MES DE JUNIO 2009 - VÍCTOR DE LOS RÍOS
SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS - MADRID
Sergio Cabaco y Jesús Abades. Fotografías de Juan José Casenave Clemente
La primera representación del Sagrado Corazón de Jesús tiene carácter pictórico y se debe al artista italiano Girolamo Pompeo Batoni, quien realizó una obra (dentro de una serie sobre la iconografía encargada por la reina portuguesa María Francisca de Braganza para la Basílica de la Estrella de Lisboa) que enseguida gozaría de una amplia difusión. Inspirada en la visión de la santa francesa Margarita María Alacoque, muestra a un Jesús de rostro bellísimo, barba corta y cabello largo y lacio, sosteniendo con la mano izquierda un corazón espinado y envuelto en llamas, mientras lo señala con la derecha en un gesto que invita a la misericordia del espectador.
A pesar de su aceptación inicial, la obra de Batoni fue finalmente reemplazada por otro simulacro derivado del primitivo, en el que el corazón del sacrificio se sitúa sobre el pecho de Jesús. En este caso, el Varón puede aparecer con los dos brazos abiertos, en señal de entrega al pueblo; indicando hacia el corazón con la mano izquierda, al tiempo que bendice al fiel con la derecha, o incluso descubriéndose la túnica con ambas manos para mostrar directamente el corazón al espectador, como es el caso de la pieza que nos ocupa, fiel reflejo del éxito que disfrutó entre la clientela de los imagineros en la España del siglo XX, aunque dentro de un entorno en el que, sin embargo, prevalecieron las reproducciones seriadas del Sagrado Corazón de Jesús, carentes de valor artístico.
El tema fue realizado por Víctor de los Ríos para ciudades como León, Madrid, Linares o su villa natal, Santoña, cuatro de los principales focos de su producción escultórica. Ésta que a continuación les describimos preside la capilla madrileña del Colegio La Salle Nuestra Señora de las Maravillas, inaugurada en 1954. Es imagen de gran dignidad, sencillez de líneas y alargamiento de formas, bastante fiel a la visión de la santa en lo que a la ejecución del semblante y la cabellera se refiere, lo que a su vez implica que el autor no olvida el gran cariz popular del simulacro pese a incluir nuevas tendencias que, por aquel entonces, se iniciaban en la escultura sacra del país.
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