EL ENCANTO DE LO INACABADO - ARTES SACRAS (I)
SALVATOR MUNDI
15/06/2021
La exposición Non Finito. El arte de lo inacabado, que actualmente se puede visitar en CaixaForum Palma (ver enlace), ha sido el acicate decisivo para tratar, a través de este especial, un tema que los analistas del arte nos hemos preguntado en varias ocasiones: la cuestión de cuándo se termina una obra de arte. Las opiniones siempre han sido diversas, por lo que abordaremos el término "inacabado" en el sentido más amplio posible dentro de las artes sacras: desde las obras que, por diversos motivos, se dejaron incompletas, lo que a menudo da una idea de su proceso de creación, hasta las que no han sido intencionadamente acabadas por abrazar sus autores una estética que opta por lo irresuelto o por lo indefinido. |
El Salvator Mundi de Alberto Durero, artista que protagonizó nuestro anterior especial por el 550 aniversario de su nacimiento, es una pintura inacabada que, como su propio nombre en latín indica, representa a Cristo como salvador del mundo. Su mano derecha está levantada en señal de bendición y en la izquierda sostiene un orbe de cristal coronado por una cruz que representa su celestial reinado sobre la tierra. El orbe con la cruz ha sido un símbolo cristiano de autoridad desde la Edad Media, usado en monedas, en iconografías como la que nos ocupa y como regalía real con un cetro. De hecho, estamos ante una de las representaciones más frecuentes de Cristo en la pintura, derivada del icono bizantino del Pantocrátor, habiéndose hecho nuevamente famosa entre el público gracias precisamente a artistas como Durero y maestros de la escuela pictórica flamenca como Van Eyck o Memling. Aunque se desconoce cuándo comenzó Durero esta pieza, se acepta que la dejó inacabada hacia 1504, solo cuatro años después de que Leonardo, supuestamente, acabara su "Salvator Mundi", la pintura más cara del mundo y también una de las más discutidas. Fácilmente, por tanto, se asume una influencia de Leonardo por parte de Durero, llevándola a su propio estilo y habilidad artística, pero ello debe ser puesto en tela de juicio ya que no está clara la autoría del "Salvator Mundi" de Leonardo, al menos no desde su propia mano, no siendo pocas las voces que la adjudican a su círculo e incluso quienes piensan que se trata de una copia. Durero, que dejaría inacabado su Salvator Mundi poco antes de partir hacia Italia en 1505, solo completó la pintura de los ropajes, de vivos colores rojos y azules que simbolizan su doble naturaleza divina (roja) y humana (azul). La imagen inacabada de rostro y manos muestra los detallados dibujos preparatorios de Durero, que usa los efectos de profundidad, sombra y textura dibujando cuidadosamente líneas finas y creando varias formas de rayado. Cuando uno mira de cerca la pintura, el asombroso trabajo de las líneas parece casi mecánico. Cada una de ellas está hecha con tanta meticulosidad y precisión que Durero logra una calidad tridimensional. La obra, por tanto, muestra las extensas y meticulosas habilidades que Durero tuvo tanto para la pintura y el dibujo. También su dominio para que en una obra suya, terminada o no, se reconozca la enseñanza teológica retratada, que emana a través de pinceladas, colores y líneas. Asimismo, con ella, intencionadamente o no, Durero demuestra lo fundamental que es dominar en la pintura el arte del dibujo, que actúa como una estructura esquelética, y representar en papel lo que el ojo o la imaginación ven desde la tercera dimensión. Durero pudo haber dejado la tabla del Salvator Mundi incompleta cuando, en 1505, huyó de su Núremberg natal hacia Venecia al estallar la epidemia de peste, lo que no queda claro es por qué no la completó a su regreso. Dado lo explicado anteriormente, no resulta imposible que la conservara como una obra maestra en su estudio para impresionar a discípulos y clientes con su portentoso talento. Esta obra de pequeño formato (58,1 x 47 cm), pintada sobre madera de tilo con el habitual fondo verde del artista, se conserva hoy en el Metropolitan Museum of Art de Nueva York. Sabemos que, a la muerte del pintor, su hermana Ursula Dürer la vendió a un coleccionista de Núremberg, donde permaneció hasta el siglo XIX. Luego viajó por otras ciudades de Europa hasta que en la década de 1920 fue adquirida en Nueva York. |
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