CUARTO CENTENARIO DE ANDRÉS DE OCAMPO
CRISTO DEL MAYOR DOLOR

Con información de Carmen Bahíma y Jesús Abades (17/05/2023)


 

 

La imagen es titular de la Pontificia, Fervorosa, Ilustre y Antigua Hermandad y Cofradía de Nazarenos de Nuestro Padre Jesús ante Anás, Santo Cristo del Mayor Dolor, María Santísima del Dulce Nombre y San Juan Evangelista (Sevilla). Es una excelente talla que, durante mucho tiempo, estuvo atribuida a Juan de Oviedo y de la Bandera, con cuyo Cristo de la Misericordia (1591) para San Juan del Puerto (Huelva) presenta notables semejanzas. Es de tamaño algo inferior del natural (viene a medir unos 140 cm de altura). A raíz del centenario de la Hermandad del Dulce Nombre fue atribuido a Andrés de Ocampo por Rafael Ríos Delgado.

En 1941 este crucificado, fechado hacia 1600, sufrió quemaduras en sus piernas como consecuencia de un cirio encendido que cayó sobre la imagen, siendo intervenida por el escultor e imaginero Sebastián Santos, al que podría pertenecer la policromía que luce actualmente. También pasó por las manos del Taller Isbilia en 1990. La última restauración, iniciada en 2019 y concluida en 2020, corrió a cargo de Carmen Bahíma.

Una vez examinada la imagen del Cristo del Mayor Dolor por Bahíma en las dependencias de la Hermandad del Dulce Nombre, y trasladada a las dependencias de su taller, se procedió a la intervención. Previamente había sido aprobado por una comisión de seguimiento un informe diagnóstico sobre su estado de conservación, así como una propuesta de intervención adecuada a la problemática que presentaba. Dicha comisión, integrada por expertos como Alicia Iglesias Cumplido, Andrés Luque Teruel o Guillermo Martínez Salazar, corroboró la atribución a Ocampo tras los análisis pertinentes y la comparativa con otras esculturas del artista.

 

 
 

 

Respecto a la restauración de Bahíma, en primer lugar se realizaron pequeñas catas de limpieza en diferentes zonas de la imagen para contrastar resultados, dadas las anteriores intervenciones sobre la misma. A tenor de los resultados obtenidos en las pruebas diagnósticas, hubo constancia de la existencia de una policromía subyacente en un alto porcentaje (90 %). Una vez retirados algunos fragmentos de la policromía visible -la que se atribuye a Sebastián Santos-, se observó que aquella era de mejor factura y se encontraba en buen estado. Bahíma propuso entonces a la comisión rescatar la policromía subyacente, siendo afirmativa por unanimidad la respuesta. La mayor parte del proceso de retirada de la capa pictórica se realizó de forma mecánica.

Una vez concluido dicho proceso se procedió a la separación de los brazos del cuerpo para colocarlos en su correcta posición, eliminando añadidos que distorsionaban la posición original y provocaban daños a la hora de la colocación en la cruz. Se mantuvo la espiga original de madera de ciprés de su brazo izquierdo. La del derecho fue sustituida por una de ciprés pues la que poseía no era del mismo material.

El sistema de sujeción a la cruz fue renovado colocándose una pieza de acero inoxidable en el sudario, para evitar así roces entre la madera y el metal. Se realizaron nuevos cajillos, de latón, para las potencias.

Una vez concluida esta primera fase de intervención se procedió a la fijación de algunos estratos subyacentes con peligro de desprendimiento y a la reposición de la capa de preparación con materiales afines a la obra en aquellas zonas donde estaba perdida. Por último, se reintegraron cromáticamente las lagunas estucadas dando así unidad a la encarnadura.

Para Carmen Bahíma fue un trabajo muy especial en todos los sentidos, ya que fue un reto plantear y llevar a cabo la retirada de una policromía para recuperar la subyacente en una obra de esta envergadura. Cada actuación era muy delicada, pues la policromía subyacente podía dañarse irreversiblemente. Por otro lado, debido a la pandemia los trabajos se suspendieron y la entrega del Cristo fue pospuesta. En esos meses de confinamiento, Bahíma dijo "vivir momentos personales que nunca olvidaré junto a esta bendita imagen".

 

 
 

 

Fotografías de Carmen Bahíma y Daniel Salvador-Almeida

 

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