EL GRECO. IV CENTENARIO (X)
SAN FRANCISCO
Elena González Pérez
Este año 2014 es muy especial para la divulgación de la obra del pintor cretense Doménikos Theotokópoulos "El Greco" ya que se conmemora el IV centenario de su muerte (+ 7 de abril de 1614). Es uno de los pintores más universales, su obra está diseminada por todo el planeta y en el siglo XIX recobró gran interés, siendo muy considerado por las vanguardias. De modo que sirvan estas líneas para recordar que la ciudad de Cádiz conserva en la Capilla del Hospital de Mujeres la mejor pintura de San Francisco de todas las que han salido de su mano, y para poner de manifiesto la figura de quien tuvo el gusto de adquirirla para su colección, don Lorenzo Armengual de la Mota, obispo de Cádiz desde 1717 hasta 1730. El obispo Armengual (Málaga, 1663 - Chiclana de la Frontera, Cádiz, 1730) no sólo destacó por su celo en la buena formación del clero y feligreses de su diócesis, sino también por el mecenazgo que ejerció impulsando significativas obras como la fábrica de la Catedral Nueva, la parroquia de San Lorenzo o el nuevo Hospital de Mujeres. Su gusto por el arte lo convierte, además, en paradigma del papel que desarrollaron los prelados en el coleccionismo de arte en la España del siglo XVIII. Procediendo de una familia humilde, prosperó gracias a su fuerza de voluntad y a la protección del entonces magistral de Málaga, don Antonio Ibáñez de la Riva, quien lo ordenó presbítero siendo obispo titular de Zaragoza y nombró visitador y vicario general de esta diócesis. Entre los cargos de su carrera eclesiástica destaca que fue abad de San Mamés, en Galicia, y canónigo de la Catedral de Santiago de Compostela. En el año 1701 fue nombrado obispo auxiliar de Zaragoza siendo consagrado por el mencionado don Antonio Ibáñez con el título de obispo de Dionysias. Su influencia en la política de su época viene determinada por los encargos de Felipe V cuando, en plena Guerra de Sucesión, es llamado a la Corte con la misión de reorganizar el Consejo de Hacienda, dos años más tarde fue camarista y consejero del Supremo de Castilla y director general de toda la Real Hacienda, hasta la toma de posesión del obispado de Cádiz el 22 de febrero del año 1717, siendo también a partir de entonces Vicario General de la Real Armada del Mar Océano como correspondía a la mitra gaditana. Por la habilidad y eficacia en los servicios prestados al primer monarca Borbón fue premiado con el título de Marqués de Campo Alegre (Antón Solé, 1966, y Conde Mora, 2011). Teniendo en cuenta el ambiente cortesano que lo rodeó y los cargos que ostentó, no es de extrañar que su colección artística contara con 325 obras, en su mayoría anónimas, aunque se encuentran firmas tan singulares como Durero, El Bosco, Pedro de Cota, Farelli, Palomino, Murillo, Alonso Cano, Arellano, Carreño o el autor de la pintura que nos ocupa, El Greco. El cuadro de San Francisco es uno de los veinte (sólo) de gran formato que componían su colección, pues quizá la preferencia del mediano, pequeño o muy pequeño formato, venía determinada por el papel decorativo que desempeñaban sus pinturas (González Segarra, 1998). En el repertorio iconográfico del pintor cretense es muy representativo el grupo de los San Franciscos, en cuya composición fue el mejor pintor de su tiempo. Fue elogiado incluso por el aséptico Francisco Pacheco. Ninguna creación de El Greco ha penetrado de manera tan profunda y duradera en la sensibilidad española (Guinard, 1967). En la abundancia de este tema contribuyeron tal vez los recuerdos de infancia ya que San Francisco, junto con la Virgen, era la devoción predilecta de los cretenses, capaces de reconciliar a ortodoxos y católicos. El artista supo pintarlos de tal modo que satisfizo a doctos y profanos. A su vez, introduce nuevas formas de representación del santo de Asís: unas veces aparece meditando sobre la muerte ante un crucifijo o calavera, otras, como es nuestro caso, en éxtasis y recibiendo la impresión de las llagas de la Pasión de Cristo. El Greco gaditano pertenece a esta segunda tipología que, al igual que el San Francisco del Museo Cerralbo de Madrid (imagen inferior), aparece en éxtasis abriendo los brazos como un ave abatida mientras recibe los estigmas arrodillado y en presencia del hermano León, su único confidente en el monte Alvernia y único testigo de la estigmatización del santo. Para ello El Greco emplea un estilo lóbrego y enjuto, reduciendo la escena a un marco abstracto en el que San Francisco se vuelve un asceta macilento, casi cadavérico. Es una obra de plena madurez en la obra de El Greco que se fecha hacia 1600, considerada por Camón Aznar como la mejor pintura dentro de las representaciones franciscanas del autor. San Francisco viste un remendado hábito marrón, propio de los franciscanos menores, con el cordón de tres nudos que simbolizan los votos de la pobreza, la castidad y la obediencia. Circundado por el cordón, en la parte inferior central del cuadro y sujeto a una roca en la que se apoya el santo, hay un letrero con la firma del artista en caracteres griegos. Esta admirable obra va a llegar al Hospital de Mujeres de Cádiz gracias a la donación efectuada por Bruno Verdugo Armengual de la Mota, sobrino y heredero de nuestro obispo, en quien recae los bienes personales de su tío gracias a ser el heredero del mayorazgo fundando por Lorenzo Armengual de la Mota y heredero también del Marquesado de Campo Alegre. Esta casa nobiliaria siempre estuvo vinculada a la historia de dicha institución benéfica por sus cuantiosos donativos, ya que las obras del nuevo hospital se inician por expreso deseo de Armengual, pero después de su muerte, gracias a las gestiones de su hermana doña Jacinta y su sobrino (hijo de ésta) don Bruno Verdugo, inaugurándose en el año 1749. El tema de San Francisco fue uno de los más prolíficos de El Greco, quien le presentó, como era costumbre, claramente ligado a la muerte. Su taller tuvo que repetirlo un centenar de veces, aproximadamente, ante la incesante demanda de la sociedad toledana, espoleada tal vez por el miedo a la muerte. Se calcula que unas veinticinco son originales del maestro. En todas las pinturas el santo aparece como un personaje escuálido con largo hábito y barba descuidada. Sus facciones recuerdan las de un loco o un pordiosero, y el rictus de su cara demacrada sugiere la extraviada expresión de un moribundo (Martínez Gil, Fernando. Muerte y Sociedad en la España de los Austrias, UCLM, 2000, p. 281). |
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Nota de La Hornacina: ampliación, con algunas modificaciones, del artículo El Greco Gaditano, publicado por la autora, Licenciada en Historia del Arte, en "Piedras Vivas", año I, nº 9, Obispado de Cádiz, 2014, p. 8. |
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