RELATOS BREVES DE AGOSTO (V)
QUIEN VIVE EN LO ALTO

Salvador Marín Hueso


 

 

Vivimos aquí en lo alto, sobre un cerro que domina todo el valle. Es mejor vivir ignorante, y aquí no se puede. De noche y de día, la panorámica es completa, y a menos que uno se pase la vida tapándose los ojos, es demasiado lo que la inteligencia y los sentidos se ven obligados a asimilar.

Anoche, por ejemplo, no tuve más remedio que verla. Marchaba embozada a través de los olivos. De vez en cuando se volvía como si alguien la siguiera, pero lo cierto es que nadie la seguía, lo cierto es que avanzaba en solitario esquivando los regueros de la luna, hasta que su silueta se fundió con la de los cortijos de los Santander.

No puedo dormir. Es un mal que tengo. Ya ni siquiera hago por acostarme. Saco una vieja mecedora de mimbre a la puerta de la casa, y me abandono al fresco de la noche, con la esperanza de echar una cabezadita al menos de vez en cuando.

Justamente, salía de un entresueño corto y pegajoso, alta ya la madrugada, cuando la vi regresar. No volvía sola. Un hombre venía con ella, un hombre ancho, joven y fuerte que, como ella, evitaba el blanco de la luna. No se hablaban. No andaban a la par. Ella le precedía, aunque se veía a las claras que él conocía el camino sin necesidad de que ella le fuera guiando.

Rodearon nuestro cerro. Se perdieron de vista. No me planteé nada. Nunca lo hago. Ya soy más que viejo, y estoy más que hecho a verlo todo sin que me inquiete.

Me dice mi hijo que ha amanecido muerto Estebanillo. Era un buen chico. Vivía aquí cerca, justo debajo, en el cortijo de los gorriones. Me dice que el médico, el nuevo, el joven, ha dicho que ha sido un soplo al corazón, una cosa sobrevenida y desgraciada que nadie podía esperarse. Que el funeral será esta tarde, en el pueblo, y que si vamos a ir. Le digo que no. Con Esteban ya nada podemos hacer nosotros y, por tanto, es inútil que vayamos.

Que nos lo perdone su madre.

Que no nos lo tenga en cuenta su viuda.

 

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