LA GASTRONOMÍA EN EL ARTE ESPAÑOL (IV)
SIN TÍTULO

Con información de Luis Arenas, Isabel de Trévis e Ignacio Medina


 

 

La Obra

En los objetos que pueblan las instantáneas de Chema Madoz (Madrid, 1958) no es de ningún modo cierto que esencia y existencia coincidan. El objetivo de su cámara permite que asistamos por unos instantes a esas "vidas no vividas" de los objetos; existencias virtuales, improbables, que durante unos instantes permiten que las cosas se liberen del destino a que desde siempre se han visto arrojadas en tanto que útiles.

Por Madoz sabemos de cuántas vidas diferentes le hubieran podido aguardar a un fósforo o a una escalera si su destino no hubiera sido el de servir finalmente a nuestra necesidad de fuego o de vencer la gravedad. Todos esos mundos de Madoz son mundos improbables, ciertamente, pero no imposibles: ahí están para demostrarnos su realidad. Es esto quizá lo que hace que los objetos que pueblan las fotografías de Madoz existan atravesados por una tensión exquisitamente humana: la tensión desgarradora de no ser cotidianamente todo lo que podrían llegar a ser; de haber echado en el olvido otras existencias posibles, es decir, virtuales.

Por Madoz sabemos de la tijera que quiso ser Concorde, de la piedra que soñaba con ser cactus, de la arena que quería ser agua, del desierto que soñaba con la lluvia, de la modesta horquilla que estuvo dispuesta a convertirse en lágrima o, en este caso, de la anchoa que quiso ser navaja. De ahí la infinita simpatía y solidaridad que despiertan en nosotros esos objetos. Lo que aún conserva de felizmente anómalo el mundo de Madoz es lo que tiene un día festivo entre semana: la gente se ha quitado la ropa con que acostumbramos a verla y se dedica a menesteres ajenos a los diarios. Todo se halla momentáneamente en suspenso a la espera del retorno al orden cotidiano. Así también, los objetos de Madoz gozan en sus instantáneas de un día libre para vivir otras vidas improbables y transitorias, para sorprendernos con cualidades y perfiles suyos que ignorábamos.

En las instantáneas de Madoz los objetos se rebelan ante la condena de no ser más que útiles. Pero esa rebeldía no tiene nada de amenazadora y sí mucho de juego, de travesura infantil. Madoz, con obras como la que nos ocupa -una gelatina de plata virada sobre papel de 1994 (23,6 x 28,7 cm); conservada una copia de 1995 en la colección del IVAM, donde actualmente se exhibe en la muestra Arte y Gastronomía (ver enlace)-, parece invitar al espectador a escuchar el secreto diálogo que las cosas mantienen a nuestras espaldas.

 

El Plato

El Cantábrico muestra la proverbial riqueza de sus aguas y proporciona el suculento boquerón, llamado anchoa entre los vascos. Además de en Asturias, Cantabria, Galicia y el País Vasco, es muy popular en Andalucía, especialmente en Málaga, donde se preparan las "panojas" o "abanicos" de boquerones que se conocen en el mundo entero. Todo su arte consiste en enharinarlos, previamente limpios, y unirlos por la cola en medias docenas y en forma de abanico, freírlos luego en fino aceite y a comerlos tan calientes como sea posible que es como saben mejor. Los que se sirven en fiambre también gustan mucho.

 

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