La imagen del Crucificado de la Buena Muerte, que goza de gran veneración entre los fieles, fue una donación efectuada el 29 de diciembre de 1976 por las hermanas Rita y Carmen Heraso Budia, habiendo pertenecido a su padre Alfredo Heraso Pizarro. Se trata de una magnífica talla que encaja con el estilo del escultor Andrés de Ocampo (Villacarrillo, Jaén, hacia 1555/1560 - Sevilla, 1623), presentando similitudes con algunos de sus crucificados. La obra fue restaurada por el escultor e imaginero sevillano Juan Abascal, sabiendo que sacó alguna copia que se conserva en un domicilio particular.

Esta imagen de San José con el Niño llama poderosamente la atención por la calidad de la obra. El santo Patriarca aparece de pie, con contraposto acentuado, para sujetar al Niño que lleva sobre su brazo derecho. Los rasgos de ambos rostros, los clásicos mechones que rematan sendas cabezas, así como los rasgos faciales nos llevan a la escuela sevillana del primer tercio del XVII. Ecos de Martínez Montañés o de su discípulo de Juan de Mesa se perciben en esta escultura ricamente estofada con variedad de tonalidades en verdes, carmines o malvas. El estilo de la obra nos lleva a vincularla, como hipótesis, a Francisco de Ocampo (Villacarrillo, Jaén, 1579 - Sevilla, 1639), tío de Andrés de Ocampo, por el parecido con otras obras vinculadas a su mano, como el San José de La Rambla (Córdoba) o el San José de Villamartín (Cádiz), así como el San Juan Bautista de Santa Cruz de La Palma. El rostro del Niño Jesús recuerda al de la Santa Inés que venera en su convento hispalense. Iconográficamente es destacable porque prevalece en su época el santo itinerante llevando al Niño de la mano, por lo que es de las primeras versiones del barroco temprano en incorporar al Niño Jesús en su regazo.