EL RETABLO Y CAMARÍN DE LA VIRGEN DE LAS ANGUSTIAS (GRANADA)
UN EXPONENTE TARDOBARROCO EN LA ESPAÑA DE LA
ILUSTRACIÓN (I)
Manuel Salvador Sánchez Aparicio
Resumen
España es el país que más se resistió al espíritu ilustrado de la Europa de finales del setecientos. Buen ejemplo de ello es el retablo y camarín de la Virgen de las Angustias, objeto que nos ocupa, y que pese a materializarse en el último tercio del siglo XVIII conecta con los modelos del Barroco pretérito. En el presente estudio se ofrece una triple posibilidad de aproximación al retablo que custodia la devoción mariana más importante de Granada. En primer lugar se analiza la devoción que da origen al emplazamiento, de gran calado en la Granada Barroca, posteriormente se atiende a los cambios sociales y religiosos que acaecieron en la España de finales del setecientos, con especial atención al Concordato de 1753, a la regalía de amortización de Campomanes así como a la real Orden de Carlos III con respecto a los retablos y su erección. Concluye el presente estudio con una visión del retablo y camarín de la Virgen de las Angustias como exponente tardobarroco en la España Ilustrada.
Palabras Clave: Arte religioso; mobiliario litúrgico; retablos, escultura, pintura.
Topónimos: Granada.
Periodo: Siglo XVIII.
1.- Un Poco de Historia: La Llegada de los Reyes Católicos a Granada y la Tabla de Francisco Chacón, Génesis de la Devoción a la Virgen de las Angustias.
Como indica el padre Sotomayor en la Granada nazarí no existió comunidad cristiana, salvo los casos aislados de comerciantes ocasionales (1); cuando los Reyes Católicos llegan a Granada, la comunidad cristiana de Iliberri había desaparecido hacía ya tres siglos (2). El año de la Reconquista de la ciudad, 1492, supone para Granada la ruptura con su pasado nazarí y el comienzo de su historia como ciudad cristiana nuevamente, fue en definitiva un año mágico, no solo para la antigua Iliberri, sino también para todo Occidente (3).
Desaparece así el último reducto musulmán de la Península Ibérica con las favorables consecuencias que ello aportaba para la “re-conversión” de los ciudadanos: “Con la conquista de Granada los árabes desaparecían del escenario político y cultural de la Península y el cristianismo se convertía en la religión de la casi totalidad de sus habitantes” (4). La ciudad de Granada supone la culminación del proyecto más codiciado de la reina Isabel la Católica: el fin del proceso unitario político y religioso de España; la “toma” de la ciudad significa “un hecho histórico supracional, comprensible sólo desde el concepto unitario de fe y del destino de la Europa de su tiempo” (5) puesto que la Granada nazarí significa no sólo una zona pendiente de adhesión al resto de los reinos peninsulares, sino también “un reto para la estrategia de la cristiana Europa” (6).
La Granada “reconquistada” para la fe es una ciudad carente de tradición medieval, y más aún de tipos iconográficos cristianos. Fray Hernando de Talavera, designado por la reina como primer arzobispo de la “ciudad santa española” desde 1493 a 1507, encuentra en Granada una Iglesia que había de reconstruir desde sus cimientos, y qué duda cabe que las representaciones plásticas son el medio más eficaz de evangelización para este pueblo que desconocía la tradición religiosa del Medievo. Granada es, pues, un lienzo en blanco en que plasmar la nueva fe, los dogmas y principios que desaparecieron con la comunidad cristiana en la ciudad.
