Fue el célebre escultor e imaginero vallisoletano Luis Salvador Carmona (Nava del Rey, Valladolid, 1708 - Madrid, 1767) el creador del simulacro más celebrado sobre el tema de Cristo recogiendo sus vestiduras a nivel nacional.

Al igual que ocurriera con otras de sus creaciones pasionistas -caso de sus tres versiones de la alegoría del Cristo del Perdón, que recrean los sufrimientos padecidos por Cristo en aras de la salvación humana-, en esta imagen vemos nuevamente una sabia aportación que conjuga toda la perfección de un oficio escultórico exquisitamente elaborado, fruto de su condición de miembro de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, con la fidelidad al Barroco y a los fines procesionales de la escultura, de ahí que estén patentes en sus laceradas carnes multitud de latigazos y heridas.

El estrecho vínculo que el escultor mantuvo con la Orden Jesuita hizo posible esta obra de la Clerecía de Salamanca. La Compañía de Jesús no era desconocida para Luis Salvador Carmona, pues los dos hijos nacidos del matrimonio que su maestro Juan de Villabrille y Ron contrajo en segundas nupcias con Jerónima Gómez fueron religiosos de la Compañía de Jesús, el padre Pedro José de Villabrille y Ron, fallecido ya en 1728, y el padre Diego Tomás.

El Cristo recogiendo sus vestiduras, que talló en 1760, es la última obra que tenemos firmada de la mano de Carmona, al menos de momento. El autor plasmó esta firma al pie de la columna: "Luis Salvador Carmona fact. Md. Aº de 1760". Federico Carbonero recogió en 1901 la referencia sobre ésta y otras piezas que el escultor hizo para Salamanca tras comprometerse a ejecutarlas "de su mano" en la escritura que otorgó para ello. Lo anterior justifica plenamente la firma y estima que tenía el artista hacia esta pieza, que llegó a exponer en la Academia de San Fernando.

De hecho, se la considera una de las mejores creaciones de su autor, un virtuoso de la talla que, en opinión del estudioso Antonio Jesús del Río, consiguió plasmar un lenguaje de gran perfección técnica, pureza de formas y volúmenes, lo que hace que la dulzura, el refinamiento y la sensibilidad sean características permanentes en su trayectoria. Para otros expertos, algo de la elegancia rococó impregna tanto esta como el resto de las figuras de Carmona; sin embargo, su fidelidad a los modelos del siglo XVII le orientan hacia una escultura religiosa de fuerte carácter emotivo. En opinión del historiador Juan José Martín González, pese a ser obra del último periodo del artista es la más perfecta anatómicamente de toda su trayectoria, palpándose músculos y tendones con admirable verismo.

Cristo aparece de pie, vacilante y extenuado por el suplicio, recogiendo la túnica después de ser flagelado. Es una escultura en madera policromada, de tamaño algo menor que el natural. También pertenecen a Carmona los delicados ángeles portadores de instrumentos de la Pasión que acompañan al simulacro.

A finales del siglo XVII, mucho antes de que Carmona entregará su magistral escultura a los jesuitas salmantinos, asistiremos a la evolución del modelo de Jesús recogiendo sus vestiduras hacia planteamientos muchos más naturalistas, colocando a Cristo en una postura intermedia entre erguido y arrodillado, tal y como lo representó Claudio Coello por partida doble en el banco del retablo de Santa Gertrudis, del madrileño convento de San Plácido, y en el retablo de Nuestra Señora de la Soledad en la iglesia toledana de San Miguel.

Existe una vieja asociación entre las vestiduras de Cristo y el lugar donde los sacerdotes se revestían para la Misa, que tendría su máximo exponente en el Expolio del Greco para la sacristía de la Catedral de Toledo o en este Cristo recogiendo sus vestiduras de Carmona para la salmantina sacristía de los jesuitas de la clerecía.