Según el historiador Carlos Cid Priego, desde mediados del siglo XVIII, encontramos en la pintura española cuatro corrientes: barrocos rezagados, extranjeros importados por la dinastía de los Borbones, neoclásicos españoles y la genialidad de la figura de Francisco de Goya, resumen y contradicción de todo lo anterior.

Entre los rezagados o conservadores del barroquismo está la familia Bayeu, que ha dejado obras en la Basílica del Pilar, en los sitios reales y numerosos cuadros y cartones para tapices en El Prado. Más sobresalió el valenciano Vicente López Portaña; en opinión de Cid Priego, técnicamente superdotado, pero opuesto a todo lo genial, de pálido colorido, cuadros acabados como esmaltes y cuyas obras, en las que un encaje tenía la misma importancia que un surco de la cara, gustan más por lo bien hechas que están, que por su valor artístico.

En su vida (1772-1850), Vicente López, seguidor de los maestros Mengs y David, se mantuvo fiel a esos principios y dejó una producción considerable, incluidos los retratos de su generación, que incluye el del propio Francisco de Goya; curiosamente, el mejor de todos ellos. Según Cid Priego, ello fue así porque el impaciente aragonés no le permitió acabarlo. Cultivó también los temas religiosos, caso de la pieza que hoy les mostramos: la Virgen del Carmen con el Niño, probablemente obra de taller y conservada en el Museo de Bellas Artes de Valencia.

La obra, cuyas medidas son 76,4 x 58 cm, muestra a Madre e Hijo fundiéndose en un tierno abrazo al tiempo que sujetan con devoción el escapulario carmelita. El juguetón Jesús, envuelto en pañales, mira con sumo afecto a María. En muchas ocasiones, López se aprovechó a sí mismo y a miembros de su familia, como su esposa, su cuñada o sus hijos Luis y Bernardo, para sus creaciones con el fin de dar mayor verismo a las iconografías.