EDVARD MUNCH. 150 ANIVERSARIO
EL ASESINO

Con información de Manuel López Blázquez


 

 

A lo largo de toda su obra, Edvard Munch pareció aplicarse uno de los mandamientos del decálogo del poeta noruego Hans Hans Henrik Jæger (1854-1910): "cada uno debe escribir su propia vida". Ello no implica que todas las obras de Munch tuvieran carácter autobiográfico, sino que siempre surgen de una necesidad de reflejar inquietudes, amarguras o temores estrictamente personales.

De esta forma, la obra de Munch se construye básicamente con dos ingredientes: una constante referencia al entorno real, por una parte, y por otra un profundo subjetivismo que modifica la percepción.

Esta operación, en la que lo pulsional domina al elemento racional, vincula a Munch con toda la tradición del arte romántico decimonónico y va a ejercer una poderosa influencia en el expresionismo centroeuropeo de las primeras décadas del siglo XX. Como el propio pintor confesó, se trata de un proceso de autocomprensión. En su Diario de un Poeta Loco, Munch dejaría escrito lo siguiente:

 

"Igual que en los dibujos de Leonardo se explica anatomía, aquí se explica la anatomía del alma (...) mi tarea es estudiar el alma, lo que equivale a decir, estudiarme a mí mismo (...) en mi arte he intentado explicar mi vida y su significado".

 

En 1908, mientras organizaba una exposición en Copenhague, el agotamiento físico y mental -agravado por su problema con el alcoholismo- lo abrumó y desembocó en una crisis, durante la cual oía voces y sufría de delirio persecutorio, por lo que tuvo que internarse en una clínica psiquiátrica, donde permaneció algunos meses. Aquel momento fue decisivo. El extenso periodo de tratamiento y rehabilitación tuvo un éxito asombroso: Munch emergió con renovado vigor, dejó la bebida y jamás volvió a probar el alcohol. El responsable de este feliz resultado, el doctor Daniel Jacobsen, fue inmortalizado por el pintor en un hermoso retrato (1909).

En 1910 Munch adquiere granjas y tierras en Ramme, y alquila otra propiedad en Grimsrød. Ese mismo año pinta El Asesino, una de las imágenes más inquietantes de su obra; más terrible incluso, según algunos expertos, que El Grito. Un siniestro personaje, cuyos rasgos aparecen totalmente borrados por trazos verdosos, avanza amenazadoramente por un camino hacia el espectador. Una sensación que se refuerza con el uso de una perspectiva exagerada. Este óleo sobre tela (94,5 x 154 cm) se conserva en el Museo Munch de Oslo.

 

FUENTES: LÓPEZ BLÁZQUEZ, Manuel. Edvard Munch, Barcelona, 2004, pp. 14 y 21.

 

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