Vicente López poseía una rica vena de dibujante que le pudo haber convertido en el primer pintor neoclásico español, por encima de la medianía con la que los demás, pocos, llegarían a serlo.

Tanto en Valencia como en Madrid, sin duda debió de escuchar a sus maestros la soberana importancia del dibujo. Sin embargo, Maella no dibujó como Vicente López. Si acaso fue su paisano José de Ribera, el viejo realista del arte de la Contrarreforma, quien le puso en la pista de que podía hacerse mucha pintura aun con muchísimo dibujo, sin permitir desfogues y desmelenamientos al pincel.

A Vicente López le importaba el hombre y la mujer de carne y hueso, cada uno de ellos frente a sus pinceles. Como Goya, Vicente López hizo caso omiso del neoclasicismo europeo, frígido y estatuario, lleno de sabias convenciones formales y raramente atento a la realidad viviente.

Vicente López se vio obligado a ser retratista al por mayor, pero no quiso serlo al modo de Goya, que a su vez provenía de Velázquez. Sin duda ambos maestros fueron admirados por nuestro artista, pero no como para tomarlos cual referentes en los que aprender o a los que intentar emular. Vicente López se impuso el deseo o el instinto de su personalidad; no importa si no de titán, mas tampoco de mediocre a menospreciar.

En nadie cercano pudo aprender Vicente López a imbricar muy a lo firme la soberanía del dibujo con la pintura, La por el mismo conseguida coexistencia de la forma linealmente rigurosa y lo pictórico en sí.

Sean modelos preparatorios para lienzos pintados por el propio Vicente López o láminas grabadas por artistas especializados en este género, u obras consideradas definitivas -lo que no fue óbice para que otros pintores las copiaran y llevaran al lienzo-, en todos los casos nuestro artista se revela como un portentoso dibujante.