GRECIA. FUENTE DEL ARTE OCCIDENTAL (II)
EL IDEAL CLÁSICO

Con información de Juan José Martín González


 

"Grecia no debe nada. Todos le debemos a Grecia"

José Luis Cuerda

 

     
     

Amazona

Copia romana de un original de
Fidias de hacia 450 a.C.
Mármol
Museos Capitolinos de Roma

Apoxiomeno

Copia tardorromana de un bronce de
Lisipo del siglo IV a.C.
Mármol
Museos Vaticanos de Roma

 

La civilización griega fue capaz de dominar por completo los principios de la escultura, creando a lo largo del siglo V a.C. un conjunto de obras que son referente obligado para nuestro arte. Partiendo de los kuroi y las korai arcaicos que analizamos en el anterior capítulo, en el intervalo de unas generaciones alcanzó el mayor grado de perfección en la representación del cuerpo humano, mediante la aportación de Policleto, y obtuvo el refinamiento en las texturas y el rigor de la composición con Fidias.

Sin embargo, es en la Acrópolis donde se muestra el máximo esplendor del arte griego. La concepción de los diversos edificios que la conforman viene definida por un preciso estudio visual del conjunto. El mayor de los templos, el Partenón, confirma está impresión en la disposición de las columnas. Todo ello será debidamente estudiado en una próxima entrega del especial.

Concretamente, a mediados del siglo V a.C. fue cuando tuvo lugar el paso del estilo severo al estilo clásico, fruto de una serie de grandes personalidades, artistas geniales que crearon un nuevo lenguaje expresivo, abriendo así horizontes originales dentro del espíritu de su época.

Muchos de los grandes artistas griegos son conocidos solo a través de las fuentes o de las copias de sus obras maestras de época romana. Este es el caso de algunos de los mayores maestros que aseguran el paso decisivo hacia el estilo clásico, tanto en el campo de la pintura como en el de la escultura, tales como Polignoto o Mirón. Su aportación fue decisiva para el posterior desarrollo del ideal clásico de belleza, que se concretó en la obra de los mencionados Fidias y Policleto y se extendió luego en artistas como Praxiteles o Lisipo.

Por último, mencionar la escultura helenística, que alcanzó un enorme desarrollo partiendo de las aportaciones del clasicismo griego, en especial de los discípulos de Praxiteles, Escopas y Lisipo, escultores activos en el siglo IV a.C. La cultura helenística, que va desde Alejandro hasta la conquista de Egipto en el último tercio del siglo I a.C., se caracteriza por la expresividad, la perfección formal y el estudio psicológico. En la estatua helenística, la quietud y serenidad de las figuras clásicas se convierten en dinamismo y expresión de sentimientos. No obstante, el último periodo de la época helenística, a partir de la segunda mitad del siglo II a.C., se conoce como escultura neoática, que resurge pasadas glorias clásicas y perdura hasta la Roma de Augusto.

 

 

El Renacimiento conllevó que algunas estatuas salieran a la luz en esa época, entre las cuales se hallan famosos mármoles descubiertos en los primeros años del siglo XVI: el llamado Apolo del Belvedere, copia romana de un original griego perdido que sería considerada la belleza de la Antigüedad, el grupo helenístico del Laocoonte y el desnudo masculino mutilado llamado Torso del Belvedere, original de Apolonio de Atenas. Las tres obras fueron abundantemente copiadas y citadas por los artistas contemporáneos.

De las tres, el grupo del Laocoonte se hizo particularmente famoso. Además de haber sido reproducido en estatuas de mármol y estatuillas de bronce, fue tomado como modelo por Tiziano y El Greco, y su dramatismo, que entusiasmó al joven Miguel Ángel -quien hizo revivir el rostro del sacerdote en el Moisés, de la misma manera que sus hijos reaparecen en los esclavos de la tumba del papa Julio II-, tuvo una influencia capital en la formación del Manierismo. También Giambologna, puente entre el renacimiento y el barroco, lo tuvo muy en cuenta para su Rapto de la Sabina. Y ya en pleno dramatismo barroco, el español Juan de Mesa se inspiró en él para su Cristo de la Agonía de Bergara (imagen superior).

En el ámbito del trabajo marmóreo, el hecho desafortunado de que las estatuas antiguas conservadas hubieran perdido su policromía instituyó uno de los sellos de la obra renacentista y posrenacentista, especialmente durante el periodo neoclásico: su sobrecogedora y total blancura.

Por último, hay que tener en cuenta que tal renacimiento no se limitó a Italia. Se emplearon vaciados para difundir copias de las estatuas romanas recién descubiertas a otras partes de Europa -por ejemplo, el citado caso en España de Mesa, quien tuvo que conocer un vaciado del Laocoonte en una colección privada de Sevilla-, del mismo modo en que los antiguos romanos habían empleado esos vaciados para reproducir estatuas griegas para sus villas de Italia. Así fue, por ejemplo, como el monarca Francisco I de Francia reunió una importante colección de réplicas y nuevos trabajos de encargo de sabor clásico para su palacio de Fontainebleau.

 

FUENTES: AA.VV. "La Grecia clásica: la Acrópolis y el canon clásico" y "Arquitectura y escultura helenísticas", en "La Antigüedad Clásica", volumen II de Historia del Arte, Barcelona, 1997, pp. 101, 113, 134 y 140; LING, Roger. "El legado del arte clásico", en "El descubrimiento del orden clásico. El arte en Grecia y Roma. El arte paleocristiano", volumen IV de Ars Magna, Barcelona, 2011, p. 335; MARTÍN GONZÁLEZ, Juan José. "El Laoconte en la escultura española", en Boletín del Seminario de Estudios de Arte y Arqueología (BSAA), tomo 56, Valladolid, 1990, pp. 459 y 465.

 

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