LAS RELIQUIAS DE LA MUERTE (V)
27/10/2023
En el complejo monástico alemán de Heiligkreuztal (Altheim, Alta Suabia), fundado en 1272, se conservan los esqueletos de cuatro santas procedentes de las catacumbas romanas que llegaron al monasterio en torno a 1680. Sus nombres son Coronatus (imagen superior), Celestina, Inocencia y Luciana. Entre 1757 y 1758, las amorosas manos de las monjas crearon suntuosos atuendos barrocos para estos esqueletos, empleando entre otros elementos piedras venecianas de cristal y magníficos vestidos de fantasía, siendo colocados en sarcófagos para recibir culto en la iglesia del cenobio. Durante la iconoclasia de los siglos XVI y XVII, los edificios de las iglesias católicas alemanas fueron saqueados de sus imágenes, iconos y reliquias. Debido a ello, la Santa Sede ordenó la exhumación de miles de huesos existentes en las catacumbas de Roma, creyéndolos restos de los primeros mártires cristianos, y la Iglesia católica declaró santos mártires a todos los esqueletos recuperados. Estos huesos se vendieron como reliquias, sobre todo en las zonas meridionales de Alemania, al norte de los Alpes, donde fueron lujosamente vestidos y exhibidos en ataúdes para los fieles. En el caso de Heiligkreuztal, los frontales de los sarcófagos son vítreos, aunque se pueden cerrar con tablas pintadas en las que las santas se representan como si estuvieran vivas. Ahondando en su origen, el 31 de mayo de 1578 los trabajadores de unos viñedos en la Vía Salaria romana descubrieron la entrada a kilómetros de cuevas funerarias. En las catacumbas se encontraron huesos de cientos de miles de muertos que encontraron su lugar de descanso final entre los siglos I y V; principalmente cristianos, pero también judíos y romanos que valoraban la sepultura bajo tierra. En el sur de Alemania, esos esqueletos fueron utilizados como escudos espirituales contra la Reforma protestante, que atacó no solo los dogmas, sino también las santas reliquias. Lutero los vio completamente inútiles, y se burló de ellos llamándolos "huesos de perros y caballos" debido a sus cuestionables orígenes. Los ataques no se limitaron al ridículo: se saquearon iglesias y monasterios, y se profanaron y destruyeron reliquias. En 1545, la élite católica se reunió para una especie de reunión estratégica, que finalmente duró 18 años como el Concilio de Trento, cuyo objetivo fue fortalecer nuevamente a la Iglesia católica. Las reliquias fueron puestas en valor, pues eran anclas para los fieles y poderosos símbolos de la fundación del mundo cristiano sobre el sacrificio. |
Las cuatro santas del monasterio de Heiligkreuztal pertenecían a una época casi olvidada de la historia católica. Tal vez alguna vez murieron por su fe, nadie lo sabe con certeza. Durante casi una eternidad permanecieron olvidadas en las tumbas subterráneas en Roma durante una eternidad, hasta que, tras su descubrimiento, llegaron a través de los Alpes hasta el sur de Alemania en los siglos XVII y XVIII. Fueron desenterrados y preparados como consoladores para las almas católicas heridas, algo que las gentes todavía no habían visto. Las monjas las decoraron de una manera que el mundo nunca había conocido antes. Coronatus, acostada sobre almohadas, apoya la cabeza en su mano derecha, como si estuviera pensando. Su cráneo, envuelto en una gasa, tiene los rasgos faciales extrañamente completos: sus ojos son de cristal, y los párpados, nariz y mejillas fueron modelados con cera. La santa lleva un tocado de terciopelo rojo bordado con abalorios. El rizado cabello está hecho con hilos dorados. Su esqueleto está adornado con una especie de uniforme militar, provisto de jubón y abrigo de brocado, profusamente bordado y engastado con joyas. Las costillas, expuestas, se hallan sujetas al esternón mediante una magnífica estructura de tela. Los zapatos de terciopelo tienen tacones planos. Apariencias similares muestran