LAS GLORIAS DE MURILLO (XVIII)
VIEJA DESPIOJANDO A UN NIÑO

Sergio Cabaco y Jesús Abades


 

 

Producto de su relación con los franciscanos del convento de Sevilla, surgió en Murillo una conciencia social que tuvo como resultado las obras dedicadas a los desamparados y los niños mendigos, participando así de un debate social del momento, nacido de los ideales del médico Pérez de Herrera y su Amparo de pobres.

Este ambiente, reflejado en la literatura picaresca del Guzmán de Alfarache de Mateo Alemán, despertó en Murillo la conciencia sobre los seres miserables y desvalidos. Ese contacto con el ideario franciscano va a marcar en gran medida una parte importante de la iconografía de sus lienzos en los que la exaltación mariana, el amor al prójimo, a la gente humilde, la hermandad y la caridad serán tema recurrente en su vida y en su obra.

Por otro lado, en 1658 Murillo haría un viaje a Madrid, donde es muy probable que conociese a su paisano Diego Velázquez, quien le pondría en contacto con las colecciones reales, donde Murillo conocería la pintura flamenca y veneciana. A partir de entonces, el pintor sevillano plasmó imágenes impresionantes de gente de la calle, mujeres de su casa con sus niños, obreros, gitanos, artesanos...

Murillo refleja en su pintura lo que la novela picaresca había querido vehicular por las letras, pero con un calor humano que suele faltar en las creaciones del género picaresco: niños callejeros, personas de las clases laboriosas, y escenas cotidianas y sencillas.

Un buen ejemplo de todo ello es la famosa pintura que nos ocupa, también conocida como Abuela espulgando al nieto. Fue realizada por Murillo en torno a los años 1670-1675. Se trata de un óleo sobre lienzo de 147,5 x 113 cm que se conserva en la Alte Pinakothek de Múnich (Alemania). Pertenece a la serie de tipos populares del pintor sevillano, caracterizada por inmortalizar a personajes humildes, de la calle, pero sin dar una imagen mísera y triste de ellos, sino gozosa en su sencillez, repletos de expresividad y jovial naturalismo, muy en la línea de lo que se ha venido en llamar el populismo sevillano.

La escena, ambientada en un interior iluminado por una ventana, representa a una solícita abuela que deja el huso a un lado para despiojar concienzudamente al nieto, mientras éste, semirrecostado y despreocupado, come un pedazo de pan y juguetea risueñamente con un perrito.

La acción de desparasitar era muy común en la Sevilla de Murillo por las terribles consecuencias de la peste y de la carestía ya instituida como una forma de vida en la ciudad. Es además uno de los pocos cuadros de género no ubicados en espacios exteriores, lo que obedecía al estado ruinoso en que se encontraban muchas edificaciones sevillanas por las crecidas del río Guadalquivir.

Al igual que otro no menos famoso cuadro de Murillo conservado en la pinacoteca de Múnich, Niños comiendo uvas, persiste aquí el mismo interés naturalista en el pintor, y aunque no aflora la sonrisa en los rostros de las figuras, el motivo del niño que mordisquea el pan mientras acaricia al cachorro -muy parecido al niño de pie en Invitación al juego de la argolla, analizado en la segunda entrega del especial-, descubre ese interés por la gracia infantil que anima todos sus novedosos lienzos costumbristas, muy demandados por la clientela civil.

 

FUENTES

NAVARRETE PRIETO, Benito (dirección científica de PÉREZ SÁNCHEZ, Alfonso Emilio). El Joven Murillo, catálogo de la exposición celebrada en el Museo de Bellas Artes de Bilbao del 19 de octubre de 2009 al 17 de enero de 2010 y en el Museo de Bellas Artes de Sevilla del 18 de febrero al 30 de mayo de 2010.

HERVÁS CRESPO, Gonzalo. "Huye luego, lexos y largo tiempo. La pintura de niños de Murillo y la peste de Sevilla de 1649", publicado en De arte: revista de historia del arte, nº 14, León, 2015, pp. 78-89.

RODRÍGUEZ, Celia. "El joven Murillo en el Bellas Artes", publicado en Pérgola, Bilbao, 2009, p. 8.

 

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