LAS GLORIAS DE MURILLO (XXVIII)
LA VISIÓN DE SAN ANTONIO DE PADUA
María Teresa Vicente Rabaneque
La pintura es una de las obras maestras de Bartolomé Esteban Murillo. Su origen se remonta al encargo que, en 1656, hizo el cabildo de la Catedral de Santa María de la Sede de Sevilla al insigne artista de la ciudad, con vistas a decorar el altar de la capilla bautismal de San Antonio. El colosal lienzo (560 x 330 cm) se concibió para integrarse en el retablo construido por Bernardo Simón de Pineda, siguiendo la tradición barroca de colocar un cuadro de grandes dimensiones en capillas reducidas para aumentar la espectacularidad de la imagen. El cuadro relata el momento en que San Antonio de Padua es sorprendido por la visión del Niño Jesús. Éste aparece ingrávido en la parte superior de la composición, rodeado de ángeles que son símbolo de pureza, y en medio de una nube de luz que crea un artificioso efecto atmosférico, muy característico de la teatralidad barroca. El santo ocupa el registro inferior, arrodillado, con los brazos abiertos y la mirada alzada hacia la visión mística, imbuido por esa luz divina que enfatiza la figura del santo y equilibra la composición de forma eficaz. La indiscutible calidad técnica de esta pintura condicionó, sin duda, la trayectoria tan azarosa a la que se vio expuesta en diferentes momentos históricos. Con motivo de la Guerra de la Independencia Española (1808-1814), durante llegada de las tropas francesas a Sevilla, en 1810, se temió por el destino de la obra, pues el mariscal Soult sentía especial atracción por Murillo y quiso llevarse este óleo a Francia. El cabildo de la Catedral logró persuadirle a cambio de entregarle otra de las obras más representativas del mismo autor, el Nacimiento de la Virgen, realizada en 1660 para la capilla de la Concepción de la sede catedralicia. Este dato pone de relieve que, por encima de la talla del lienzo, se trataba de un cuadro muy significativo para la ciudad de Sevilla. Tal vez, porque su emplazamiento en la capilla bautismal de la Seo le confirió un simbolismo inigualable, en tanto que este espacio fue el preferido por los sevillanos para celebrar el primer sacramento de iniciación en la fe cristiana. Más aún, si tenemos en cuenta el valor litúrgico que tiene el conjunto del edificio en sí mismo, al erigirse como la mayor catedral gótica cristiana del mundo. Sin embargo, los mayores avatares estaban aún por llegar, ya que el 5 de noviembre de 1874 un ladrón recortó y robó de la Catedral la figura del santo, dejando adherida el resto de la composición al marco. Sabemos que al año siguiente se intentó vender la tela a un anticuario de Nueva York y, más tarde, fue adquirida por el artista norteamericano Williams Scheans, quien la entregó a la embajada española sin admitir recompensa. De este modo se pudo recuperar el fragmento extraviado, que el 21 de febrero de 1875 fue devuelto a Sevilla. El encargado de reintegrar el fragmento, y de paso restaurar el cuadro -a la mutilación se sumaban anteriores restauraciones inadecuadas-, fue Salvador Martínez Cubells. Éste había nacido en Valencia en 1845 y era hijo del también pintor, restaurador y académico de renombre Francisco Martínez Yago. Martínez Cubells era primer restaurador en el Museo Nacional de Pintura y Escultura de Madrid. El resultado final tuvo un fuerte impacto entre la sociedad sevillana de entonces, haciéndose eco del éxito de la restauración todos los medios de información. Hasta tal límite, que las instituciones hispalenses acordaron que el lienzo se expusiera varios días al público. La obra se mostró en medio de un solemne acto eclesiástico, durante el cual se colocó en el altar de plata, armado en el trascoro, para aumentar su espectacularidad. |
FUENTES VICENTE RABANEQUE, María Teresa. "La restauración como paradigma de la activación patrimonial decimonónica en Sevilla. Las "visiones" de Murillo", artículo publicado en la revista Temas de estética y arte, nº 26, Real Academia de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría, Sevilla, 2012, pp. 259-280. |
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