MATER DOLOROSA - JOSÉ MONTES DE OCA
VIRGEN DE LA SOLEDAD (COLECCIÓN PRIVADA)
20/09/2022
Una de las advocaciones marianas con mayor difusión en España es la de la Soledad, recreación de la Virgen arrodillada en oración, con sus manos entrelazadas y la mirada baja, en un episodio posterior a la Crucifixión de Cristo. Tanto la devoción como las cofradías dedicadas a la Virgen de la Soledad tuvieron un éxito fulgurante en nuestro país, siendo difundida su iconografía por medio de pinturas, grabados y esculturas. Dicho éxito se debió al arrollador impacto que tuvo la imagen procesional que en 1565 diseñó el arquitecto, pintor y escultor Gaspar Becerra, bajo la protección de la reina Isabel de Valois, para la iglesia del convento de Mínimos de la Victoria de Madrid. Después de dos intentos fallidos, Becerra consiguió acertar en su cometido, pero a la hora de ataviar la imagen, se presentó la dificultad de encontrar el modo más adecuado. Fue una de las camareras de la reina, la condesa viuda de Ureña, la que sugirió vestirla tal y como lo hacían las viudas del momento, desde el tiempo de la reina Juana I de Castilla, mujer de Felipe el Hermoso, que arrebatada del desmesurado amor que le tuvo, habiendo muerto su marido, se vistió como si se amortajara en vida. La idea se aceptó y esta fue la causa de ponerle a dicha dolorosa un atuendo por entonces practicado solamente en España. La misma condesa proporcionó el traje: la túnica blanca cerrada y larga hasta los pies, tocas blancas al estilo monjil alrededor de la cabeza, y manto negro amplio. El atavío se trasladó también a las figuras de bulto redondo, caso de la talla completa que nos ocupa, una obra perteneciente a la colección particular del neurólogo malagueño Hernando Pérez Díaz, titulada Virgen de la Soledad o simplemente Soledad. Se trata de una pieza muy inspirada en la obra de Becerra -la talla original se trasladó del convento de la Victoria a la colegiata madrileña de San Isidro en 1835, donde permaneció hasta la Guerra Civil en que fue destruida-, estando en este caso sus ropajes tallados, así como ricamente dorados y estofados con amplios galones y motivos vegetales como era costumbre en el periodo barroco. La atribución a Montes de Oca nos resulta muy acertada, estando muy visibles en la escultura los grafismos del escultor apuntados por Antonio Torrejón: mirada oblicua, baja e introspectiva, ojos entornados con párpados superiores caídos, gesto de acusado dolor, ceño fruncido y profundo hoyuelo en una barbilla redondeada y prominente. Los labios, de correcto dibujo, se hallan cerrados como corresponde a la iconografía. El maduro semblante muestra notables semejanzas con el de la Virgen de los Dolores, de los Servitas de Sevilla, lo que podría situar su hechura en los años 40 del siglo XVIII. La resolución de las manos, con los dedos grandes y anchos fuertemente unidos, obedece también a las pautas estéticas tomadas por Montes de Oca. Existen otros dos simulacros de María dolorosa y arrodillada en los templos sevillanos de la Santa Cruz y el Pozo Santo que han sido relacionados con Montes de Oca, si bien su paternidad todavía no queda del todo clara. El del Pozo Santo, con las manos abiertas, aparece al pie de un Cristo crucificado que ha sido también vinculados con el escultor. No se descarta que la introspectiva imagen de la Soledad que nos ocupa, adquirida en el mercado del arte, pudiera haber figurado de forma similar en un grupo conventual. |
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FUENTES LABARGA GARCÍA, "La Soledad de María", en Sancta María: religiosidad y cultura popular, Alicante, Ofibook, 2018, pp. 406-407. TORREJÓN DÍAZ, Antonio. El escultor José Montes de Oca, nº 46 de la colección Arte Hispalense, Diputación de Sevilla, 1987, pp. 45-46. |
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