PERUGINO. LOS TEMAS RECURRENTES
CRUCIFIXIÓN

19/08/2023


 

 

Perugino suele organizar el tema de la Crucifixión en dos registros: uno superior celeste, donde vemos a Cristo en la cruz, con su cuerpo fuertemente resaltado anatómicamente, y otro inferior donde, sobre el fondo de un suave paisaje montañoso que se pierde en la distancia, salpicado de esbeltos árboles frondosos, están los tradicionales santos de la Pasión y otros vinculados al cliente, a la iglesia o a la capilla a la que estaba destinada la obra.

En el caso de la Crucifixión (Pala Chigi) de la Iglesia de San Agustín de Siena, Jesús se halla flanqueado por ángeles, simétricamente dispuestos como suele ser también frecuente en Perugino. Destacan los arcángeles que recogen la sangre que mana de las heridas. Sobre la cruz hay una representación del pelícano desgarrando su carne para alimentar a sus crías, símbolo del sacrificio de Cristo. También vemos, a derecha e izquierda, el sol y la luna en un cielo lúgubre y tormentoso, según la antigua tradición de los fenómenos atmosféricos que siguieron a la muerte de Jesús.

Muy interesante es también la pieza realizada como un tríptico en 1485 (imagen superior) para una capilla de la iglesia dominicana de San Gimignano, población cercana a Florencia. Su ejecución recuerda las piezas flamencas que, en ese momento, eran muy populares en Italia. La pintura fue encargada por Bartolomeo di Bartolo y comprada tres siglos más tarde (hacia 1796) por Alexander Galitzin, embajador ruso en Roma, cuyos descendientes mantuvieron la propiedad familiar hasta 1886. Gracias a esta duradera conexión, la obra se conoce con el sobrenombre de Tríptico Galitzin. En 1937 pasó a formar parte de la colección de la National Gallery de Washington, donde aún se conserva.

Respecto a la pieza de los Uffizi, fue pintada para los Ingesuati de San Giusto (imagen inferior). Los frailes la llevaron a su nueva sede en el convento de San Giovanni Battista della Calza. Tras ello, tuvo varios destinos hasta que fue comprada por los Uffizi en el año 1904. Se caracteriza por un claroscuro incisivo, con una luz fuerte que genera largas sombras, al estilo del joven Perugino influido por Verrocchio y Luca Signorelli, quien consta intervino en la pieza.

 

 

Mención aparte merece el fresco de la Crucifixión del convento florentino de Santa María Magdalena de Pazzi, una ambiciosa creación de Perugino y la más grande del pintor en Florencia (imagen inferior). La construcción de la sala capitular, cubierta por bóvedas de crucería apoyadas en ménsulas adosadas a los muros, obligó a dividir la escena en tres partes bajo los arcos, disponiendo Perugino un impecable entramado arquitectónico que unifica los frescos a través de un paisaje continuo y enrarecido, desplegado en las escenas como si de una logia abierta se tratase. Jesús se halla en el panel central con la Magdalena arrodillada al pie de la cruz, en clara alusión a las arrepentidas acogidas en el convento. En los frescos laterales vemos a la Virgen y a San Bernardo de Claraval, fundador de los cistercienses, y a San Juan Evangelista y San Benito, fundador de los benedictinos, de los que los cistercienses son una rama. La presencia de Benito y Bernardo obedece a que el conjunto fue ejecutado cuando el convento era de la Orden del Císter.

No podemos olvidar la tristemente desaparecida Crucifixión del templo de Santa María del municipio toscano de Argiano, una colaboración entre Perugino y su maestro Verrocchio en la que el crucificado aparece flanqueado en primer plano por San Jerónimo y San Antón. La obra está en paradero desconocido tras ser robada hace 53 años.

Como vemos, más que a la originalidad de las composiciones, Perugino apuntó sobre todo a una ejecución impecable y de altísima calidad, como lo demuestra el fino y preciso dibujo, grabado en la fase preparatoria quizás con la punta de plata en algunos casos, visible sólo a través de reflectografías infrarrojas. El óleo es corpulento y denso, sin perder la delicadeza típica del artista. Cada detalle está cuidado con sumo cuidado y se estudia minuciosamente la dirección de la luz, con los efectos que genera en el espesor de los drapeados y en la refracción de los colores iridiscentes.

 

 

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