Tomando como referente a San Gregorio Magno, y su carta a Sereno, obispo de Marsella, en la defensa de las imágenes como Biblia del iletrado, deducimos que el papa Gregorio unía más aún el mundo pagano con el cristianismo y reinterpretaba los principios del Concilio de Elvira -celebrado en la primitiva Iliberri en el siglo IV-, del que erróneamente se creía promovía la condenación de las imágenes en su canon 36: “Se acordó que no debe haber pinturas en las iglesias; que no se pinte en las paredes lo que se venera y adora” (7), cuando en realidad lo que desaconseja es confundir estos principios con idolatría. Siguiendo estas directrices, derivadas de la carta del pontífice, las representaciones plásticas serán el recurso idóneo para la nueva evangelización de Granada; una evangelización fundamentalmente cristocéntrica, pero lejana ya de los conceptos medievales del Cristo Pantocrátor.
La carencia ya citada de representaciones plásticas obliga a que sean las imágenes que los conquistadores traen consigo las primeras que reciban culto en la ciudad, si bien hay constancia de que la monarca católica trajo “ex profeso” algunas representaciones icónicas a la ciudad con objeto de que recibiesen culto; de entre ellas destaca sobremanera la sacralización del recinto nazarí de la Alhambra con la Virgen de la Antigua de Ruberto Alemán, consciente quizás la monarca de que en el entorno del Islam el respeto por la madre de Jesús era patente (8). Junto a este Simulacro destacaría el homónimo de la Catedral, así como el Tríptico del Gran Capitán, que introdujo los temas de la Pasión de Cristo. La importancia de las representaciones Sacras citadas queda eclipsada por la creación de un tipo iconográfico de gran relevancia, que será el verdadero germen de la devoción que nos ocupa en el presente estudio: La Virgen de las Angustias.
Existe constancia de la gran veneración de Isabel I al tema de la Piedad o Quinta Angustia (9), tema iconográfico de carácter piadoso que la reina ordenó recrear en dos tablas a su pintor mayor Francisco Chacón, recibiendo la primera de ellas culto en la mezquita más antigua de la ciudad, hoy Iglesia de San Juan de los Reyes. Pero la tabla de especial relevancia para el presente estudio es, indiscutiblemente, la destinada a la Ermita de las Santas Úrsula y Susana en el año 1501, lugar que hoy ocupa la basílica de la Patrona, siendo éste el espacio físico donde se forjará en siglos pretéritos la devoción a la Virgen de las Angustias. La tabla muestra cómo la Virgen recibe en su regazo el cuerpo yacente de Cristo, en presencia de los Santos Juanes (10), en honor de los padres de los monarcas, correspondiéndose con el episodio de la Piedad o de la Lamentación sobre Cristo muerto tras el Descendimiento.
El panorama de fervor mariano exaltado que la ciudad vive tras las constantes herejías protestantes contra la Virgen como mediadora forja una devoción que la eleva como Corredentora; así junto a la Passio Christi surge la Compassio Mariae. Será en el año 1545 cuando se cree en la ciudad la Hermandad de las Angustias y Transfixión de Nuestra Señora en torno a la tabla que fuera destinada a la Ermita de las Santas Úrsula y Susana. En el seiscientos, la hermandad religiosa experimenta un notable crecimiento, llegando a ella una imagen dolorosa a la que rendir culto. Tras una dolorosa primitiva que aparecía arrodillada y que fuese retirada posiblemente por lo indecoroso de su actitud (11), la Hermandad cuenta, posiblemente a finales del quinientos, con el actual Simulacro Patronal, atribuido por algunos especialistas al quehacer del jienense Gaspar Becerra.
El escaso interés artístico de la pieza se compensa de forma indiscutible por la riqueza iconográfica que el simulacro mariano encierra en sí. La piedad popular ha creído erróneamente que se trata del tema de la Piedad, es decir, de la Virgen que recibe en su cuerpo el cuerpo yacente de su Hijo al modo de la tabla que da origen a la devoción. En realidad, el cuerpo inerte de Jesucristo que la Dolorosa muestra, no reposa sobre el regazo materno, sino sobre un altar o túmulo colocado delante de la Virgen, que aparece detrás de este altar de sacrificio con las manos implorantes, estando enmarcada por la cruz. La lectura iconográfica responde a un episodio no histórico-narrativo, sino alegórico; es decir, no es la Virgen de la Piedad, sino la Piedad de María: esta representación la exalta como intercesora-mediadora, y enlaza al Simulacro con el tema de la “Ostentatio Christi”, concediendo a la Virgen un papel de Sacerdotisa u oferente que muestra a los fieles el cuerpo llagado de su Hijo para ser adorado. Responde así la representación a una de las herejías protestantes: Cristo nos redime por su sangre.
