LA OBRA DE ALEJANDRO CARNICERO (IX)
SAN MIGUEL (I)
Juan Fernández Saorín
Varias fueron las imágenes que realizó Carnicero sobre el Arcángel San Miguel. La obra que nos ocupa, la de Nava del Rey (Valladolid), sigue la estela de la que encontramos en la capilla de la Iglesia de la Cofradía de la Vera Cruz de Salamanca, que se había venido creyendo obra suya, si bien Brasas Egido, en el catálogo sobre la exposición que la cofradía celebró en 2006 con motivo de su quinto aniversario, la encamina a una obra de origen napolitano del año 1716 por su semejanza con un San Miguel en plata atribuido a Domenico Antonio Vaccaro que se encuentra en el Museo de Salamanca, y a un bellísimo y famoso San Miguel atribuido a Francesco Picano que se encontraba en el convento salmantino de las Agustinas de Monterrey, hoy en el County Museum of Art de Los Ángeles. Siendo pleno conocedor de estas obras, durante su primera estancia en Salamanca, podríamos considerar su serie de imágenes de San Miguel deudora de las obras anteriormente citadas. Además de la magna obra destinada para la Iglesia del Hospital de Nava del Rey, realizó imágenes del Arcángel para Tarazona de Guareña (Salamanca), Alaejos (Valladolid), Arcediano (Salamanca), o el Monasterio de la Victoria de Salamanca. Es el propio Ceán Bermúdez el que indica el año de realización del San Miguel de Nava del Rey en 1736, dato confirmado tras el hallazgo por parte de José Manuel Rodríguez de un grabado (fotografía superior) encontrado en la Iglesia de los Santos Juanes que realizó Alejandro Carnicero inmediatamente después de la ejecución de la imagen, fechado en ese mismo año. El admirable grabado demuestra la enorme maestría en la práctica del buril y el talento para el dibujo de Carnicero, al igual que la gran estima que debió tener hacia la imagen para la realización del grabado y su posterior divulgación. José Manuel Rodríguez y Virginia Albarrán apuntan a las muchas imágenes de San Miguel de otras localidades que se encuentran influenciadas por esta magnífica pieza como la de Plasencia (Cáceres), Andavías (Zamora) o Narros del Castillo (Ávila). Incluso podemos apreciar cierta influencia en las que realizara el insigne escultor de Nava del Rey afincado en Madrid, Luis Salvador Carmona. Es más que probable que el encargo se llevara a cabo por mediación del hermano Antonio Alonso Bermejo, mecenas del edificio, y habiendo conocido con probabilidad al San Miguel que realiza Carnicero en 1727 para la cercana localidad de Alaejos. Por el lugar al que va destinado, Carnicero evoca con su obra la lucha de la esperanza y la fe frente a la enfermedad y la muerte, acercando a Dios a los desahuciados e instando al resto de enfermos a la resistencia al sufrimiento y el dolor para superar con esperanza el trance de la enfermedad. La obra acaricia con sutil delicadeza los sentidos, se trata de toda una afrenta a lo puramente estático bajo una concepción antitética a la ley de la gravedad y bajo la configuración de lo que podríamos denominar equilibrio inestable, conseguido mediante un cuidadísimo estudio dinámico de la acción de descenso y posado de la imagen de San Miguel Arcángel sobre el cuerpo del demonio, así como de la armonía de fuerzas contrapuestas (capa, alas, brazo izquierdo con escudo, ligera inclinación hacia delante, pierna que atrasa) que favorece el necesario equilibrio para que la imagen del arcángel permanezca intacta en su integridad. De esta forma Carnicero dota a aquella parte aparentemente más débil de la imagen, su pierna izquierda, de la consistencia suficiente para soportar el peso de la talla. La hostilidad de la acción que da lugar a una soberbia exhibición de fuerza, viene determinada por el movimiento giratorio del cuerpo, más acusado en esta obra que en la de Alaejos, establecido por la acción del brazo derecho que se prepara para asestar el violento golpe; la velocidad de caída, determinada por la excesiva elevación de la pierna izquierda; la apertura de las alas, el vuelo de la capa y el movimiento diagonal de la faldilla. El enérgico acto contrasta con la serenidad y ternura del adolescente rostro, hierático, exento de mueca o gesto que verifique la crudeza y fiereza de la hazaña. La calidad de la figura es tal que parece estar suspendida en el aire. La elegancia está presente en toda ella, pues bien pudiera confundirse con una bella coreografía. |
Nota de La Hornacina: Extractos del artículo "Alejandro Carnicero, Escultor y Grabador", publicado en la revista Anástasis, Cofradía de Ánimas de Cieza (Murcia), nº 8, 2010, pp. 20-33. |
Fotografía de Juan Fernández Saorín
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