TESOROS DE LA ESCUELA DE CRISTO (IX)
CRISTO DE LA PROVIDENCIA
Jesús López Alfonso
Hemos dejado para las últimas entregas de esta serie de artículos sobre el patrimonio de la Santa Escuela de Cristo la que es, quizás, pieza más importante del tesoro patrimonial de la misma, así como su centro devocional. Nos referimos al Crucificado que preside el oratorio bajo la bellísima advocación de la Providencia. Como ya hemos referido en otras ocasiones, los estatutos de esta institución dejan claro que debe presidir siempre los ejercicios que se realizan en la capilla un grupo del Calvario compuesto por el Crucificado y la Virgen Dolorosa. Para tal fin, y como ya hemos mencionado en anteriores artículos, el hermano Cristóbal Ramos realiza la imagen de Nuestra Señora, pero para la del Crucificado se tomó otra ya existente: el Cristo del Calvario, de la Parroquia de San Ildefonso, cuya hermandad, compuesta por mulatos, en ese entonces se encontraba disuelta, haciendo su última estación de penitencia en 1731 (1). Bermejo nos indica que, en los siguientes años, la cofradía cesó su actividad y, a mediados del siglo XVIII, los pocos hermanos que quedaban donan a la Parroquia de San Ildefonso las imágenes de la misma: el Crucificado del Calvario, una imagen del Ecce Homo, y una Dolorosa (2). Los hermanos de la Santa Escuela llegan a un acuerdo con la Parroquia de San Ildefonso, por el cual se les cede la escultura del Crucificado para su veneración y, de este modo, lo instalan en el retablo mayor de la misma junto con la Virgen de la Misericordia. Así permanece hasta el año 1818, cuando el párroco del citado templo, Don Matías de Espinosa, reclama la imagen para que se le de culto en su primitivo emplazamiento, iniciándose un pleito que se zanja del siguiente modo: la Escuela debe devolver a San Ildefonso el Crucificado, pero a cambio, la Parroquia queda obligada al pago de 4.000 reales para la construcción de otra imagen que supla a la anterior (3). Recibida la compensación, Francisco Nicolás de la Barrera, en nombre de la Escuela, encarga a Juan de Astorga Cubero un nuevo Cristo en la Cruz, dándosele un año para que lo realice y se le indica que "salga lo más dulce y sensible que sea dable, con la circunstancia que el rostro se goce bien desde el pavimento". Una vez esculpido, fue encarnado por Juan de Ojeda y entregado el 27 de septiembre de 1820 (4). Realmente la pieza es de suma belleza y serenidad, acorde con el espíritu neoclásico tanto de los comitentes como del propio escultor Juan de Astorga, quien con el mismo, en opinión de Ruiz Alcañiz, puso broche de oro a la producción de los grandes crucificados de la Escuela Sevillana de imaginería. Llama la atención el deseo del autor de que pueda observarse la cara de la imagen y que la misma no tenga un aspecto dramático, sino bello y dulce. Sin duda, ello puede atribuirse al deseo de anteponer la bondad de Cristo y su amor, al horror del martirio de la Cruz; es decir, lo que con la misma se desea resaltar es la faceta de la entrega de Jesús al género humano y su obediencia al Padre hasta la muerte. Pero ésta se nos muestra sin dramatismo, y siguiendo los cánones de la escuela sevillana, con sólo los signos imprescindibles de la Pasión. |
BIBLIOGRAFÍA (1) Bermejo y Carballo, José. Glorias Religiosas de Sevilla, p. 180. (2) Ibídem (3) Ruiz Alcañiz, José Ignacio. "El Escultor Juan de Astorga", de la colección Arte Hispalense, p. 39. (4) Ibídem. |
Fotografías de Elena González Pérez
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