La imagen ha gozado desde antiguo del fervor y devoción del pueblo de Granada, si bien el espíritu de la centuria del setecientos, que la vio configurarse plenamente, rechazó en sus últimas décadas la visión de este Icono, al que entendió sepultado bajo inmensas alhajas innecesarias que apartaban la Imagen de su esencia: mover a la oración a los fieles. Sin embargo el pueblo, que se resistía a abandonar el espíritu que le caracterizaba a favor del que surgía en la corte ilustrada, dio otra lectura a la presentación del Icono: “Las imágenes de la Virgen han quedado sepultadas bajo un montón de oro, perlas y piedras preciosas, que han tenido la misión de manifestar, en lo posible las riquezas inmensas que los devotos sabían se ocultaban en el fondo del corazón de la gran Señora” (12). De esta disputa entre la piedad popular y el gusto imperante en la segunda mitad del siglo XVIII nos ocupamos a continuación, tomando como ejemplo de esa resistencia de abandono de la estética barroca el camarín que custodia la Sagrada Imagen y el retablo que enmarca la Imagen en una catequesis contrarreformista.
2.- La Culminación del Siglo de las Luces y el Triunfo del Neoclasicismo: El Retablo a Finales del Siglo XVIII y la Real Orden de 1777.
Con la subida al trono de Felipe V se limitó el poder de la Iglesia, que, como único cuerpo organizado, se había acostumbrado a crecer en riqueza y poder (13). Para ello se sirvió del ejemplo de su abuelo Luis XIV, quien con su gobierno absolutista ayudado de sus ministros de Estado, compartían su autoridad. La doctrina del Patronato Real o regio atribuía a la corona determinados privilegios, pudiendo incluso desde antiguo elegir prelados que ocupasen sedes episcopales (derecho de presentación). Ésta era una de las más apreciadas regalías, entendiendo por regalismo el conjunto de derechos y atribuciones que los reyes españoles reclamaban en el orden eclesiástico (14), entre ellos el ya citado derecho de presentación. Debido a estas tradiciones los reyes españoles se consideraron, desde la segunda mitad del XVIII, como representantes de Dios y de su pueblo aún en los asuntos religiosos (15), por lo que no permitieron que hubiese en sus territorios una iniciativa fuera de las suyas, ni aún desde el ámbito eclesiástico. A las bulas papales y a otros documentos llegados desde la residencia pontificia no se les reconocía validez ni se les daba curso si contenían alguna disposición contra las regalías (16): principio conocido como exequater o pase regio. Es precisamente la convicción de que el poder del monarca absoluto reside directamente en Dios, que le ha designado como tal, la que explica el nacimiento del regalismo en nuestra monarquía.
Tras las desavenencias entre Inocencio XIII y Felipe V, es el rey Fernando VI quien, aconsejado por el marqués de la Ensenada (17), firma en el año 1753 un nuevo Concordato con el papa Benedicto XIV, en el que se reconoce el derecho universal del patronato regio: “expresa el deseo que el papa ha tenido y tiene en mantener una cordial correspondencia entre el Vaticano y la piadosa nación española con sus católicos reyes” (18) en conclusión, hay que destacar la disposición papal con respecto al nuevo rey destacando su “piadosa propensión del ánimo” (19).
