FLAGELLAVIT (XII)
ÁVILA
Antonio Zambudio Moreno
Año de 1632. Un artista agotado y dolorido por la enfermedad, víctima de importantes achaques de salud y personales, pero de fuertes creencias religiosas apoyadas en una fe sólida, plasmaba en su última etapa vital unas imágenes que venían a representar y exteriorizar sus sentimientos más profundos y su hondo dolor físico y psíquico. Es Gregorio Fernández, escultor de vida piadosa, ascética, fiel creyente, pero con una personalidad fuerte y arrolladora capaz de reflejar en sus creaciones esa fuerza vital que lo inundaba. Y es en esa fecha, cuatro años antes de su fallecimiento, cuando el gran maestro escultor de origen gallego creó una de sus grandes obras, una imagen que por sí sola podría enaltecer la fama de su autor, el Cristo a la Columna, para el Convento de las Carmelitas Descalzas de Ávila, edificado sobre el mismo lugar donde, en el año 1515, nació la mística Teresa de Cepeda y Ahumada. Esta escultura de Jesús Flagelado consta documentalmente que formaba grupo con la talla de Santa Teresa arrodillada, que hoy día puede contemplarse en el retablo barroco que ocupa la capilla que fue cámara natal. El simple visionado de la escultura de Cristo en la tortura del azotamiento es de tal verismo, dramatismo y plasmación del dolor físico, que hasta el no creyente podría sentirse perturbado al verla. Dado que se trata de un encargo tardío, Gregorio Fernández origina en esta representación toda una epopeya del dolor humano y espiritual, pues al margen del lacerado cuerpo, presenta una expresión facial repleta de sufrimiento. Lejos queda ya el ejemplar que con su gubia labrara para la Penitencial de la Vera Cruz de Valladolid, allá por 1619, mucho más contenido, de expresión corporal más equilibrada y de gesto más sereno. Aquí no, aquí se trata de llevar a la madera el tormento vital del artista en su plena identificación con el dolor humano de Cristo, una oda al padecimiento, con un cuerpo que presenta una inestabilidad palpable por la cual Jesús da la impresión de no poder casi sostenerse, llevando a efecto un marcado giro de la cadera acompañado de un violento contraposto que da pleno sentido al marcado carácter sufriente que Fernández quiso representar. La sangre mana por las heridas, originada por dos tonos de color, más claro y más oscuro, que tal y como reflejó el profesor Martín González en su magnífico estudio sobre la vida y obra del artista, viene a representar el paso del tiempo, es decir, de un castigo y una tortura despaciosa. Estamos quizá ante el mejor ejemplar que de la iconografía del Amarrado tallara Gregorio Fernández en su prolífica carrera, teniendo presente que es la tipología escultórica en la que más se prodigó junto con el Cristo Yacente, la Piedad y la Crucifixión de Jesús. La representación anatómica es majestuosa, genial, de un verismo extraordinario, sobre el cual triunfa la morfología carnosa, redondeada, "casi grasienta", de nuevo tal y como el historiador Martín González refirió. Y es que en su contemplación se puede apreciar esa sensación veraz, como si los dedos pudieran resbalar o hundirse a lo largo del desarrollo corporal de la talla. El plegado del paño de purificación acentúa la sensación de tensión y perturbación, con marcados pliegues ampulosísimos e hiperquebrados en un canto a la intensidad expresiva del último gótico que tanto apreció Fernández, aquel de los primitivos flamencos que tuvo gran ascendencia en toda Castilla. Cierto es que a este artista se le ha denominado el escultor de la Contrarreforma, pues todos los ideales religiosos de ascetismo, piedad y penitencia se han plasmado en sus tallas, si bien, en un principio, el clasicismo de Leoni influyó sobremanera en los albores de su carrera hasta desarrollarse, en lo que respecta a gestos, actitudes y plasmación corporal, a años ya más avanzados de su devenir plástico, a pesar de moverse bajo parámetros plenamente barrocos. Pero es a partir de 1630 cuando el arte piadoso y brutalmente más dramático se instaura plenamente en su quehacer con el desarrollo de tallas pasionarias que van más allá en cuanto a expresión del padecimiento de Jesús, que al fin y a la postre es el padecimiento del hombre, del que se siente abandonado, enfermo y humillado, al igual que se sintió el propio Cristo por la redención del género humano. Esa es la lección teológica y mística que Fernández intenta transmitir, y a fe que lo consigue, en su imagen soberbia de este Amarrado a la Columna del martirio. Por otro lado, el Ilustre Patronato de la Santa Vera Cruz saca a la calle, en la llamada Procesión de los Pasos del Jueves Santo, un estoico y elegante Cristo Amarrado a la Columna (fotografía inferior derecha) de autor anónimo castellano del siglo XVII. Se conserva en la iglesia abulense de los Mártires Vicente, Sabina y Cristeta. |
Fotografías de la Obra de Gregorio Fernández de Yolanda Pérez Cruz
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