EXPIRACIÓN
JOSÉ TOMÁS DE CIRARTEGUI (XIV)

10/04/2025


 

 
 
Foto: Juan Carlos Campoy

 

La Carrera de Indias, en especial tras el traslado a Cádiz en 1717 de la Casa de la Contratación, propició que muchos vascos se instalaran en Cádiz y su bahía a lo largo de los siglos XVII y XVIII. Uno de ellos fue José Tomás de Cirartegui, nacido en Tolosa (Gipuzkoa) en 1755. A la edad de 25 años, parte hacia la Real Isla de León, hoy San Fernando, con la pretensión de conseguir empleo como carpintero en el Arsenal de La Carraca, donde es contratado como oficial de escultura. Su tarea consiste en la talla en madera de las figuras que decoran los buques, de manera primordial los denominados mascarones de proa, ornamentación de los navíos muy en boga entre los siglos XVI y XIX.

La Isla de León de principios del XVIII era una localidad con un pequeño núcleo urbano y exigua población; esta situación cambia hacia la mitad de la centuria al ser beneficiada la ciudad por el impulso dado por la Corona al centralizar en su término las modernas instalaciones de la Armada, dada su privilegiada situación estratégica y su larga tradición en las actividades de reparación y aprovisionamiento de buques. Todo ello propicia un notable aumento de su demografía, así como un gran impulso económico, lo que tiene repercusión en todos los ámbitos de la sociedad. El exiguo mundo cofrade isleño se suma a esa ola expansiva fundando nuevas hermandades y cofradías, lo que origina una súbita demanda de imágenes religiosas para sus nuevos templos. Tales demandas se ven satisfechas gracias al arte de algunos de los trabajadores del gremio de escultores del Arsenal de la Carraca, entre los que se encontraba Cirartegui.

El origen de su aprendizaje en este arte de la escultura es un aspecto no aclarado, ya que pudo adquirirlo en su Euskadi natal o bien en la Isla de León, como discípulo del inglés Samuel Howe, maestro mayor de escultura del Arsenal, imaginero y suegro del tolosarra, tras desposarse este con su hija Rosa Catalina Howe y Ladrón de Guevara en 1785.

Su primera obra documentada fue el Cristo de la Expiración, que podemos contemplar en la Parroquia Vaticana y Castrense de San Francisco, realizado en 1788. Se trata de un crucificado bien proporcionado, que mira suplicante hacia el cielo mientras exhala su último aliento, dejando su boca entreabierta donde asoman los perfectos dientes superiores tallados en marfil. Según el historiador e investigador isleño Fernando Mósig Pérez, deja entrever el estilo genovés aprendido por los imagineros que trabajaban en el Arsenal, aunque también baraja la hipótesis de que el imaginero pudo inspirarse, por haber tenido la oportunidad de contemplarlo en su juventud, en el Cristo de la Agonía esculpido en 1622 por Juan de Mesa para Bergara (Gipuzkoa).

En 2012, a raíz de la restauración del Cristo de la Expiración que estaba llevando a cabo Pedro Manzano, tuvo lugar el hallazgo del documento original de autoría. El manuscrito fue localizado en el interior del muslo izquierdo de la escultura y, siendo su estado de conservación extraordinario, suponía un hito para la historia del arte isleño.

Entre finales del siglo XVIII y principios del XIX, José Tomás de Cirartegui es nombrado maestro de escultura y, ante la propuesta de desarrollar esa labor en el importante astillero indiano de La Habana, emprende junto a su familia el viaje, perdiéndosele definitivamente entonces la pista.

 

 
 
Foto: Hermandad del Silencio (San Fernando)

 

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FUENTES

http://www.euskadiz.com/jose-tomas-de-cirartegui-un-gipuzkoano-en-la-semana-santa-de-san-fernando/

 

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