En el Concordato, Benedicto XIV reconoce que a los reyes españoles pertenece el Real Patronato, con lo cual el monarca puede nominar candidatos a sedes arzobispales o episcopales, también monacales cuando se produzcan vacantes en el reino dentro de estos cargos eclesiásticos (20). Para respaldar este privilegio real el papa basa su defensa en todos los documentos que avalan tal privilegio: Bulas, Privilegios Apostólicos, etcétera (21); no obstante, para que se lleve a tal efecto es necesario que las nominaciones se respalden desde Roma por Bula Pontificia.
El verdadero enfrentamiento entre corona y papado reside en la posibilidad de que éste último reserve a su persona y sucesores la posibilidad de premiar y proveer a eclesiásticos españoles en algunos puestos relevantes (conocidos como los 52 Beneficios) a cuyos cargos siempre tendrá resolución la Santa Sede, independientemente de que la corona española presente candidaturas. Será la Santa Sede la que designe estos relevantes puestos (22).
Relevante para el presente estudio, y para cualquier estudio de religiosidad en España, es el apartado cuarto, donde se recuerda y ordena que se mantenga en Cabildos, Rectores, Abades y Cofradías la costumbre de recurrir a la Santa Sede para que las elecciones hechas por ellos sean confirmadas mediante Bula Apostólica (23).
La conclusión destacada, pese a los privilegios que se conceden en el Patronato Real con respecto a los cargos eclesiásticos, es el de quedar todos los cargos bajo la autoridad del Pontífice Romano, autoridad que ostenta como pastor sobre todas las Iglesias y Personas eclesiásticas.
Durante el reinado de Carlos III se consideró innecesario reducir a concordato con Roma asuntos que podían resolverse con la autoridad real (24). Es más, uno de los primeros objetivos de los grandes del gobierno español de la época es contener la amortización eclesiástica (25); y es que al conocerse en España las doctrinas ilustradas, sobre todo aquellas referentes a la necesidad de acrecentar la agricultura y el comercio para fomentar la riqueza nacional, eclesiásticos, propietarios de la tierra, participaron en las recién organizadas sociedades económicas, interesándose por los problemas teóricos y prácticos de la agricultura (26).
A finales del siglo XVII se estimaba que la sexta parte de las tierras laborables de la Península eran del clero, los bienes eclesiásticos formaban parte de los llamados bienes de “manos muertas” o “amortizados”, denominación referente a su calidad de ser bienes no transferibles ni enajenables (27). En el siglo XVIII la Iglesia continuaba percibiendo ingresos por concepto de vínculos, y poseía derechos señoriales sobre localidades y ciudades importantes, con lo cual su sistema señorial continuaba consolidado. Retomando el deseo de contener la amortización eclesiástica hay que destacar la personalidad de don Pedro Rodríguez Campomanes, quien en su Tratado de regalía de amortización de 1765 consiguió influir en la política regalista del momento (28) con respecto a las decisiones tomadas en torno a la propiedad amortizada. Es éste un momento en el que resulta necesario frenar el proceso de acumulación de propiedad territorial en manos de la Iglesia. Para ello es necesario contar con la neutralidad del papa y procurar que el asunto pertenezca a la autoridad real, como efectivamente así será (29).
La propiedad amortizada iba en detrimento de la riqueza de los seglares, contribuyendo a la disminución de la población, y a la vez perjudicaba al clero en su disciplina, ya que éste atesoraba ganancias que le alejaban de un modelo de cristianismo primitivo basado en la ayuda al prójimo y en la pobreza. Como nueva medida que podría enfrentar nuevamente a Roma con la corona española se pretendió, finalizando el reinado de Carlos III, que los superiores de las órdenes regulares en la nación fuesen elegidos dentro de un grupo “grato” al soberano (30).
Coincidiendo con éstas y otras medidas, los ilustrados de la época apostaron por la ilustración del clero con el objetivo de avanzar en el intento hacia una sociedad marcada por el bienestar. Se buscaban, en definitiva, eclesiásticos que destacasen como buenos ministros del Altar y también como notables ciudadanos (31). Con todo, el objetivo primordial es indiscutiblemente el de que los clérigos, que tan unidos estaban a sus feligreses, ejercieran su influencia sobre éstos, con el fin de difundir la ilustración entre el pueblo ignorante.
