JOAQUÍN SOROLLA. 150 ANIVERSARIO
VISIÓN DE ESPAÑA
Con información de Blanca Pons-Sorolla
El 17 de junio de 1920 Sorolla sufre un ataque de hemiplejía en el jardín de su casa mientras ejecuta el Retrato de la Señora de Pérez de Ayala. La enfermedad le impide volver a pintar. El 26 de octubre, tras un verano en que es trasladado por su familia a la llamada "Villa Sorolla" en San Sebastián, acude por última vez a su clase de Colorido en la Escuela de San Fernando, para lo cual tiene que ser llevado en un sillón por sus alumnos. A partir del año 1921 la enfermedad de Sorolla avanza de modo irreversible. En 1922 es nombrado miembro correspondiente de la Academia de Bellas Artes de Berlín. Ese mismo año se celebra en el Ateneo de Madrid una exposición-subasta de pinturas de Sorolla que habían sido propiedad del doctor Luis Simarro, en la que Clotilde, esposa del pintor, adquiere dos acuarelas que se conservan actualmente en el Museo Sorolla de Madrid. Sorolla sigue empeorando y es trasladado a Valencia durante el verano de ese mismo año. Reside en la "Casa Blanca", un palacete con jardín situado en la playa de la Malvarrosa. El 10 de agosto del año 1923 Joaquín Sorolla muere en la casa que su hija María tenía en Cercedilla (Madrid). Siete meses antes moría su tía y madre adoptiva Isabel Bastida a los 85 años de edad. Avisado de inmediato su gran amigo Mariano Benlliure toma allí mismo la impresión de su mascarilla y su mano derecha con la ayuda de sus discípulos Luis Darmini y Mariano Rubio. Los restos de Sorolla fueron luego trasladados a su casa de Madrid, donde es instalada la capilla ardiente. Posteriormente tuvo lugar su traslado a Valencia, donde Sorolla fue enterrado con tratamiento de capitán general. La comitiva fúnebre, presidida al igual que en Madrid por Mariano Benlliure en representación del rey Alfonso XIII, pasó por numerosas calles de su ciudad natal, deteniéndose en el Círculo de Bellas Artes, en la Capilla de la Virgen de los Desamparados, frente al Ayuntamiento y en la Plaza de San Agustín, donde las tropas desfilaron ante su cadáver. Los restos de Sorolla fueron finalmente inhumados en el panteón familiar del Cementerio de Valencia. Como ya comentamos, en el año 1911, concretamente en París durante el mes de noviembre, Sorolla firma un contrato con Huntington por el cual se compremete a pintar, para la biblioteca de la Hispanic Society of America, una serie de paneles al óleo de 3,5 metros de alto por 70 de largo que deben representar aspectos de la vida española, como él diría "su visión de España". Por ello le ofrecen 150.000 dólares. Además, la Hispanic Society le encarga un total de 38 retratos de los "personajes españoles más notables de su tiempo". La tercera etapa de la vida artística de Sorolla, conocida por ser la época de su madurez creativa (1912-1920), la dedica en buena parte a la decoración de la Hispanic Society, un proyecto colosal que acepta por el reto que le supone y que condiciona de forma importante al artista, pues le obliga a viajar continuamente para documentarse adecuadamente sobre los tipos, costumbres y trajes de las diferentes regiones españolas, así como para conocer los paisajes y luces en las que ha de ambientarlas. La valentía y honradez con la que Sorolla afronta esta ingente empresa pictórica supuso tal esfuerzo emocional y físico al artista que acabaría minando de forma determinante su salud. Los trabajos le ocupan de 1912 a 1919. El primer año viaja sin descanso para realizar in situ y directamente del natural estudios de gran tamaño que le servirían para posteriormente componer los paneles definitivos. En los tres años siguientes realiza un total de 11 paneles dedicados a Castilla, Andalucía, Aragón, Navarra, Guipúzcoa, Galicia y Cataluña, desplazándose en cada ocasión a la región correspondiente y pintando siempre al aire libre. La salud de Sorolla se empezó entonces a resentir. En 1915 empieza a manifestar en sus cartas los temblores que sufre cuando se emociona pintando. Temblores que tardan más de una hora en remitir. Solía decir: "Mi mano y mi vista se cansan, pero las ganas de pintar no se me quitan nunca". Tardará cuatro años más en pintar los cuatro paneles que le quedan para completar la decoración, los dedicados a Valencia, Alicante, Extremadura y Ayamonte. En estos años pintará también los retratos para la galería de personajes ilustres que le encarga Huntington. Destacamos los realizados a Juan Ramón Jiménez y Vicente Blasco Ibáñez (imagen inferior). No le faltan estos años tristes acontecimientos familiares como la muerte de sus suegros, las etapas depresivas de su hijo Joaquín -al que retrata sentado magistralmente en 1917- o la tristeza de su hija Elena al romper una relación amorosa. Todo ello, sumado a no poder estar siempre con Clotilde, le quita la paz para pintar y altera su sensibilidad a flor de piel, que tanto gozos y sufrimientos le proporciona. Sorolla, en su estancia en Ayamonte en 1919, llora con más frecuencia de lo quisiera las penas de los suyos. Sin embargo, no deja de pintar. Este último panel, dedicado a Ayamonte, La Pesca del Atún (imagen superior), es sin duda el más brillante de todos. En los paneles se acusa un sentido compositivo y una factura mucho más académica de lo que era habitual en el pintor, por más que éste se esforzara en "construir" con la luz y componer a partir de oposiciones cromáticas. En este caso concentró más su trabajo no tanto en la investigación lumínica y atmósférica, como en la difícil y penosa labor de búsqueda y estudio de tipos y modelos característicos. Terminada su Visión de España, y sin hacer caso a sus médicos que le aconsejan descansar, Sorolla viajó con su mujer y su hija Elena a Mallorca e Ibiza para cumplir con un encargo que Thomas Fortune Ryan hacía años le había hecho: Los Contrabandistas (1919), que lleva a cabo en los acantilados ibicencos. En las Islas Baleares, fascinado con su luz y con su mar, Joaquín Sorolla pinta sin saberlo su última visión del Mediterráneo. |
FUENTES: PONS-SOROLLA, Blanca. Sorolla. Obras Maestras, Barcelona, pp. 73, 153-157 y 220;
TORRES GONZÁLEZ, Begoña. Sorolla. La Magia de la Luz, Madrid, 2007, pp. 394-395.
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