EL ARTE DE LUIS CERNUDA (1902-1963)
DAVID (CIUDAD DE MÉXICO)
Emilio Barón, James Valender y Armando López Castro
Cuando algún cuerpo hermoso, Esta humillante servidumbre, Él da el motivo, Si yo te hablase La hermosura, inconsciente Precio de un Cuerpo |
En 1955 la revista cordobesa Cántico publica el primer homenaje del poeta en España, a quien dedica el número doble 9 y 10 (agosto-noviembre). Dos años después salen a la luz en Málaga Poemas para un Cuerpo -última sección de Con las Horas Contadas (1950-1956)-, una serie de poemas amorosos, tan intensa como la serie homóloga de Donde habite el Olvido, que Cernuda comenzó a escribir en México, durante las vacaciones de 1951, continuó luego en Mount Holyoke y terminó también en tierras mexicanas. Los Poemas para un Cuerpo se cuentan entre los más bellos y de lenguaje más natural escritos por Cernuda. Son dieciséis composiciones, al igual que Donde habite el Olvido, breves y melodiosas, con ritmo de canción. En México el poeta se fue quedando más y más solo. Rupturas, muertes de amigos (Manuel Altolaguirre, Enrique Asúnsolo), ausencia de otros (Octavio Paz, que se halla en París ahora)... Cernuda pasea solitario, toma un autobús y se va siempre solo a Cuernavaca, y vive como un fraile en la finca que su amiga Concha Méndez tenía en Coyoacán, un barrio de Ciudad de México, donde escribía sus hermosos poemas. Durante una estancia en San Francisco, a raíz de una invitación de la Universidad de California en Los Ángeles, completa su último libro de poemas: Desolación de la Quimera (1956-1962), de extrema madurez, recapitulación de lo vivido y apertura a una nueva realidad. En el poema que da título al libro se aprecia una síntesis de sus temas: el paraíso perdido de la infancia, el amor ya imposible, el destierro y el destino del artista, y un encuentro con lo imposible, con lo que todavía no ha tenido lugar, que es el lenguaje propio de la poesía. En sus últimos años Luis Cernuda disipó cualquier duda en lo relativo a sus relaciones con los "gestores" o empresarios del Grupo del 27: Dámaso Alonso -su inventor y vocero académico-, Gerardo Diego -editor-, Pedro Salinas -fino diplomático-, Jorge Guillén -también vocero académico- y Vicente Aleixandre, el que, operando desde la sombra, se alzaría a la postre con el Nobel. Muerto García Lorca -junto con Cernuda el otro gran poeta de esta generación-, el grupo se constituyó en torno a su cadáver cuidando de minimizar la importancia de Cernuda. No es de extrañar que éste, en sus cartas de estos años -como la del 19 de mayo de 1961 a Jaime Gil de Biedma, quien tenía a Cernuda como modelo-, señale sus desavenencias con sus compañeros generacionales y denuncie el "ninguneo" a que, desde el comienzo, sometieron a su obra los citados empresarios; quienes tampoco aceptarán, tras la muerte de Cernuda, a colaborar en los homenajes tributados al poeta en revistas españolas, incluso Dámaso Alonso se negará a dirigir una tesis sobre Cernuda. El 5 de noviembre de 1963 el poeta amaneció muerto en su habitación. Cuando no apareció por la mañana, Paloma, hija de Concha Méndez y Manuel Altolaguirre, subió a su cuarto y lo encontró en el suelo. Tenía puesta la bata y las zapatillas. En la mano derecha sostenía su pipa y en la izquierda una caja de cerillas. Había tres o cuatro apagadas en el suelo. Se veía que el paro cardíaco lo había sufrido al querer bajar a la cocina. Por lo visto había estado leyendo o escribiendo: seguía encendida la lámpara. En la mesilla de noche, el libro que leía en ese momento: Novelas y Cuentos, de Emilia Pardo Bazán. Marcando la página, dos reproducciones: el David de Miguel Ángel y el Retrato de Francisco I, por Tiziano. En su máquina de escribir se encontraba una nota de última hora que Cernuda pensaba agregar a un ensayo suyo sobre los Álvarez Quintero. A pesar de todo lo que el poeta hiciera por dejar atrás su Sevilla natal, se ve que ésta lo acompañó hasta el final. El entierro tiene lugar al día siguiente, en el Panteón Jardín, al sur de Ciudad de México. Solo unos pocos amigos acompañaron al féretro hasta su tumba, no lejos de donde descansaba quien alguna vez fuera su íntimo amigo Emilio Prados. Una póstuma broma del destino, sin duda, como también la de su esquela: "falleció ayer a las 8.30 horas en el seno de Nuestra Madre la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana", algo que tampoco agradaría al poeta. En enero-febrero de 1964, la Revista Mexicana de Literatura publica un número de homenaje a Cernuda, con una breve antología de sus versos. Lo encabeza Luis Cernuda, un ensayo escrito por Octavio Paz. En julio de ese mismo año Paz publica otro ensayo, La Palabra Edificante, reeditado en Papeles de Son Armadans, en octubre; probablemente el mejor sobre el poeta. La poesía de Cernuda ha ejercido en el ámbito de nuestra lengua una influencia comparable tan sólo a la de Juan Ramón Jiménez en su tiempo: primero fueron poetas como Pablo García Baena, Jaime Gil de Biedma y Francisco Brines, a los que siguieron otros -ya de una nueva generación-, como Juan Luis Panero, Fernando Ortiz o Eloy Sánchez Rosillo, o que publicaron tardíamente, como el madrileño Manuel Ortiz. Seguidos a su vez por nuevas voces de generaciones posteriores. Pocos son los poetas que "no" han sido estimulados por el ejemplo de Luis Cernuda, su poesía, su crítica, su figura... Quizá también, y ante todo, porque, como dice Octavio Paz, Cernuda "es el poeta que habla no para todos, sino para el cada uno que somos todos". |
Fotografía de Yves Turgeon
Retrato por Fernando Vicente |
FUENTES: BARÓN PALMA, Emilio. Luis Cernuda, Poeta. Vida y Obra, Ediciones Alfar, Sevilla, 2002, pp. 279-304; LÓPEZ CASTRO, Armando. Luis Cernuda en su Sombra, Madrid, 2003, p. 119; VALENDER, James y Luis MUÑOZ. Luis Cernuda. Álbum, Residencia de Estudiantes, Madrid, 2002, pp. 459-461. |
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