EL GRECO. IV CENTENARIO (XIII)
LA MAGDALENA PENITENTE

Con información de Axel Vécsey


 

 

Documentalmente se sabe que El Greco residió en el palacio del marqués de Villena, duque de Escalona, situado en lo que hoy es el toledano Paseo del Tránsito y sus casas colindantes. Lo que románticamente llamamos ahora Casa del Greco, eran los palacios de Samuel Leví, tesorero del rey Pedro I de Castilla, que pasaron después a manos de Aldonza de Mendoza, duquesa de Arjona.

A principios del siglo XX el marqués de la Vega-Inclán, con el propósito de retener la memoria de El Greco y guardar sus obras, acondiciona el viejo caserón para instalar sus cuadros y crear una réplica de lo que podía haber sido la mansión del pintor, elaborando una atmósfera fiel con muebles de la época. Así, alrededor de un hermoso patio con zócalo de azulejos, vemos el comedor y una salita de costura, ilusoriamente acondicionada para Jerónima de las Cuevas, madre del hijo del pintor. Atravesando la pintoresca cocina aparece el gran jardín, bajo el cual están las bóvedas de las cuevas donde se custodiaban los tesoros de Samuel Leví.

Una serie de estancias del piso superior de la Casa del Greco imaginan la vida del artista en Toledo. Entre ellas destaca el llamado "taller" con una extraordinaria versión de las Lágrimas de San Pedro (imagen inferior). Esta iconografía recuerda en su composición la de Santa María Magdalena Penitente, versionada al igual que la anterior en varias ocasiones, siendo la más famosa la conservada desde 1921 en el Museo de Bellas Artes de Budapest (imagen superior), regalo del coleccionista húngaro Marcell Nemes.

Cuenta la leyenda que El Greco la pintó con un fragmento de una cruz de madera, sin hacer corrección alguna, de forma que cada pincelada del cuadro correspondía a la voluntad de Dios. La historia por supuesto no es real, pero dice mucho de los temas devocionales del pintor: son como visiones febriles que evolucionan sobre el lienzo a base de formas más o menos impetuosas, impulsadas por algún poder místico.

Pintada en torno a 1576-1577, la Magdalena Penitente de Budapest es una gran muestra de la fe y el talento apasionado de su autor y de la nueva unidad orgánica que El Greco formó a partir de dos grandes tradiciones pictóricas de la cristiandad: los antiguos iconos bizantinos, de los que era en Creta un reconocido maestro, y el estilo occidental moderno heredado de Tiziano y Tintoretto.

Al igual que Tiziano, El Greco condensa la historia de la prostituta convertida en la mayor devota de Jesús, erróneamente identificada con su discípula María Magdalena, en el momento del éxtasis, el instante en que, meditando en el desierto sobre la muerte y la inmortalidad, tiene lugar su conversión. Pero mientras que en Tiziano la apasionada revelación va acompañada de connotaciones eróticas, El Greco plasma un haz de luz cegadora que parece purificar a la santa, casi liberarla de las ataduras del cuerpo.

La simbología de este óleo sobre lienzo (156,5 x 121 cm) es profunda y abundante: el cráneo, que hace referencia a la mortalidad terrena, acaba de caer de la mano de la santa, detrás de la cual vemos las ramas de la hiedra, símbolo de la vida eterna, extendiéndose hacia el cielo. El paisaje del amanecer, bañado en tonos pálidos de luna fría, es un delicado eco de la experiencia que emana de la catarsis espiritual de la Magdalena.

 

 

FUENTES: MIRANDA CALVO, Rufino. Toledo. Arte e Historia, Toledo, 1987, p. 47.

 

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