EL GRECO. IV CENTENARIO (XII)
LA CRUCIFIXIÓN
Con información de Carlos Cid Priego
En medio de una época poco genial en la pintura aparece un genio aislado, un extraño personaje que penetró profundamente en el genio español, pese a ser griego de nacimiento. Se llamaba Domenicos Theotocopoulos y se le conoce como El Greco (Candía, 1541 - Toledo, 1614). De Creta se trasladó a Venecia, donde conoció a Tiziano, Veronés, Tintoretto y otros grandes maestros. Marchó a Roma, donde fracasó por lo muy apartadas que de su extraño temperamento estaban las corrientes artísticas creadas por Miguel Ángel. El Greco se encaminó a España, puede que atraído por las obras de El Escorial. El rey Felipe II le encargó un cuadro de prueba, el Sacrificio de San Mauricio y de la Décima Legión Tebana. Se cuenta que le desagradó tanto que pagó por no volverlo a ver. Hoy lo apreciamos como una joya de la pintura. Finalmente El Greco se instaló en la ciudad de Toledo, donde vivió rodeado de un grupo selecto de amigos intelectuales. Allí pintó, entre otras obras, las dos maravillas del Expolio y del Entierro del Conde de Orgaz. Es autor también de varios famosos paisajes de la ciudad, de bellísimos Apostolados, retratos (destaca el Caballero de la Mano en el Pecho) y escenas sagradas como la Crucifixión, que versionó en once ocasiones. Entre dichas versiones destaca la primera, pintada hacia 1590: Cristo en la Cruz adorado por Dos Donantes, donde sustituye a la Virgen y San Juan por dos contemporáneos toledanos, un clérigo y un laico, cuya identidad no está aclarada: el retratado de la derecha puede ser Dionisio Melgar, canónigo del convento toledano de las Jerónimas -destino original de este lienzo, que mide 248 x 180 cm-; con el de la izquierda todavía hay más dudas, barajándose los nombres de Blas de Fuentechada o Pablo Rodríguez de Belalcázar. Cristo se halla representado muriendo en la cruz y buscando a su Padre con la mirada. La torsión manierista del cuerpo, que parece elevarse hacia el cielo, y el movimiento de las nubes tormentosas en el cielo son detalles característicos del autor. La tormenta simboliza la oscuridad que cayó sobre el mundo tras la muerte de Jesús. Los efectos de luz y sombra participan en la atmósfera dramática y mística de la escena. El Greco utilizó una pincelada rápida y colores fríos -azul, negro, verde, gris y blanco- de acuerdo con el evento representado. Con el paso del tiempo el manierismo de El Greco en sus cuadros de la Crucifixión sería más exacerbado; de forma que la figura del Crucificado sería aún más alargada, como podemos ver en la visión nocturna del Calvario (hacia 1597-1600) pintada probablemente para el ático del retablo de la Iglesia del Colegio de doña María de Aragón de Madrid, ahora en el Museo del Prado (imagen superior). Al igual que el anterior presenta un acusado carácter eucarístico y una utilización de la luz y el color en función de la intensidad dramática del tema utilizado, generando un nocturno de fuertes contrastes cromáticos. En realidad, la obra de El Greco no cabe en un estilo artístico. El pintor era a un tiempo bizantino, veneciano, manierista, goticizante, renaciente y barroco. Superaba todo eso con una personalidad inconfundible y recia. Se achacó a defectos de la vista el alargamiento de sus figuras y lo extraño de su colorido. Nada de eso; respondía a una visión interna que muy pocos han sabido comprender hasta los primeros años del siglo XX. |
FUENTES: GERARD-POWEL, Véronique. "Écoles espagnole et portugaise", en Catalogue du Département des Peintures du Musée du Louvre, París, 2002, pp. 123-127; CID PRIEGO, Carlos. "El griego de Toledo", en El Arte del Renacimiento, Barcelona, 1970, p. 658. Con información del Museo del Prado. |
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