REMBRANDT 350 AÑOS. LOS TEMAS SACROS
CRISTO EN LA TORMENTA SOBRE EL MAR DE GALILEA

Jesús Abades y Sergio Cabaco


 

 

Una de las pinturas más sorprendentes de Rembrandt es también su único paisaje marino conocido. Fechado en el año 1633, se hizo poco después de que el pintor se mudara a Ámsterdam desde su Leiden natal, cuando se estaba estableciendo como el principal pintor de retratos y temas históricos de la ciudad. En ella observamos las características del estilo temprano de Rembrandt, caso de la representación detallada de la escena, las variadas expresiones de las figuras, la pincelada relativamente pulida y el brillante colorido.

Representa una escena recogida en los evangelios que, en realidad, supone un enfrentamiento del poder de la Madre Naturaleza contra la fragilidad humana, tanto a nivel físico como espiritual. Los discípulos, asolados por el pánico, luchan contra una tormenta repentina, e intentan recuperar el control de su barco de pesca cuando una ola enorme estalla sobre ellos, rompiendo la vela y acercando peligrosamente la nave a las rocas que aparecen en primer plano a la izquierda. Uno de los discípulos vomita tras sucumbir a la violencia del mar, plasmando así el pintor uno de sus peculiares detalles. En medio de este caos, solo Cristo, a la derecha, está tranquilo ante la catástrofe. Dormía en popa, pero es despertado por las desesperadas súplicas de ayuda de los discípulos, a los que reprende por su poca fe. Luego se levantará para calmar la furia del viento y las olas.

La pintura muestra la capacidad del joven Rembrandt, no solo para pintar una historia sagrada, sino también para captar la atención del espectador y sumergirle en el desarrollo del drama. Para darle mayor cercanía, describió el evento como si fuera una escena contemporánea de un barco de pesca amenazado por una tormenta. La agitación de la Madre Naturaleza es a la vez causa y metáfora del terror que embarga a los discípulos, magnificando la turbulencia emocional y, por lo tanto, el impacto dramático de la imagen.

El espectáculo de oscuridad y luz formado por los mares agitados y el cielo ennegrecido atraen de inmediato la atención. Cada una de las aterrorizadas acciones de los discípulos es meticulosamente trazada para inspirar y mantener una mirada prolongada y empática por parte del espectador, al que solo una de las figuras mira directamente mientras se sostiene sujetando a la vez su gorra y una de las sogas. Su rostro parece familiar por los autorretratos de Rembrandt, y mientras su mirada se fija en la nuestra, reconocemos que nos hemos convertido en participantes imaginativos en la vívida dramatización de un desastre que Cristo está a punto de evitar.

En el año 1990 el cuadro fue robado del Museo Isabella Stewart Gardner de Boston, junto a otras dos obras de Rembrandt, una de Vermeer, cinco de Degas, una de Manet y otra de Govert Flinck, así como un matraz chino de bronce de la dinastía Shang y un remate bronceado con forma de águila que coronaba una bandera napoleónica de seda. Desde entonces, no se han encontrado ninguna de las trece obras sustraídas. Se cree que han sido destruidas, de ahí que no aparezcan ni tan siquiera en el mercado negro del arte. Sin embargo, el FBI mantiene activa la investigación y sigue trabajando para recuperar las obras de arte y devolverlas al museo.

 

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