LAS GLORIAS DE MURILLO (XI)
SAN FRANCISCO ABRAZANDO A CRISTO EN LA CRUZ
Sergio Cabaco y Jesús Abades
Este óleo sobre lienzo mide 283 x 188 cm y representa la renuncia del santo de Asís al mundo. San Francisco abraza al Crucifijo movido por la piedad y éste corresponde con la misma piedad, desenclavándose el brazo derecho para abrazarle. Actualmente en el Museo de Bellas Artes de Sevilla, fue realizado para el convento capuchino de la ciudad, en cuyo cuarto altar, último de la nave izquierda, se conservaba. Los frailes valencianos que colaboraron en la fundación del convento de la orden en Sevilla en 1627, bien pudieron sugerir el tema. La comparación de este lienzo con la versión que del mismo asunto hizo Francisco de Ribalta hacia 1621 para el convento valenciano de los capuchinos, hoy en el Museo de Bellas Artes de Valencia, ilustra el enorme cambio estilístico que conoce la pintura española de la primera a la segunda mitad del siglo XVII, pasando del más intenso naturalismo tenebrista a este refinado y delicado lenguaje de delicadeza casi musical. El tema, por su dramática alegría, evoca el mundo espiritual de Las Florecillas de San Francisco, cuyo lirismo, desbordando la anécdota, da vida a la lírica devoción de Murillo. La muerte hace pesado el bello cuerpo de Cristo rematado por una cabeza perfecta por sus hermosos rasgos y su expresión. El santo se apoya sobre el globo del mundo, y a la izquierda, dos ángeles niños portan un libro abierto en el que se leen las palabras del Evangelio de San Lucas: "Qui non renunciat omnibus, quae possidet, no potest meus esse discipulus" ("Quien no renuncia a todo lo que tiene no puede ser mi discípulo"), lema francisco por excelencia. Es una de las obras más famosas y reproducidas del pintor, que logró una admirable intensidad apasionada en la expresión del santo y una brillantísima composición barroca, al disponer las luces en una ágil diagonal que recorre la parte superior del lienzo, desde el libro, iluminando el brazo izquierdo del Cristo y su torso, hasta la cabeza y el brazo del santo, que al pisar el orbe expresa la renuncia a cuanto de gozoso el mundo le ofrece. San Francisco abraza al Crucificado sin apoyarse en él, como había sido pintado anteriormente, sino de una manera más tímida y afligida, y es el propio Jesús quien hace ademán de atraer al santo hacia sí. La única nota monumental en el cuadro la pone el cielo borrascoso, que amenaza tormenta sobre una ciudad perdida en la lejanía. El argumento, amable y cercano a los fieles pero también comprometido, podría resultar poco creíble en manos de otro artista, pero aquí es mostrado con franqueza, sencillez y sorprendente naturalidad. |
FUENTES PÉREZ DELGADO, Rafael. Murillo, Editorial Giner, Madrid, 1972, p. 88. PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso Emilio. Murillo, Editorial Electa, Madrid, 2000, pp. 36-37. CORDERO, Miguel. "Murillo", en Los grandes genios del arte, Editorial el Mundo, Madrid, 2004, p. 134. |
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