Sin duda el gran fresco (335 x 540 cm) pintado para la Capilla Sixtina es la creación más importante de Perugino dentro de la iconografía del Bautismo de Cristo. Para su ejecución el maestro contó con numerosos ayudantes, entre ellos un joven Pinturicchio y otros como Andrea d'Assisi o Rocco Zoppo. La escena está ambientada según un esquema simétrico, típico de Perugino. En el centro, el río Jordán fluye recto hacia el espectador, hasta los pies de Jesús y San Juan Bautista, los cuales aparecen en primer plano flanqueados por dos ángeles arrodillados que sostienen una toalla y un personaje masculino que se desviste para seguir a Cristo en el bautismo. La paloma del Espíritu Santo desciende enviada por Dios Padre, representado en lo alto dentro de un nimbo de luz con serafines y querubines, flanqueado por dos ángeles en vuelo. Dentro de este eje central vemos al fondo un paisaje simbólico de Roma, en el que reconocemos varias de sus construcciones más emblemáticas como el Coliseo o el Panteón de Agripa.

A los lados del fresco (imagen superior) vemos paisajes rocosos, también marcados por la simetría, con numerosos personajes que asisten a los sermones del Bautista, a la izquierda, y de Jesús, a la derecha. También es típico del artista el paisaje salpicado de esbeltos árboles jóvenes que se desvanece suavemente en la distancia, lo cual se convirtió en uno de los elementos más reconocibles de la escuela de Umbría. Finalmente, a los lados, en primer plano, vemos retratados en la escena personajes contemporáneos. Este último es un detalle muy raro de Perugino, probablemente inspirado en las escenas sacras de Domenico Ghirlandaio, que por aquel entonces también trabajaba en la Capilla Sixtina.

El tema tuvo un gran éxito entre los clientes de Perugino gracias al fresco de la Sixtina, que luego reprodujo, aunque de forma simplificada, para otros encargos menores. Probablemente, Perugino tuvo la oportunidad de admirar una obra sobre el mismo tema en el taller florentino del maestro Verrocchio, pero eligió una imagen mucho más elegante.

Para la capilla de San Juan Bautista de la Catedral de Città della Pieve, localidad natal de Perugino, el artista pintó una tabla del Bautismo (imagen superior) que ha llegado a nosotros muy restaurada por no haberse mantenido en las mejores condiciones debido a la humedad y los contrastes térmicos. La composición de Jesús y el Bautista es muy similar al fresco de la Sixtina. En este caso, cada uno de ellos va acompañado de un ángel a su lado. Sobre ellos la paloma del Espíritu Santo despliega sus alas, reposando sus patas sobre una pequeña nube. La escena está iluminada desde la izquierda, como lo demuestran las singulares sombras en el suelo. La simetría, presente por doquier en la composición, solo se rompe por la serpenteante corriente del Jordán que baña los pies de ambos protagonistas.

A la época tardía del pintor pertenece el fresco del Bautismo (detalle en la imagen inferior) que se halla en el Oratorio della Nunziatella (Foligno). Dos ángeles en vuelo rodeados de querubines, presentes en casi todos los frescos del pintor, dejan pasar por el centro la paloma del Espíritu Santo. A orillas del río, otros cuatro ángeles, dos en oración y dos de rodillas, flanquean el núcleo de la composición: Cristo y Juan. Ambos parecen caminar sobre el agua y, además, los rasgos dulcísimos, casi idealizados, se hallan acompañados de colores suaves, propios de la fase tardía del pintor, lo que hace de la composición, que es también una obra maestra de la perspectiva, una perfecta pintura renacentista. Sobre el fresco hay una luneta, también de Perugino, que representa al Padre Eterno entre dos ángeles adoradores.

Otras creaciones sobre el Bautismo pintadas por Perugino se hallan en las predelas, una serie de pequeños cuadros, a menudo con contenido narrativo, que forman la base de un retablo. Es el caso del que formaba parte del Políptico de San Pedro, hoy en Ruan (Francia), o el que ahora se conserva en el Art Institute of Chicago.

Anterior entrega en este