTES: MÉNDEZ CABAL, Antonio. "Las esculturas de José Capuz", publicado en Blanco y Negro, Madrid, 1924; BARBERÁN, Cecilio. "Las nuevas obras de Capuz, Higueras, Pinezas y Marco Pérez para Semana Santa", publicado en ABC, Madrid, 29/03/1945; http://academiasemanasantamadrid.org

 

Fotografías de José Alejandro de la Orden

 

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