Recientemente fallecido, Lorenzo Ascasíbar fue un artista marcado por su total dedicación al mundo de la escultura. Nace en Elgueta (Gipuzkoa) en 1930 e inicia su formación a temprana edad en la Escuela de Artes y Oficios de Bergara. Con la ayuda de Simón Arrieta y Jesús Okina se inicia en el tratamiento técnico de la madera y sus características principales, así como en el modelado y el dibujo.

Posteriormente se instalará en Bilbao para ampliar sus conocimientos, asistiendo durante cinco años a las clases que se impartían en el Museo de Reproducciones bajo la tutela de Higinio Basterra. También recibirá de forma esporádica en Zumaia las enseñanzas plásticas del renombrado escultor Julio Beobide.

Movido por el deseo de aumentar su aprendizaje artístico se trasladará a Madrid, matriculándose por libre en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando y en el Círculo de Bellas Artes, estudiando tanto dibujo al natural como diversos aspectos de la anatomía humana, en pro de un mayor dominio de la técnica del dibujo y la escultura, logrando verdaderas cuotas de claro dominio y precisión sobre este medio.

Ascasíbar mantuvo desde sus primeros trazados formativos un acentuado interés por la problemática escultórica, aunque también tanteó otras parcelas artísticas, como la pintura o el grabado cincelado.

Su obra ofrece una interesante línea de acción tridimensional en base a las producciones de Basterra y Beobide. Gran parte de sus procedimientos escultóricos se basan en planteamientos y talantes realistas. También su obra se ha mantenido cercana al mundo de lo psicológico y lo gestual en marcos de transparente descriptismo, que revelan una interesante captación fisionómica e interior de los personajes. Asimismo, también encontramos en numerosas obras, caso de la que nos ocupa, una cierta idealización, que pretende mostrar dotes de serenidad y sosiego espiritual. Este tipo de trabajos caracterizados por la ensoñación de rostros y formas llegan a resultar un símbolo de belleza anterior, acercándose Ascasíbar en este sentido a determinadas propuestas de algunos de los escultores de la década de 1930. Este tratamiento demuestra el deseo del creador por expresar determinados valores concretos que existen dentro de la esencia humana y que se definen como sublimes y absolutos.

Parte de su temática gira en torno a los motivos costumbristas y propios del acervo cultural vasco, aunque también se acerca a diversas consideraciones personales que se sugieren dentro de la propia problemática del artista. Tampoco podemos olvidarnos de sus expresivas parcelas en el seno de la escultura religiosa, como la Piedad (1957) que se venera en la Iglesia de San Pedro de Ariznoa de su localidad natal, el mismo templo donde recibe culto el magistral crucificado con la advocación de la Agonía tallado por Juan de Mesa.

Donada por Pikupe Elkartea, la Piedad tuvo primero un modelo en barro que después su autor llevó a la madera. Para tallarla sacó los puntos de la escayola con compases. La hizo de un bloque de madera de ciprés, instalando compases, sacando puntos y transportando del punto de la escayola al de la madera. Los diferentes tablones de la pieza están encolados y atornillados. La pieza se remató con gubias, limas y escofinas. La base del policromado es un aparejo con blanco de España y cola de conejo. La terminó para el 1 de marzo de 1957.

Autor de más de 700 obras, Lorenzo Ascasíbar falleció el pasado 18 de julio en Vitoria a los 91 años de edad. Un año antes, en plena forma creativa, restauró esta Piedad de carácter procesional que reside junto a la pila bautismal del templo. Ascasíbar eliminó los elementos deteriorados por el paso del tiempo del acabado policromado sobre la madera de ciprés que talló hace 63 años. Después recuperó tonos y colores.