Celestina, Inocencia y Luciana (imagen superior), esta última casi una niña de no más de 150 cm de altura. En sus comunidades adoptivas, los santos fueron vistos durante mucho tiempo como hacedores de milagros y protectores. Según el Concilio de Trento, todos los huesos y pruebas de santos sospechosos debían presentarse al maestro de relicarios en el Vaticano, quien solo expide un certificado de autenticidad bajo las estrictas directrices de la recién creada Congregación de Ritos. Sin embargo, más allá de los Alpes la demanda se volvió casi histérica, y con ello, la autenticación más descuidada: si la identidad del difunto no puede aclararse, se le entrega una nueva, tomando a menudo los nombres de santos populares como Valentín, cuyos restos (imagen inferior) descansan ahora en Bad Schussenried y en otras tres o cuatro iglesias. La persona desconocida se convertía inmediatamente en santo anónimo. Entre los primeros santos de las catacumbas que hicieron el largo viaje a través de las montañas se encontraban Inocencio, Maximilano y Emerenciana, que llegaron a Ochsenhausen, también en la Alta Suabia, en 1624. Para el transporte, los huesos consagrados se envuelven en una tela y se colocan en una caja de madera. El paquete se ata con cintas de seda roja, se cubre con tela impermeable y se le hace un triple sellado. Casi todas las iglesias quieren tener su esqueleto: desde Kempten hasta Konstanz, desde Wiblingen hasta Waldburg. Los guardias suizos, los monjes o los peregrinos son los encargados de transportar los huesos. |
Las religiosas de la Alta Suabia demostraron asombrosos conocimientos anatómicos para convertir las pobres pilas de huesos en joyas, gracias a la cera, la pintura, el alambre, el pegamento y los armazones. Quienesquiera que hayan sido Coronatus o Luciana de Heiligkreuztal, ahora están vestidas como santas consagradas, completamente absortas en su papel de conmover los corazones de los creyentes. Las decoraciones costaron una fortuna: las brillantes piedras de cristal tallado se encargan especialmente en Venecia, y las joyas suelen ser auténticas. Los santos de la Abadía de Salem, por ejemplo, lucen 1.000 diamantes, amatistas y esmeraldas. Estas inversiones también valen la pena desde el punto de vista financiero, cuando llegan los primeros peregrinos. El monasterio de Gutenzell calcula un coste total de 280 florines para Santa Justina: recibida en 1699, dos años después sus gastos estaban cubiertos gracias a las donaciones de los devotos. Pero luego la gente se avergonzó de ellos, los dejaron pudrirse en algún lugar o simplemente los tiraron. El declive de los santos de las catacumbas comenzó en el siglo XIX, debido al escepticismo del Siglo de las Luces y a la decisión tomada por El Vaticano de paralizar este "comercio de huesos". Cuando la propia Iglesia los dejó de lado, estos huesos benditos de repente se convierten en poco más que desechos arrastrados por las olas de la secularización. Algunos de ellos todavía están guardados en almacenes como si fueran chatarra. El monasterio de Heiligkreuztal se secularizó a principios del siglo XIX. En 1834 se marchó la comunidad cisterciense. En 1955, los santos de las catacumbas tuvieron que abandonar sus lugares habituales en la iglesia y terminaron en un cubículo, que 40 años después se transformó en museo. Desde entonces, los viejos héroes han vuelto a ser admirados. Heiligkreuztal volvió entonces a recuperar su relevancia, recibiendo cada año más de 20.000 pernoctaciones tras su renovación como centro de conferencias. Los directivos dicen que encuentran paz en el lugar. |
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San Deodato |
Fotos: Paul Koudounaris
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FUENTES KOUDOUNARIS, Paul. Katakomben Heilige - Verehrt Verleugnet Vergessen, Múnich, Grubbe Media, 2014. |
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