Volviendo la vista hacia el XVII surgió una voz cismática que colaboró sobremanera a despojar a la autoridad eclesiástica de cualquier representación divina, y pese a que se oponía a la monarquía absoluta (uno de sus grandes detractores fue el rey Felipe V) alcanzó fuerte influencia en el siglo que nos ocupa, me refiero, indiscutiblemente, al Jansenismo. Este movimiento, iniciado de la mano del obispo de Yprés, Jansenius (1585-1638), reprobó la conducta de la Iglesia Romana como contraria al verdadero cristianismo (32). Cornelius Jansen fue acusado de hereje, condenado en su conducta por el pontífice.
En España estas ideas no prosperaron (33); sin embargo se llamó jansenistas a los hombres ligados a la ilustración en el país y a quienes sustentaban la modernización económica del país. La iglesia católica pidió el apoyo de los monarcas europeos para silenciar a los filósofos jansenistas de la época. En el caso de España se prohibió leer y distribuir estas obras, siendo condenados por la Inquisición aquellos que no atendían a estas prohibiciones.
La aparición del jansenismo español fue tardía, presentando rasgos difusos y heterogéneos (34) por lo que en el caso español no se podría considerar herético como erróneamente se ha creído, salvo raras y puntuales excepciones (35). En opinión de los especialistas el jansenismo español apostó, entre otras materias, por una religiosidad más racional e ilustrada, alejada del gusto popular, anclado en la recarga y fastuosidad barroca, basada en el rigor moral y en una espiritualidad interior. La visión de la Iglesia primitiva y la lectura de los textos de la patrística de los primeros siglos del cristianismo fueron los pilares de esta postura ideológica en nuestro país; con estos principios es fácil comprender que los ilustrados del momento, que en buena parte comulgaban con estas posturas, apostasen de forma oficial por un rechazo de la suntuosidad que definió el Barroco pretérito: si bien el jansenismo apuesta por una religión interiorista, el barroco, muy del gusto popular, es el estilo artístico y cultural de manifestación exterior y ritualista, cuyo máximo exponente eran, indiscutiblemente, las procesiones, exvotos y las imágenes, tanto de culto como procesionales, que gozaban del fervor y la devoción del pueblo.
Exponente de esta postura oficial fue, indiscutiblemente, Carlos III, pese a ser contradictorio que fuese educado por una religiosidad popular y ritualista de manos de los jesuitas, verdaderos impulsores del arte contrarreformista de la España del seiscientos; si bien a la llegada del rey a Nápoles elige como confesores a frailes franciscanos de la reforma de San Pedro de Alcántara (36). Movido probablemente por este espíritu, que pretendía reconducir a los fieles a la esencia de la religión alejada de lo ritualista y populista, escribió la circular de 23 y 25 de Noviembre con respecto a la renovación y dignificación de la arquitectura religiosa y mobiliario de los templos, con gran atención a un “mueble litúrgico” de gran calado en España durante la contrarreforma y en siglos anteriores: El retablo.
Pese a esta insistencia real de renovación, y después del cambio en las relaciones Iglesia-Estado que ya hemos estudiado, este espíritu, que venía a depurar el ritualismo popular que inundaba el espíritu religioso de España, no caló entre los fieles, que prefirieron las manifestaciones piadosas en una España que se resistió a la Ilustración. El mejor ejemplo de este espíritu en que se ancló la piedad popular lo tenemos en el estudio de los espacios que nos ocupan a continuación, y que son, entre muchos ejemplos, una muestra más de la resistencia que España mantuvo a estos aires que pretendían depurar la religiosidad popular de la España del siglo XVIII.
