Impulsado por su amor hacia la figura de Jesús, manifestado especialmente en el derramamiento de su sangre, el italiano San Gaspar del Búfalo (Gaspare Melchiorre Baldassarre del Bufalk. Roma, 1786-1837) fundó en 1815 la Congregación de los Misioneros de la Preciosa Sangre. En 1834, con su apoyo, Santa María de Mattias fundó una rama femenina que se tituló Congregación de las Hermanas Adoratrices de la Sangre de Cristo.

San Gaspar del Búfalo conoció la teología de la Sangre de Cristo en parte por el padre Francisco Albertini, quien infundió en Gaspar un gran amor por esta devoción. Posteriormente, el santo romano trabajó por dar a conocer esta teología a la Iglesia y la sociedad. Su trabajo apostólico giró en torno a ello.

El lugar de la Sangre de Cristo, a partir de la experiencia de San Gaspar del Búfalo, lo podemos encontrar en el tema de la redención, la salvación, la justificación y la reconciliación. Gaspar califica a la sangre de Jesús como divina, preciosa, debido a que fue el precio de la redención humana. Por tanto, el tema de la salvación en relación a la Sangre de Cristo, es un misterio donde Cristo entrega su Sangre para la salvación de todos.

Las intenciones del santo fueron inmortalizadas por el artista italiano Giovanni Gasparro (Puglia, 1983) en su óleo sobre lienzo "San Gaspar del Búfalo intercede por las Ánimas del Purgatorio" (2016), pintado para el templo romano de Santa Maria in Trivio. Las almas, en este caso, aparecen solo como unas manos que, buscando desesperadas su salvación, atraviesan las nubes para tratar de apoderarse de los cálices que el santo recoge del cuerpo de Cristo, quien no duda en abrirse la llaga del costado para complacerlo.

El arte de Giovanni Gasparro asocia la hermosa tradición de la pintura barroca con los signos de una modernidad torturada. Sus lienzos se inspiran en el voluptuoso realismo y el tenebrismo de los pintores barrocos del siglo XVII que trabajaron en los territorios de Malta, Sicilia, Nápoles y España, sobre todo Caravaggio, Mattia Preti, Luca Giordano, Pietro Novelli, Francisco de Zurbarán y José de Ribera. También vemos influjos modernos como los de Francis Bacon y Lucian Freud a nivel de gestos y texturas.

Como un motivo que recorre su pintura, las manos son los miembros más deslumbrantes de dicha modernidad. Son prominentes, parecen crecer, y muestran dedos delgados y retorcidos. Se multiplican de uno o varios cuerpos, empujándose unas a otras. Sienten, palpan, acarician, abofetean, golpean, desgarran...

En la mayoría de las obras de Gasparro observamos también un cariz que roza lo erótico y hasta lo masoquista, como podemos ver en la abundancia de gestos sufrientes y la forma de mostrar la crudeza del desnudo, pues este pintor trata el cuerpo como un material listo para ser cercenado, abusado y exhibido. Más allá de los temas relativos a la pasión de Cristo, el dolor es un motivo en su pintura. Un dolor vivo, presente, casi ineludible.

El mundo de Gasparro es muy masculino, formado por santos -muchas veces poco conocidos como San Gaspar del Búfalo-, hombres desnudos, gente tosca y burlesca, y viejos clérigos de ojos hundidos, profundas arrugas y manos carcomidas por la edad. Los rostros conocen todas las expresiones: pavor, éxtasis, ingenuidad... La paleta de Gasparro quiere tocar todas las profundidades y matices del alma humana.

Como hemos dicho, en sus pinturas hay un erotismo latente pero nunca materializado. No hay rastro de desnudez provocadora, sino de una fuerza plástica cuyos orígenes son casi milenarios. Existe el cuerpo, pero también existe el éxtasis. El estilo de Gasparro no es ligero, ni agradable, ni suave. Es una pintura sacra del malestar, que al contrario de producir calma al espectador, le petrifica, le alerta y le conmueve.