EL ENCANTO DE LO INACABADO - ARTES SACRAS (IV)
CRISTO CRUCIFICADO

Fuensanta de la Paz y Jesús María Palomero Páramo. Con información de Jesús Abades (21/06/2021)


 

 

Este Cristo crucificado del grupo de la Santísima Trinidad que ocupa el ático del retablo mayor del monasterio sevillano de Santa Clara, sin estar tan acabado como otros crucificados de Juan Martínez Montañés por la gran altura a la que se encuentra situado a ojos del espectador, ha servido para conocer la técnica del escultor en cuanto al perfecto acabado interior de sus esculturas.

Al no cerrarlo por detrás, vemos cómo está perfectamente ahuecado a golpe de gubia. Una gubia suave, sin dejar resaltes en la madera, todo muy limpio y terminado. También permite conocer la técnica empleada por Montañés en el tallado de la corona de espinas en el bloque de la cabeza al no dejarla terminada en su parte trasera -al igual que la cabellera-, para lo cual conserva una masa de madera alrededor del cráneo que luego talla con gran virtuosismo pero solo, en este caso, las partes que quedan visibles a los fieles.

El 6 de noviembre de 1621 el escultor se obligaba a construir con la orden de las clarisas el retablo mayor del monasterio, fijando el precio de su arquitectura e imaginería en 4.500 ducados. Tres días después, contrataba la policromía de esta obra, rebajando la suma a 1.500. Esta segunda escritura contravenía las ordenanzas gremiales existentes por entonces en Sevilla, que decían que ningún escultor o entallador podía tomar una obra de pintura, salvo los maestros examinados como pintores. Montañés no solo no había superado este examen, sino que además, desprestigió a los profesionales de la pintura, al valorar en un tercio inferior su trabajo.

La intromisión del imaginero y la devaluación monetaria a que eran sometidas las artes polícromas en el presupuesto global del retablo de Santa Clara provocaron la cólera del colectivo de pintores y la publicación de un opúsculo contra Montañés que Pacheco, hasta entonces su fiel colaborador, firmó el 16 de julio de 1622.

 

 

La presión se hizo tan insostenible que, en 1623, Montañés tiene que ceder las labores de pintura y dorado a Baltasar Quintero. Ambos maestros logran una obra primorosa con este retablo, de la que son buenos ejemplos sus esculturas, incluido este Cristo crucificado cuya composición sigue las visiones de Santa Brígida.

Como hemos dicho, forma parte del grupo de la Santísima Trinidad en el remate del retablo. En concreto obedece a la variante conocida como "Trono de Gloria", en la que Dios Padre está sentado sobre trono de nubes y querubines, y Dios Hijo, en la cruz, es sostenido por el Padre, por influencia de los grupos de la Piedad.

Aunque la escultura del retablo mayor para Santa Clara corrió a cargo íntegramente de Montañés -lo que se advierte en la gran calidad que muestra su trabajo escultórico-, no era inhabitual en éste y otros maestros imagineros dejar en manos de los discípulos, bajo sus directrices, la ejecución de las zonas que no eran las principales. Dicha intervención del taller solía ser más acusada cuanto mayor era la altura del retablo. Tampoco era infrecuente que esos cuerpos mostraran una talla más somera al tratarse de una ubicación que la hacía bastante menos visible a los fieles, sobre todo de cara a los detalles.

El resto de los retablos del convento -dedicados a la Inmaculada, San Francisco y los Santos Juanes- suelen fecharse entre 1625 y 1639. En estos casos, vemos un ejemplo parcial de lo anterior, ya que la Inmaculada y San Francisco son también obra directa de Montañés, pero los Santos Juanes y los relieves de todos los áticos de los retablos fueron tallados por sus discípulos, destacando especialmente la labor de Francisco de Ocampo.

 

 

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