BIBLIOGRAFÍA
(1) SOTOMAYOR MURO, Manuel. "Sobre los Doce Primeros Siglos del Cristianismo en Granada", en Jesucristo y el Emperador Cristiano. Córdoba: Cajasur, 2000, p. 246.
(2) Ibíd.
(3) LABOA, Juan María; PIERINI, Franco y ZAGHENI, Guido. Historia de la Iglesia. Edad Antigua, Media, Moderna y Contemporánea. Madrid: San Pablo, 2005, p. 1227.
(4) Ibíd.
(5) MARTÍNEZ MEDINA, Francisco Javier. "Un Paseo por la Granada Isabelina", en Alto Guadalquivir. Especial la Granada de Isabel la Católica. Córdoba: Cajasur, 2005, pp. 4-5.
(6) Ibíd.
(7) SOTOMAYOR MURO, Manuel. Art. Cit.; p. 417.
(8) SERRANO RUIZ, Manuel. "La Quinta Angustia", en Alto Guadalquivir. Especial La Granada de Isabel la Católica. Córdoba. Cajasur, 2005, p. 66.
(9) Ibíd., p. 67.
(10) MARTÍNEZ MEDINA, Francisco Javier. Cultura Religiosa en la Granada Renacentista y Barroca, Estudio Iconológico. Granada: Universidad, 1989, p. 237.
(11) El Padre Sigüenza, de la Orden de los Jesuitas, entiende que arrodillar a la Virgen al pie de la cruz es un “desagravio contra la más alta fortaleza que Dios ha creado”; para profundizar en el tema véase: CAÑEDO ARGÜELLES, Cristina. Arte y Teoría: La Contrarreforma en España. Oviedo, 1982, pp. 43-44.
(12) IGUACEN BORAU, Damián. Diccionario del Patrimonio Cultural de la Iglesia. Madrid, 1991, p. 46.
(13) RIVERA MARÍN, Guadalupe. "El Patronato Real: Instrumento de Control de la Riqueza del Clero, en Memoria del IV Congreso de Historia del Derecho Mexicano. Tomo II. México, 1986, p. 926.
(14) Ibíd., p. 925.
(15) Ibíd.
(16) Ibíd., p. 919.
(17) ANES ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, Gonzalo. "Regalismo y manos muertas en la España de las luces", en Cuadernos Dieciochistas (Salamanca), nº 1 (2000), p. 215.
(18) MARTÍNEZ JIMÉNEZ, María José. "Relaciones Iglesia-Estado. El Concordato de 1753", en Hispania Sacra (Madrid), vol. 52, nº 102 (2000), p. 305.
(19) Ibíd.
(20) Ibíd., pp. 305-306.
(21) Ibíd.
(22) Ibíd., pp. 307-308.
(23) Ibíd.; p. 309.
(24) ANES ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, Gonzalo. Art. Cit.; p. 215.
(25) Ibíd.; p. 218.
(26) RIVERA MARÍN, Guadalupe. Art. Cit.; p. 927.
(27) Ibíd., p. 928.
(28) ANES ÁLVAREZ DE CASTRILLÓN, Gonzalo. Art. Cit.; p. 218.
(29) Ibíd.
(30) Ibíd.; p. 219.
(31) Ibíd.; p. 220.
(32) RIVERA MARÍN, Guadalupe. Art. Cit.; p. 926.
(33) Ibíd.
(34) RODRIGUEZ GUTIÉRREZ DE CEBALLOS, Alfonso. "La reforma de la Arquitectura religiosa en el reinado de Carlos III. El Neoclasicismo español y las ideas jansenistas", enFragmentos (Madrid), nº 12-14 (1988), p. 115.
(35) Ibíd.
(36) Ibíd.; p. 116.
Nota de La Hornacina: Manuel Salvador Sánchez Aparicio es Licenciado en Historia del Arte
y Máster Universitario en profesorado de Educación Secundaria Obligatoria,
Bachillerato, Formación Profesional e Idiomas por la Universidad de Granada (UGR).
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