LAS GLORIAS DE MURILLO (III)
INVITACIÓN AL JUEGO DE LA ARGOLLA

Jesús Abades y Sergio Cabaco


 

 

De pie, a la izquierda, un chico de los recados masca un pedazo de pan que sostiene en una mano, mientras en la otra lleva una pequeña jarra con aceite de oliva, seguramente el objeto de su cometido. Otro niño está sentado en el suelo, sonriendo al otro y tentándole para que abandone su tarea y juegue con él a la argolla, una especie de croquet que consiste en golpear una pelota con un palo de madera a través de aros de metal.

La pintura, titulada Invitación al juego de la argolla, posee una composición tan sencilla como efectiva. Captura el momento en que el niño considera su decisión, masticando lenta y cuidadosamente al tiempo que un perro pequeño mira con avidez el pan, posiblemente expresando lo que realmente quiere el niño sentado.

Las representaciones de niños mendigos siempre han estado entre las creaciones más populares de Murillo. La mayoría terminaron en colecciones privadas de importantes ciudades portuarias como Amberes, Rotterdam o Londres. Probablemente fueron compradas en Sevilla por marchantes extranjeros para sus propias colecciones o las de sus compatriotas. Considerando la popularidad que tenían en el norte de Europa las pinturas de género como las escenas tabernarias de David Teniers el Joven o Adriaen Brouwer, las composiciones de Murillo tendrían un atractivo natural, con el mayor aliciente de ser español de origen.

Detalles como el encantador contraste entre el semblante amargado del recadero y la radiante sonrisa del pillo, llevaron a una temprana demanda de copias y reproducciones de este cuadro. Un examen radiográfico de 2012 reveló pequeños pinchazos a lo largo de los cuatro lados del lienzo original, espaciados pero más cercanos cuando están al nivel del rostro de los muchachos, lo que sugiere que fue cuadrado con alfileres para ser copiado con precisión, quizás incluso en vida de Murillo, ya sea para copias pintadas o cartones de tapices.

El examen de 2012 mostró también que Murillo no hizo cambios en su composición. Sabía exactamente cómo quería que se viera, tal vez después de una serie de dibujos preparatorios que ya no sobreviven.

El análisis de pigmentos confirmó que aplicó una base de color marrón rojizo como capa preparatoria antes de pintar las figuras y el paisaje en la parte superior. Esta base le proporcionó un tono más sombrío para que sus figuras, hechas con pinceladas firmes y decisivas, destacaran con más fuerza. Del mismo modo, las expresiones faciales relucen por fuertes contrastes de luces y sombras al estilo de Caravaggio. Por el contrario, las ruinas y el cielo al fondo se pintan de una manera mucho más superficial. El cielo está dañado, debido a la áspera limpieza y al forrado llevado a cabo en el siglo XIX, así como descolorido; originalmente habría mucho más azul. La decoloración se debe al uso de un esmalte que se degrada con el tiempo y en este caso se ha vuelto gris. Murillo usaba a menudo ese esmalte azulado en sus pinturas, sobre todo porque era más barato que otros pigmentos azules como el ultramar, que él utilizó solamente con moderación, reservándolo para las pinturas sacras.

Es difícil fechar esta pintura con exactitud. Desde el punto de vista estilístico, la fuerte pincelada y la tensión de las expresiones faciales sugieren que Murillo pintó este cuadro a principios de la década de 1660. Sus medidas son 165,2 x 110,5 cm. Actualmente se conserva en la Galería Pictórica de Dulwich (Reino Unido).

 

FUENTES

BRAY, Xavier. Murillo at Dulwich Picture Gallery, Londres, 2013, pp. 22-25.

 

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