MARTÍNEZ MONTAÑÉS Y LA ESCUELA SEVILLANA DE ESCULTURA
CRISTO DE LA CLEMENCIA

05/11/2019


 

 

 

El elegante clasicismo espiritualizado del que hace gala Juan Martínez Montañés encuentra el camino de la expresión naturalista, aun escogiendo siempre sus rasgos más bellos, en el formidable Crucificado de la Clemencia de la catedral sevillana, que dialoga abiertamente con el fiel arrodillado a sus plantas, tal como lo ajustara el 5 de abril del año 1603 con su comitente, el arcediano de Carmona Mateo Vázquez de Leca.

Al contratar el Cristo de la Clemencia para el oratorio privado del arcediano, Martínez Montañés aseguraba que habría de ser "mucho mejor que uno que los días pasados hice para las Provincias del Perú", haciendo referencia al Cristo crucificado del Auxilio de la iglesia de la Merced de Lima. Este último, aun habiéndose representado ya difunto, debe considerarse, desde un punto de vista morfológico e iconográfico, como un antecedente inmediato del Cristo sevillano, pues ambos comparten un canon apolíneo similar, una anatomía relajada y la colocación cruzada de los pies, pero situando en este caso el izquierdo sobre el derecho.

Con el Cristo de la Clemencia, Montañés iniciaría, según Hernández Díaz, la "etapa magistral" de su carrera, formada por obras clave en las que realiza una talla más variada que en su "etapa formativa", con figuras y pliegues más naturales y actitudes serenas. A ella pertenecen otras esculturas fundamentales como las llevadas a cabo para el monasterio de San Isidoro del Campo y para el templo parroquial de El Pedroso (Sevilla).

 

 

Montañés se nos presenta como continuador del tipo creado por su maestro Pablo de Rojas, a la vez que como iniciador de las representaciones sevillanas posteriores, que por su número e importancia logran primacía entre todas. Hay en la inclinación de la cabeza, en la talla del pelo, con un bucle colgando al lado derecho, y en el modo de disponer el sudario, recuerdos evidentes de los Cristos de Rojas.

No obstante, este alabado crucificado de Montañés, pese a recuerdos más o menos conscientes de obras anteriores, es sobre todo la obra de un genio en trance de inspiración, hecha en este caso íntegramente de su mano: cabeza muy hermosa, rostro a un tiempo dulce y severo, cuerpo modelado con perfección magistral, aunque enteramente naturalista, y cordífero sudario a modo de lienzo que se anuda en las caderas y se pliega en el hundido vientre del varón, acusando su concepción barroca.

Para la colocación de sus pies, cruzados y atravesados por sendos clavos, Martínez Montañés se apoyó en las Revelaciones de Santa Brígida de Suecia y en la sugestión formal que debió producirle el pequeño modelo, entonces considerado de Miguel Ángel -pero que en realidad era obra de su discípulo el arquitecto y escultor Giacomo del Duca-, que había sido traído desde Roma a Sevilla en 1597 por el platero Juan Bautista Franconio, vaciado en bronce y después multiplicado en cruces de orfebrería, con el que comparte su estilizada verticalidad, aunque Montañés cambió la disposición de sus piernas, colocando la derecha sobre la izquierda.

La exquisita encarnación mate aplicada por Francisco Pacheco, que huye de todo exceso sanguinolento, se alía con los valores del propio modelado para dar a este crucificado ese aspecto tan conmovedoramente humano, sin dejar de representar al Hijo de Dios. Montañés materializa el difícil equilibrio entre las apariencias visibles y la sugestión de lo sobrenatural y trascendente, revelando profundos contenidos espirituales contrarreformistas.

 

 

 

El Cristo de la Clemencia fue donado al monasterio sevillano de Santa María de las Cuevas el 24 de septiembre de 1614. Una vez llegó a la Cartuja, estuvo en primer lugar en la capilla del Nacimiento o de San Bruno, pasando en 1616 a instalarse en la capilla de Santa Ana, en la que podía tener culto público. Se sabe que durante los años de la invasión francesa estuvo custodiada en el Alcázar. A raíz de la desamortización de Mendizábal en 1835 pasó por varias ubicaciones hasta que, diez años después, se trasladó a la Catedral.

Al llegar a la Catedral se le ubicó en la sacristía de los Cálices, de cuya estancia adquirió el sobrenombre tradicional del "Cristo de los Cálices". En 1992 pasó a recibir culto en su actual emplazamiento, la capilla de San Andrés del templo metropolitano hispalense, antaño dedicada al Sagrado Corazón de Jesús.

Al igual que con el tema de la Inmaculada Concepción o el de Jesús Niño, Montañés estableció un prototipo iconográfico con este crucificado de impronta fidíaca, como lo definiría Camon Aznar, que sigue vigente en la imaginería de nuestros días. De hecho, pocos años después de su ejecución, Francisco de Ocampo talla para Gaspar Pérez de Torquemada el Cristo del Calvario (1611-1612) bajo el modelo impuesto de la Clemencia hasta el punto de reproducir varios de sus estilemas, y en 1622 Juan de Mesa, discípulo de Montañés al igual que Ocampo, realizó para el desaparecido convento sevillano de San José el Cristo de la Misericordia, una obra actualmente en el convento de Santa Isabel que evoca al crucificado montañesino, sobre todo en su cabeza y actitud parlante aunque originariamente fuera concebido muerto por el artista cordobés.

 

 

FUENTES

RODA PEÑA, José. "Desde Jorge Fernández a Juan de Mesa: Un siglo de crucificados en la escultura sevillana", en Martínez Montañés y el Cristo de los Desamparados. Entre Pablo de Rojas y Juan de Mesa, Sevilla, Samarcanda, 2018, pp. 29-31 y 43.

GÓMEZ MORENO, María Elena. "Escultura del siglo XVII", en Ars Hispaniae: historia universal del arte hispánico, vol. 16, Madrid, Plus Ultra, p. 138.

DE BESA GUTIÉRREZ, Rafael. "El Cristo de la Clemencia: itinerarios de una imagen excepcional", en Laboratorio de Arte, nº 29, Departamento de Historia del Arte de la Facultad de Geografía e Historia de la Universidad de Sevilla, 2017, pp. 244-245 y 255.

 

 

 

Fotografía de David Infante Ramos

 

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