La venerada imagen, Coronada Canónicamente en 1992, posee un doble simulacro para la devoción onubense. Por un lado, tenemos la pintura mural del siglo XV que muestra a la Virgen con el Niño coronada por dos ángeles. Dicha pintura, coetánea a la construcción de la ermita mudéjar, fue seriamente dañada en 1936, debiendo ser cubierta por una pintura sobre tabla de Padilla (1937) que reproducía fielmente el original.

En 1992 se recuperó el mural tras ser restaurado por Madroñero, quien fijó la policromía original y reintegró las lagunas pictóricas. Como curiosidad, podemos decir que, a ambos lados del mural, se encuentran pintadas desde el siglo XVI dos figuras que representan a San Blas y Santa Lucía, antiguas devociones de Huelva, si bien se encuentran ocultas por un retablo dieciochesco atribuido a José Fernando y Francisco José de Medinilla.

A efectos procesionales, la Hermandad de la Patrona y Alcaldesa Perpetua de Huelva utiliza desde época barroca una talla popularmente conocida como la Virgen Chiquita por su tamaño (51 cm). Sobre su origen y paternidad artística existen dos teorías: de una parte, los historiadores onubenses Juan Miguel González Gómez y Manuel Jesús Carrasco Terriza consideran que se trata de una pieza del círculo de Benito de Hita y Castillo, realizada en torno a 1760; en opinión de Juan Manuel Miñarro, quien la restauró en 1991, hablamos de una obra anterior, de finales del siglo XVII, cuyas características nos remiten a los modelos roldanescos. 

El origen de la devoción se encuentra en la leyenda del zapatero Juan Antonio, quien vivió en torno al año 400 y solía regalar zapatos a los niños necesitados. Aquejado de un fuerte dolor en el costado, invocó a la Virgen y, al momento, apareció una cinta con la que ciñó su cuerpo, desapareciendo el dolor.

En 1493, el almirante Cristóbal Colón visitó el santuario de la Virgen de la Cinta en cumplimiento de un voto realizado a la Patrona de Huelva durante el viaje que abrió camino al Nuevo Mundo.